Cosas que te dicen cuando te echan

despidoCuando me echaron del trabajo lo primero que me dijeron es que no era por mí. El típico no eres tú, soy yo¿podemos seguir siendo amigos? Me dijeron que tener hijos y querer cuidarlos no iba bien con la publicidad. Que no molaba que me fuera a mi casa a las tres. Que si no me quedaba hasta las once de la noche eso quería decir que no me gustaba la publicidad. Que seguiremos en contacto, que te llamaremos, que no eres tú, que soy yo…

Cuando me echaron del trabajo, hace ya unos cuantos siglos, me dijeron, como si con eso fuera a levantarme a hacerle la ola al tipo aquel al que no había visto en mi vida, que ante una situación de dificultad en la empresa, las primeras en los que pensaban para echar eran las mujeres con hijos. Que lo hacían por nosotras, que en realidad era un favor porque así podíamos irnos a nuestra casita a cuidarlos y vamos, que era una cuestión de bondad empresarial, digámoslo así.

A mí, ante esa declaración de homo-realidad, se me puso cara de culo inmediatamente. No se me cayeron los ojos de las órbitas porque los tenía sujetos con el rimmel, que si no aún estoy buscándolos. Pero solté la mano rápidamente en posición: págame y no me cuentes milongas, s’il te plait. Hay que joderse…

Y salí de ese despacho buscando un calendario en aquellas oficinas acristaladas, para ver si efectivamente estábamos en pleno edad del iPhone no sé cuántos, y no en los años del Generalísimo y la Sección Femenina. Y me fui, con la autoestima por los suelos, el ánimo empujando la autoestima desde el subsuelo, y enfrentada a mi genética y a mi mala costumbre de engendrar como si ese fuera el problema…

No quedó ahí la situación surrealista, por supuesto. Porque podía haber terminado de una manera elegante, adecuada, correcta, vamos, lo normal cuando te echan para que te vayas a cuidar de tus hijos, sea ésta la razón real o no (ojo, que es muy probable que apeste como profesional, pues claro, pero desde luego la excusa fue incluso peor que mi trabajo…). Pero no. Cuando al fin fui a cobrar mi cheque llevaba en la mano una bolsa de unos grandes almacenes con mi libro ahí agazapado.Y era un libro, pero podía haber sido una cabeza de gíbaro disecada. Vamos, que es lo de menos. Pero ni corto ni perezoso, el señor, ese señor, el encargado de soltarme la guita, ya curtido y con canas en su haber, va y me suelta con un par un: ¡Anda, que ya te lo estás gastando yéndote de compras!

Se me volvió a poner cara de culo. Esta vez de culo muy respingón. Solté la mano una vez más en posición: Págame y no abráis la boca que os cubrís de gloria. Que te has quedado a gusto…

Y con mi bolsa, mi objeto indeterminado dentro de ella, y lo más importante, mi cheque para irme a cuidar a mis hijos a mi casa en mi bolsillo.

Cosas que te dicen cuando te echan… Cuéntame un chiste, ¿qué te han dicho a ti?

 

El sexo versus la maternidad reciente

Me sugieren las amigas de Femxy, así como quien no quiere la cosa que, tal vez, a lo mejor, por qué no, sería interesante que escribiera sobre el sexo justo tras la maternidad…

¿De qué?- Le contesto a gritos como si tuviera la trompetilla adosada al pabellón auditivo.

¡De sexo! ¡Abuela!-

Ahhhhh… De sexo… – Y me repito a mí misma la palabrita como los protas de Bitelchus, a ver si a la tercera se me aparece el fantasma del sexo de las navidades pasadas, o mejor, ¡el de antes de los dos partos y dos criaturas pañaleras!

Ay (suspiro prolongado) ¡el sexo! ¡Qué gratos recuerdos! Pero, ¿cómo?, ¿aún te acuerdas de lo que es eso? Me digo, asombrada a mí misma… Pues sí, por las pelis, sobre todo.

Y puede que sea algo personal e intransferible, como el PIN del móvil. Pero, salvo honrosas excepciones, envidiadas y muy contadas, las madres recientes que me rodean, con hijos de tiernas edades, viven o mejor dicho, se arrastran por jornadas maratonianas con trabajos hiperexigentes, fuera y dentro de casa, organizando a duras penas la leonera en que se convierten los hogares, ir y venir entre colegios, guarderías, clases de pregimnasia o predeporte o pre-algo pero cánsame mucho al niño, hacer compras, preparar comidas medianamente equilibradas, y todo esto, actualizando el blog,el twitter, el facebook , y contarle a las amigas del whatsapp lo que te ha dicho la borde de la pescadera mientras se tiende la tercera colada del día. Todo eso con uno, dos o hasta tres criaturas vociferantes, babeantes, cuando no también lactantes, exprimiendo tus energías, tus ganas y la alegría de vivir en partes iguales…

Y claro, tras días más largos que la huelga de Telemadrid, cuando llegas a la cama parece que oyes cantos celestiales desde tu almohada y sientes el mismo entusiasmo al meter tus huesos bajo el edredón que si hubieras llegado a la meta la primerita tras correr un maratón de esos que ganan solo etíopes y gente muy, muy delgada. ¡Has sobrevivido otro día más! Y además ¿quién sabe cuántas horas dormirás?

Así que, con este panorama, amigos míos, ¿en qué dichoso momento de la frenética agenda de una madre de tiernos infantes incluimos con calzador el tan deseado kit-kat sexual?

Porque claro que es deseado, que nadie se asuste. Lo tenemos en la mente, nos acordamos de él, y pensamos que, en algún momento, de una manera o de otra, como las oscuras golondrinas, volverá.

Y sabemos que es verdad, que vuelve, porque después del primer hijo, tras el tiempo necesario para que el cuerpo y las hormonas vuelvan a su sitio, el sexo vuelve a instalarse en tu vida, más o menos como antes, o incluso mejor.

Y tras el segundo hijo, igual que confías ciegamente en que bajará

 la prima de riesgo algún día, también confías en las posibilidades de que, en algún maravilloso momento, vuelvas a sentirse sexy y deseada y a conseguir ir depilada un mes seguido. Y que recuperarás las ganas y la líbido, y que no te sentirás dentro de un cuerpo que no reconoces, agotado, exhausto, nada tonificado y totalmente entregado (y devoto) a ese nuevo ser que te reclama día y noche como si no hubiera un mañana (acertaron, ese ser no es el santo respectivo…)

Todas sabemos (o rezamos para que pase) que el momento achuchado pasará. Que los bebés crecen y empiezan a echarse siestas de dos horas, al menos. Que pronto podrás dejarlos con tus suegros sin tener que programar las agendas de media ciudad con seis meses de antelación. Que la vida dejará de ser esta sucesión de carreras con niños adosados a la cadera. Y que poco a poco volverás a encontrar las ganas y el tiempo para dedicártelo a ti misma y a tu pareja. Lo sabemos.

Pero ahora mismo, cuando te hablan de sexo, te entra la risa floja hasta que te cruje la contractura del cuello por reírte y te acuerdas del poco cuerpo que tienes para esas cosas y de que duermes en turnos de tres horas como mucho.

Vamos, que del sexo, ni hablamos…

De restauraciones y otras locuras materno-empresariales

Resulta que un día tienes que salir de casa para hacer negocios. Lo que viene siendo hacer «el business»: rebuscas entre la ropa de premamá y la de lactancia algo sin manchas y medianamente planchado, rescatas unas medias sin carreras del cajón de ese mix que tienes de leotardospeloteros-mediaspeloteras-calcetinespeloteros, y practicas arqueología entre los zapatos planos y llenos de arena del parque para encontrar algo digno y taconero. Desde que tu criatura te ha pedido, por favor que te pongas tacones porque le gustas más (…), estás asimilando que tal vez, solo tal vez, tu hija quiera una madre más alta y arreglada a la par que sencilla… y que la que tiene no le mola… que tal vez tengas que empollarte algún catálogo de moda invierno del Vogue o hablar pronunciando algo más la s, ¿sabessss? (ese pensamiento te dura lo que aguantan sus muñecos ordenados en su cesta, porque en cuanto ves de lo que es capaz la bestia parda te sale el chuki que llevas dentro y sacas la madre bajita, de zapato plano y chillona que llevas dentro y te importa un pito lo que te pida por favor con tal de que ordene su cuarto y deje de hacerle llaves de pressing al hermano).

Pero hoy tienes que salir a businessear y hacer algo de provecho (ejem) así que toca hacer el esfuerzo e intentar recomponer todas las mujeres que llevas dentro para ponerte cara de moderna y talentosa, escondiendo por un rato la maruja ojerosa que grita a su hija que se coma el pollo, que trabaja en pijama como una loca a las seis de la mañana con listas de la compra junto al flujo de contenidos de la semana y que no tiene ni idea de cómo enfrentarse al mundo de los negocios… A lo mejor tienes que evolucionar y de una Pokemon tipo ama de casa pasas a ser a una de tipo empresaria exitosa a base de ganar batallitas a mujeres delgadísimas y elegantísimas en traje con BlackBerry y maletín de Armani…  Las ganarías a bolsazos, eso no lo dudes…

Así que buscando un milagro te pones frente al espejo y tras el susto y arcadas iniciales, te secas los lagrimones, te juras que nunca más, que a partir de ahora te pondrás todos los potingues esos que atiborran el armarito (copando las baldas correspondientes al santo) y que te echarás escrupulosamente el contorno de ojos como si en ello te fuera la vida para no convertirte en la gemela de Soraya Saez de Santamaría cuando se enfada. Apretujas con fruición los cuatro pelos escamosos que te quedan tras el embarazo+parto+tirones del pequeño, cubres con espátula y mortero las ojeras cronificadas y bolsas colganderas y, en definitiva, restauras con prisas, y como puedes, para no ser el maquillador gordaco de los anuncios de Max Factor, el Ecce homo borjiano en que te has convertido tras todos estos meses de estar escondida en esa cueva de perdición llamada «trabajo en casa«.

Y bueno, has hecho lo que has podido. Y llegas tarde, por supuesto. Así que corres pasillo arriba pasillo abajo por tu mansión, cogiendo el iPad, el smartphone, las tarjetas de visitas, un boli por si no funciona el iPad o el smartphone, las llaves del coche, las del garaje, las de la casita de Mickey Mouse… Todo lo que una mujer de negocios actual necesita, y eso sí, sin mirar atrás, porque la casa te está llamando a gritos «desgraciada»…  Pero noooooo, espera, ¡¡¡te falta algo!!! Llenas la bolsa de pañales para un regimiento, ropa de cambio para tres estaciones distintas (¿alguien sabe qué temperatura hace en el Ifema?), discos de lactancia y demás complementos diminutos y empaquetas al bebé, tu socio más entregado y fiel escudero, en el coche mientras sudas la gota gorda intentando que el capazo quepa con la bici de la niña, los ruedines, la cuna de viaje y el colchón… Y tras hacer el Tetris en tu maletero y darle gracias a dios por haber hecho el coche más grande del mundo ¡¡ya estás lista para comerte el mundo!!

Hete aquí que, mientras recorres como una loca (tómese esto como una exageración, of course) la M30 porque sí, llegas muy tarde, reflexionas (a tu manera, es decir, muy floja) sobre como montar un negocio propio es una locura casi tan grande como tener un bebé. Casi están al mismo nivel, te dices. Aunque al negocio le puedes mandar a la mierda en un momento dado, mientras que al retoño lo máximo donde le puedes mandar es al Hermano mayor a que lo amaestren y deje de romper puertas con los puños o a un internado en Suiza si es que te dan las perras.

Ahora bien, cuando se unen ambas cosas, tener niños pequeños en la chepa y teta, a veces simultáneamente, y poner en marcha un negocio, ambas tareas ya de por sí, estresantes, demandantes y altamente explosivas, te das cuenta de la mezcla…

Demonios, ¿¿¿¿qué es lo que va a salir de ahí???

Érase una incertidumbre a una mujer pegada

Maitena

Hay días en los que realmente me pregunto qué peli de Disney estaba viendo, o que tripi me tomé yo cuando decidí que podía ser a la vez una madre moderna, conciliadora, emprendedora, socializada y concienzudamente depilada. ¿Es que acaso no está bien solo con ser madre o profesional o moderna? ¿Es que no da suficiente trabajo, sufrimientos y padecimientos ingratos y silenciosos como las almorranas ocuparse y criar a los ternescos? ¿Por qué hay que ir más allá y seguir los impulsos esos de «eh, mundo, óyeme bien porque yo quiero desarrollarme también como persona, profesional y encima mantener una 38»? ¿Acaso no vemos que es una trampa?

Sí, amigas, y amigos, y mascotas domésticas que se hayan colado en nuestro foro. Es una trampa en la que nos metemos nosotras solicas. Nosotras, en fila india y de la mano como en el patio del cole. Una trampa de la que es difícil escapar una vez empantanada, como cuando te tiñes el pelo por primera vez pensando que luego hay vuelta atrás y tras un tiempo descubres horrorizada que para volver a lo que eras antes o te rapas a lo Sinnead O’Connor o te vuelves a teñir con otro color más oscuro. Vamos, un bucle devastador que te lleva hasta los 50 sin haber conseguido recuperar tu color original. Te jodes, por hacerle caso al señor Schwarkkopf ese…

Yo normalmente me siento toda una privilegiada. Ay, mari, me digo, qué guay es todo, como mola el mundo: vivo en la parte menos pobre del mundo, solo veo un par de redadas al día en mi barrio, tengo mansión propia y una familia a la que dedicarme en cuerpo y alma (ejem). Tengo una criatura estupenda y otra en camino (ay, la parejita!! que ilusión!, sí, sí….). He tenido trabajo desde que estaba en la universidad y solo ahora he descubierto lo que es el paro, algo que por otro lado y sin ser guay de ¡oye, pruébalo que es genial!, me ha dado la oportunidad de hacer cosas que nunca hubiera imaginado.

Pero ahhhhhhh, en esta espiral de qué bien, estoy en paro, ¡voy a aprovechar que ahora tengo tiempo! me he metido de cabeza, y demás miembros de mi anatomía en una experiencia laboral-experimental-alucinoide: el descubrimiento genial de otras posibilidades laborales y de unos repugnantes superpoderes escondidos como el de ser capaz de volver a preñarme (no se puede ser más naïve, amigos) meterme en un master of the universe y de los chungos, preparar las lentejas, darle el danonino del mercadona a la criatura con los pies y tender una lavadora a la vez sin cortocircuitar… Ah, por favor, y no te abandones, querida, que tu marido no te vea en chándal que le has perdido… (diooooooooos, no sé si vomitar o tragarme el vómito que es peor…..)

Puede que no sea políticamente correcto decir esto, pero hay días como hoy en los que paro un minuto de toda la vorágine, me miro en el espejo y me digo: ¿Sin cortocircuitar? ¿Seguro?

No sé, la verdad. Desconozco la solución ideal para encaminar esta vida. Las alternativas me confunden…

Si tengo que seguir el ejemplo de mi madre que abnegadamente dejó su trabajo para cuidar a sus hijas, su casa y su marido (y es simplificar mucho el proceso pero no el resultado), os digo, aquí y ahora, que antes cojo la maleta, la grande, eso sí, y me piro a Islandia o a otro sitio más lejos. No doy el perfil, lo siento. Aunque también reconozco que ,de primeras y gracias al prozac, tendría menos problemas conmigo misma y con el mundo que me ha hecho así, menos frustraciones (al menos ahora, al llegar la cincuentena ya es otro cantar, y otro post) cuando viese que sí, que lo mío es la lista de la compra, revisar la nevera, la plancha, coser las cortinas, tener las ventanas limpitas y a los niños con su calendario de revisiones del pediatra al día. Que no es poco.

También podía optar, por supuesto, por pasar de todo lo anteriormente mencionado. No haber tenido hijos, o ya que los he tenido, apechugar, y endosárselos con cariño a suegros, familia o personal externo en su defecto mientras una servidora seguía el camino establecido. Podía haber elegido fácilmente dedicarme a mi trabajo, desarrollar mis inquietudes y pagarme la pensión, coño, que está la cosa muy chunga… Pero, ¿a qué precio? ¿A costa de pasar nueve o diez horas en la oficina y no ver a las criaturas más que en foto? Tampoco es tan difícil en este país acabar así, a fin de cuentas la mayoría de los puestos de trabajo de este país implican una presencia enfermiza-obsesivo-compulsiva en la oficina, dándole forma a la silla con el culo y viendo las horas pasar. Y ya sabemos tristemente lo que pasa con las reducciones, las medidas sociales y eso que dicen que son mejoras para conciliar e integrar al binomio mujer/familia en la vida laboral (pfffffffffffffffffffffffffffffffff, una gran pedorreta para los que sonríen ufanos porque nos venden la igualdad: ¿igualdad?, ¡tu padre!). No digo nada nuevo si reitero mi mayor y enconado desprecio por éste, nuestro sistema laboral absurdo que impone a los trabajadores horarios ridículos que cubren como el chapapote todo el día y más allá, esas jornadas partidas con tres horas de comida, siesta y perejila, jornadas nada efectivas que no buscan la productividad ni los objetivos sino «chupaculismo» integral del quién se queda hasta más tarde… Algo huele a podrido en las empresas españolas, y no son solo los tuppers de la nevera, amigos.

¿Qué otra opción me queda? ¿Retirarme al Tibet a luchar contra los chinos mientras espero a reencarnarme en cono vaginal como expiación de mis pecados?

La realidad, a pesar de mis rabietas «cortocircuitales» ocasionales como la de hoy, es que no me queda otra que intentar encontrar una vía no explorada, un camino que nadie ha abierto para nosotras, Indianas Jones del siglo XXI en busca, no del arca perdida, sino de una vida digna, sin tener que cumplir en todas partes como si fuese la madre perfecta, mujer tersa, hidratada y debidamente rasurada, el ama de casa de la Sección Femenina de los años de Franco, y una profesional satisfecha, que no digo rica ni nada, digo al menos contenta con su trabajo.

Pido mucho, me parece. Y hay días, como hoy, en los que me preguntó qué va a ser de nosotras, mutaciones genéticas a medio camino entre Elena Francis, las yuppies, las JASP,  las hippies de Woodstook y el sello del Inem en nuestros cachetes izquierdos…

Sinceramente, suya, y hasta que me aclare… una incertidumbre a una mujer pegada.

Soraya, nena, la que has montado…

Amiga, Soraya, mira tú que no pensaba traerte de paseo por estos lodos, que no soy yo mucho de celebrar resultados ya sabidos desde hace meses. Pero claro, con titulares así, «Soraya Sáenz… ¿un ejemplo de conciliación?«, o «Soraya Sáenz de Santamaría no es el ejemplo a seguir por la mujer española«, etc,  y el revuelo que ha causado el hecho de que no te vayas a coger la baja de maternidad, pues, claro, tenía que sacarte de tus fiestas oeeee, oe, oe, oe, oeee y el «que salte Mariano, que salte Mariano» y darle aquí un poco al debate encendido y trascendental.

Porque, qué quieres que te diga, Sora (¿puedo llamarte Sora?), que a mí que te presentes en el balcón con tu jefe a las tantas de la noche para bailar los greatest hits de Carlinhos Brown, pues como que me da igual. Ya imagino que a tu criatura la habrás dejado alimentada, arropada y a buen recaudo (y con su matrícula para el Liceo Francés ya hecha, ¿eh Sora?). Y que si decides encargarte de eso tan peliagudo, que ni lanzar el Anillo al Monte del Destino, a lo que han llamado el traspaso de poderes (ejem, poco queda para traspasar, amigos, está todo hipotecado…) pues que digo que yo que mientras no me traigas a mí a tu pequeño para que lo cuide, pues que (finamente) me da bastante igual lo que hagas o dejes de hacer.

La que has liado, mari. La muchachada está muy indignada contigo, ni que hubieras dejado al pequeño abandonado frente a Ferraz, porque se dice que no concilias y que eres un ejemplo pésimo para la sociedad, in general. Que acabas de tener a tu hijo, congratulations y enhorabuena a todos los premiados, y que ya estás al pie del cañón, al lado de Mariano, el boss, y preparando el desembarco del PP en los devastados puertos de éste, nuestro país. Que estás haciendo muy, pero que muy requetemal por no quedarte en casita, con tu hijo, y que así no hay dios que concilie en este país, si una figura política de esta altura (jejeje, pillas el chiste?, es muy malo, perdona) decide, supongo yo que libremente, irse al tajo nada más dar a luz. Con lo bien que os lo estáis pasando… Si es que hasta yo lo entiendo… (aquí se oye el rechinar de dientes. Ya pasó…).

Amiga Sora, ya que te tengo aquí te diré que este debate encendido que encuentro en el Twitter y alrededores me hace plantearme varias reflexiones, flojas, como siempre, y como imaginas te las voy a soltar:

The first one: ¿estaríamos discutiendo sobre tus bondades como progenitora si en vez de madre fueras padre? Yo creo que no, pero a lo mejor me equivoco de país… En cualquier caso, no recuerdo haber asistido a tal indignación porque un político recién «parido» haya acudido a su puesto de trabajo al día siguiente del parto. Claro, que los puntos no los lleva él, o al menos que sepamos, pero vamos, el hijo es suyo igualmente, ¿no? Bueno, se puede suponer que sí, pero el debate, en cualquier caso y que yo sepa (si alguien conoce algún precedente que lo traiga, plis), no existe.

The second one: me parece a mí que has tenido opción de elegir (si es que no, y estás amenazada pestañea dos veces si es que no, y una vez si es que sí,  y tres veces si no has entendido la pregunta). Que resulta que lo bueno de todo esto, creo yo, que es PODER ELEGIR y que si a ti, chata, lo que te apetece es tirarte al monte, carpeta en mano, tacón, traje sastre y mucho rímel en las pestañas, pues quién soy yo para criticarte… Si lo más probable, además, es que después de tanto revuelo, mientras las currelas de turno nos desgañitamos reivindicando la bendita conciliación, tú pasarás con tu niño muchas más horas y muchos menos aprietos y carreras de las que muchas con jornada reducida hemos tenido que sufrir en nuestras carnes libres de estrías (litros de trofolastín mediante). Vamos, que la que tiene recursos, tiene recursos y las que vamos al Ahorra Más, vamos con la bolsa de plástico en el bolso. Y ya está, nenas, lo demás son tonterías (o nonsenses, para los bilingües).

Que, the third and the last one, para mí lo importante de la conciliación no es que tú decidas no quedarte con tu hijo nada más dar a luz. Que hayas preferido no tener baja es una decisión personal e intransferible que, evidentemente y afortunadamente para el resto de los niños, no es la norma, ni la ley (ojito con recortar la baja, Sora, que de tanto apurar nos están saliendo calvas), pero que afortunadamente para la mujer que lo desea, para ti, tienes la oportunidad de elegir.

Para mí conciliar no es anteponer maternidad a profesión, independientemente de que, si por mí fuera, la baja maternal pagada debería ser de un año, entero y verdadero. Para mí lo importante, lo esencial y por lo que lucho con cuchillo entre los dientes es para que exista flexibilidad real a la hora de combinar de una forma natural y sensata la crianza con el desempeño de una labor profesional si eso es lo que se quiere (ojo, que hay quien está muy contento con sus nueve horas de oficina para llegar y acostar a los niños). Así que, para mí, conciliar es tener opciones. Es no tener que sacrificar tu carrera para poder criar a tus criaturas o viceversa, si eso no es lo que quieres. Que si quieres medrar en tu carrera, ancha es Castilla. Que si quieres medrar como ama de casa, pues tan ricamente. Pero a ese tercer sector, esa tercera rueda a la que nos interesan ambas cosas (que es que lo queremos todo! brujas!), pues que no seamos una excepción sino simplemente otro camino.

Uy, que serio me ha quedado, Sora, que el tono doctrinario se me pega de estar contigo, maja. Que sí, que sí, que ahora hablamos de lo de la cuarentena, que sí, que sigue existiendo a pesar del iPhone. Increíble, ¿verdad?

(Por cierto, que ya que estáis por aquí y el tema pega, que si os apetece os marcáis esta encuesta sobre conciliación, ¿vale, majos? Un placer. A los pies de sus señoras y sus santos).

Perdóname, mundo, porque estoy embarazada

Web petreraldia.com

Un buen día, engatusada quizás por la visión angelical de unos hermanitos andando de la mano por la calle, o bajo los efectos de alguna sustancia alucinógena, decides que ha llegado el momento de pensar en el 1+1, el otro ser, en la otra pieza del tetris, en otro bichito con el que enloquecer. Porque, piensas enajenadamente, tu criatura necesita un compañero de fatigas, de peleas, y porque esa sustancia alucinógena de procedencia desconocida te hace ver un futuro apacible, una familia de blancas dentaduras saltando por un valle florido, cogidos de las manos y brincando cuales cervatillos en una peli de Disney (antes de morir, claro). Así de alucinógena es la sustancia.

Pero funciona. Y te marcas el objetivo con rotu rojo: operación «Uno más».

¿Por qué? ¿Tiene algún sentido? ¿Es económicamente responsable? ¿Cabéis en casa? ¿Qué vas a hacer con tus proyectos profesionales en ciernes? ¿Sabes dónde te estás metiendo? ¿Realmente sabes dónde te estás metiendo? ¿Con la crisis que hay? Todas estas preguntas te acorralan, con su dedo acusador, mientras tú te acurrucas tras la espalda de tu santo y dices treintaytres ocho veces seguidas para ver si esas preguntas cojoneras se van directas e insidiosas a otros como la familia real, que son los que están procreando sin cesar, o a alguna familia del barrio, que también llevan buena marcha. Pero a ti que te dejan tranquila, que bastante tienes con saber tu día fértil, menudo coñazo, por cierto…

Y en éstas, que sigues tu camino, alternando entre la obsesión compulsiva del «que no me quedo, ay mare, que no me quedo» y el «pues mejor, mari, a otra cosa y te apuntas al gim», cuando, de repente, se te planta en casa el notición, ya hay bichito en preparación y las preguntas ésas asquerosas ya están amontonadas en forma de agujones mentales llamando presurosas a tu coco, hora tras hora, como enviadas de alguna institución oficial dedicada a mantener el nivel de natalidad a raya.

Pero bueno, como estás de subidón y te importa todo una merde, pues las dejas pasar y que se pongan cómodas en tu salón, si es que caben, que ya verán ellas si les merece o no la pena plantar su culo en tus felices planes.

Hasta que llega el día de comunicar al mundo, más conocido como the outside world, que ya no sois 3 sino 3 y pico con vistas a 4. Y lo más normal, lo más seguro, es que sea una alegría, una sorpresa, un motivo de celebración (hombre, no te ha tocado el Euromillones, pero bueno, se supone que un bebé es una cosa bastante positiva, dejando de lado ciertas circunstancias desfavorables que todos podemos imaginar). Pero sí, tú ya has pasado los veinte, maja, y los treinta. Tienes un santo de referencia que comparte tareas y lavadoras con bastante estoicismo y se puede decir que mientras no pierda el Madrid estáis felices como perdices. Y aunque ahora no estás «fija» en ningún sitio más que en tu casa, parece que eso no impide que sepas sumar 2+2 (o no) y puedas encaminar tus sapiencias a buen puerto. Y sí, tu mansión podía ser mayor. Pero dicen que el roce hace el cariño, no? Pues os vais a tener todos un cariño que lo flipáis.

Pero, además de las reacciones normales y esperadas de tus seres más queridos un día te encuentras con algo inesperado, un «¿cómo te atreves a tener OTRO hijo MÁS como están las cosas? Inconscientes, que andáis procreando y aumentando la sobrepoblación mundial, que no sabéis lo que hacéis»… Una reacción que te lleva directamente a mirar el calendario, no vaya a ser que en un viaje del tiempo a lo Doctor Who te haya teletransportado directamente a la posguerra de los años cuarenta, a algún momento postapocalíptico a lo Mad Max donde hay que ponerse cuernos en la cabeza y luchar cuerpo a cuerpo por la gasolina y por unas zapatillas de tela para tus churumbeles.

Pero no, para tu tranquilidad seguimos estando en un momento jodido, pero aún tienes luz eléctrica y gas, y agua, que puedes pagar, trabajo, acceso a sanidad gratuita (por ahora, ejem), mallas para aburrir, bragas Palominos en abundancia y no tienes a los servicios sociales llamando preocupados por tu problema con las sustancias y con dieciocho hijos desperdigados por las calles de Madrid. No, por ahora no se ha dado el caso. Y sí, la cosa está chunga, pero, por favor, no nos pongamos catastrofistas que una cuando se embaraza se pone muy sensible a las circunstancias externas y este positivismo extremo lo único que trae son dolores de cabeza inútiles y muecas absurdas de pasmamiento que darán lugar a arrugas de las profundas, te lo digo yo.

Y sí, has echado las cuentas, vía calculadora of course, y te sale que 2 son el doble de 1, totalmente cierto, pero a tu favor hay que decir que, cuando cocinas, siempre haces, como decía tu madre, para el tío Antonio y sus hermanos, así que al menos de hambre no vais a perecer.

Y una vez enviado este mensaje esperanzador a todas las preñás del mundo (y a las que no también, oigan, que yo no discrimino por bombo, sexo o religión) un poco de música del señor Chris Garneau para amainar tanta fiera apocalíptica. Y a disfrutar del embarazo, hombre ya, que luego nos salen como los delincuentes del Campamento de Cuatro y ya tendremos tiempo de sufrir y de arrepentirnos de habernos dejado llevar por visiones de la Casa de la Pradera, con lo que padecen los pobres…

A disfrutar!

Semana Mundial de la Lactancia que nos dejan

Es la Semana Mundial de la Lactancia Materna y toca una reflexión al respecto. Nada más dar a luz y en plena efervescencia hormonal  icé la bandera de la lactancia a demanda y enarbolando el manual de san Carlos González me proclamé defensora a ultranza de ese derecho de madre e hijo a una lactancia natural y sin intervenciones. Incluso me atreví a arengar a mis compañeras en mi afán comunicador, “maternificador” y casi-evangelizador, tanto que cualquiera en un momento de hartazgo, y con bastante razón, me hubiera dado un «tetazo» por pesada y por meterme en escotes ajenos…

Ahora, tiempo después ( habiendo amamantado hasta los dieciocho meses), y con las hormonas algo más recolocadas (si bien témome nunca volverán a ser lo que eran hasta que me llegue el momento Tena Lady), contemplo con más distancia, más tiempo y mucho más relax la cuestión pecho sí-biberón no.

Y aprovechando la fecha (celebración que no llego a entender, ya que no tenemos Semana Mundial de Quitarle el chupete o de Introducción de las Verduras), diré que el pecho es una solución económica, rápida, cómoda y normalmente, indolora, presenta todas las ventajas ideales para que todas las madres la adoptaran como método de alimentación. Está científicamente demostrado que la leche materna es el mejor alimento, por mucho que los anuncios de leche de fórmula nos digan que ellas lo hacen casi igual de bien, y tanto para el bebé como para la madre los beneficios fisiológicos y emocionales son indiscutibles.

Pero, por muy ventajoso que resulte, no a todas las mujeres les parece la idea más genial de la creación humana y hay que respetarlo y no indignarse con ellas ni mirarlas con recelo (como antes se hacía con las que sí amamantaban, las menos, recordémoslo) o cuchichear mientras compran en la farmacia el botecico de los dichosos y carísimos polvos. No es cuestión de diferenciar en quién da y quién no, sino en ir más allá y ver el motivo de muchas de esas decisiones.

Porque hay quien tiene mastitis nada más dar a luz y se les echa la culpa por no saber ponerse al niño (claro, como eso te lo enseñan desde primaria…) y no se les ayuda desde el hospital prestándoles sacaleches, sino que se las lanza sin más a sus casas, donde llorosas y con los pechos como bombas de SuperMario a punto de estallar, maldicen trescientas veces treinta y tres la lactancia de la madre que la fundó.

Hay quien no tiene apoyo a su alrededor y su enfermera de cabecera le sigue dando los mismos consejos del añolaTana del doctor Spock y “Tu hijo”, con los famosos diez minutos de cada pecho, haciéndose el lío padre con el tiempo que darle a su pequeño, que si se queda con hambre, que si no tengo leche suficiente, que si le doy un bibe para que no se quede el pobre con el estómago vacío… Y si encima sus mujeres de referencia, véanse madre y suegra de la generación biberón of course, pues ya se prepara el tinglao. Y a los tres meses como mucho, la protagonista ya lo ha dejado.

Hay quien quiere dar el pecho durante al menos sus seis meses, que es lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud, que no porque tengan mayúsculas van a saber más que nadie, pero vamos, que dan bastante credibilidad. Pero, hete aquí, que si la mujer ha de reincorporarse a su puesto de trabajo a los tres meses y medio (ese momento trágico en el que se te cae el alma a los pies porque te das cuenta de que la vida es una mierda) las cuentas no salen. Y resulta que si decide seguir con lo del pecho ha de montar la de Cristo para poder sacarse la leche en su oficina mientras a su pequeño lo cuidan otros (ya sean abuelas o cuidadores), que así en resumen, viene a ser algo así:

-llevarse la neverita de rigor con el sacaleches manual o automático, los botecicos preparados para la leche y el tupper con las lentejas,

-ausentarse de su puesto lo que buenamente dure la extracción/ordeñamiento, que para los que no lo han vivido nunca, no es un proceso automático, de estos de meter la monedita y “su tabaco, gracias”, sino que dura lo que tenga que durar…

-sentirse culpable por estar fuera durante un rato (además, la culpabilidad viene de serie tras el parto) y pensar que, mientras está ahí líada con su ordeñamiento, el jefe supremo del mundo mundial le va a llamar a su puesto en el que, ¡oh, dios, no está! ¡que está ahí, estrujándose los pechos afanosamente en vez de estar mirando su perfil de Facebook frente a la pantalla!!!

-esconderse del mundo porque lo de “me voy a ordeñar, ¿te vienes?” sale perdiendo frente al “me voy a fumar fuera, ¿te vienes? o al “son las diez, toca desayuno, ¿te vienes?”,

-conseguir exprimir la cantidad suficiente de leche para que el niño no se quede con hambre al día siguiente (uno de las mayores causas de estrés de las sufridoras amamantadoras que persisten tras su reincorporación y que a una servidora también le traía por el camino de la amargura),

-almacenar el preciado líquido sin que se contamine en el proceso (no todas las cocinas de oficinas están igual de equipadas) y seguir escondiéndose mientras se limpian aparejos (el sacaleches impresiona, os lo digo yo)

-y mantenerlo refrigerado hasta que llega a casa sano y salvo, cual agua bendita del mismísimo Lourdes.

Y eso cuando no se abandona directamente porque, francamente, esa media hora de lactancia que dan las empresas es como de partirse la caja y luego echarse a llorar. ¿Quién ha decidido que son treinta y no cuarenta minutos los que un bebé necesita para compensar las seis horas de media que su madre está fuera de casa? Y encima hay que darles las gracias, como con la dichosa jornada reducida… Que parece que están dando algo cuando todas sabemos que no sirven más que para juntar esos minutejos con la baja maternal, o para salir antes, media hora y que como te pille el metro apretado como siempre, pues vamos, que llegas casi igual y encima te miran mal en la ofi por eso de que te vas antes que nadie…

Total, que me extiendo demasiado, que sí, que tenemos que celebrar la Semana Mundial de la Lactancia Materna, que ahora se está poniendo otra vez de moda y es genial, que yo encantada. Pero no nos engañemos, si muchas madres no la eligen no es porque no le de pereza levantarse por la noche, ni porque crean que se les va a caer el pecho, o no quieran darle lo mejor a sus hijos. Es que no muchas veces, no pueden hacerlo ni cómo quieren, ni el tiempo que quieren.

Y ahí es donde radica, desde mi humilde opinión, el gran problema, lo que hay que denunciar, y contra lo que hay que luchar.

Más posts sobre el tema de la semana (seguro que hay muchos más, solo hay que seguir enlaces, pero con estos se puede empezar):

Mamá contra corriente:  Por qué no nos fue bien con la lactancia maternaPor qué no acudí a un grupo de lactancia

Miriam Tirado: De tetas, biberones, culpas y decepciones

Imagen de la home de http://twibbon.com/_breastfeeding. Y para que nadie se quede sin saber lo que necesita, enlaces imperdibles:

World Breastfeeding Week

La Liga de la Leche

Madres 2.leches

Aquí estoy, delante del ordenador, con la toalla en la cabeza y chorreando de la ducha pero tecleando febrilmente, cuando debería estar secándome el pelo y esas cosas normales que hace la gente cuando sale del baño… Y ¿qué hago? Pues me leo de pe a pa el blog de la sabia y muy inglesa Sally Whittle con este post sobre cómo afecta escribir un blog a la maternidad y me quedo con esta pregunta que cierra sus palabras:

«What do you think? Is blogging taking away from your ability to be a good parent – or adding to it?». O lo que es lo mismo: Tú qué piensas? ¿»Bloguear» disminuye tu habilidad para ser un buen padre/buena madre, o la mejora?

Lo leo y me digo: esta mujer me ha leído el pensamiento (incluso hablando otro idioma), o lo que me queda de ellos después de unos días a jornada intensiva como madre…

Porque ahora que ambas estamos de vacaciones (voy a llamarlas así aunque las mías son obligatorias como bien sabréis)  y estoy con mi criatura de sol a sol, con ella adosada a mi chepa y michelines sin pausa ni receso (salvo la santa siesta y la noche, of course) me encuentro así de pronto y sin aviso previo con un vacío existencial en mi persona y razón de ser: ¡no tengo tiempo para escribir en mi blog! Dios, ni para actualizar mi facebook, ni para responder los emails o fisgonear en twitter, ¡para nada! Si hasta hablar por teléfono requiere de la infraestructura de manos libres para poder empujar del carro mientras hago la compra, que en el Ahorramás ya me conocen como «la loca esa que se ríe a gritos mientras espera  el turno de la pescadería»… Vamos, que yo estoy requete-entregada a mi faceta como madre, y encantada, que no digo yo que no, pero coñe, que también tengo derecho a hablar y relacionarme con alguien más que no sean la familia de los Pepes (todos los muñecos de mi pequeña tienen el mismo nombre, para simplificar, vamos), la tendera del mercado y los amigos imaginarios de mi criatura, ¿no?

Pero en estas me acuerdo de una frase de mi santo, de esas que me ha soltado medio-en-broma-medio-ya-te-lo-suelto, cuando él llega a casa al final de una de esas tardes infernales-salidas-de-Mordor en las que mi hija ha decidido poner a prueba mi paciencia semi-infinita y yo ya estoy buscando oxígeno, agarrada a lo alto de una estantería con los nervios como escarpias y con la lágrima asomando tras el rabillo del ojo, para, en cuanto él se pone a charlar con la niña, engancharme rápidamente, y sin mirar atrás, a mis redes, cual yonqui desesperada por su chute cibernético y murmurando para mí: es triste de pedir… Y en medio de mi ataque de ansiedad comunicacional, va mi santo,se acomoda en el sofá con la niña en su regazo, tan pacífica como un niño de esos de anuncios que no se mueven cuando les manosean y me dice con sorna: «uyuyuyuy, estás abandonando a tu familia…«. Y es entonces cuando llega la ambulancia a la puerta de mi casa, salen tres maromos cachas con el uniforme del samur, y me ponen las palas de esas que te meten nosecuántos vatios de potencia entre pecho y espalda… Y sí, luego, revivo…

Entonces, ¿qué pasa con el 2.0 dichoso y tanta red social (que cada día sale uno nuevo, leche) y tanto blog y tanta gente a la que conocer y tantas cosas que leer y tanta ansiedad por el saber…? ¿Nos ayuda o nos mete más presión aún? ¿Acaso soy una madre negligente cuando intento buscar un minutito para respon

der ese email que parpadea en mi cerebro? ¿Hay más madres y padres que se lanzan al ordenador como zombies a un higadito fresco cuando sus hijos cierran por fin los ojos y la boca? ¿Estoy siendo víctima del síndrome 2.leches? ¿Es esto bueno o malo?

Vosotras y vosotros, santos varones, ¿qué pensáis? ¿Somos las madres 2.leches unas adictas al wi-fi que desatendemos a nuestras familias?

Me voy, que se acabó la santa siesta…

Y tú, mujer, ¿qué eres?

Te levantas por la mañana, desgreñada y con ojeras, y te miras al espejo.

Y, además de las bolsas, las arrugas y las manchas por el sol acumulado durante los años, ¿qué ves?

¿Eres una madre abnegada, atenta a las toses de las tres de la mañana, que salta del colchón al mínimo suspiro y que sacrifica sus propios anhelos por ver cumplidos todos los deseos de tus pequeños?

¿Eres la esposa enamorada, siempre dispuesta, siempre despierta, siempre atenta a las necesidades de tu hombre, como si después de él no hubiera nada ni nadie?

¿Eres una mujer en la treintena que busca su identidad igual que lo hacía a los quince y no se reconoce en los trajes de sastre ni en los tacones?

¿Eres una profesional en lo tuyo (sea lo que sea a lo que te dediques) y todos tus pensamientos durante las 24 horas del día se enfocan a prosperar y llegar más lejos en tu carrera?

¿Eres amiga de tus amigos y abandonas hasta la cita con el Papa para ir a tomarte unas cañas con tus chicas?

¿Eres maruja de tu hogar y tienes la casa como una patena y a tus hijos y marido como sultanes en su harén?

¿Puedes serlo todo a la vez? ¿Realmente queremos serlo?

Ayer alguien me dijo que, como madre, al no trabajar, ya podía irme a mi casa a cuidar de mi hija. Como si eso fuera lo único y lo mejor que sé hacer. Como si ese fuera el papel que me toca y ya está. Sonríe, da las gracias y baja la cabeza. Y a casa. Y no molestes más.

Y aunque yo tengo claro que no soy completamente nada de lo anterior, sigo averiguando cuál es realmente mi papel en todo esto.

Postcards from Israel: día 4

Querido mundo exterior que pasáis calor:

Con una horita libre, debería estar haciendo algo sensato como dormir… Pero no puedo. Porque he conocido hoy tanta gente (nada nuevo, por otra parte, en esta semana) y he escuchado cosas tan interesantes, que no puedo evitarlo, tengo que escribir…

Es duro separarse de tu criatura durante tanto tiempo (ya,yaaaaaa, ya sé que solo es una semana, lo sé) y más cuando a tu alrededor no haces más que ver embarazadas, simpáticas blogueras y empresarias con sus bebés de dos meses adosados cual marsupiales, y doulas encantadoras en DYADA, una empresa dedicada a asesorar a mujeres embarazadas y con bebés, que te cuentan con pasión y entusiasmo a lo que dedican su tiempo, que básicamente es a ayudar a dar a luz en casa a quien lo desee (pienso en Lady Vaga, por ejemplo, quién seguro hubiera disfrutado de la charla….).

De verdad que intento no pensarlo y afrontar el reto desde mi lado más «no-madre», todo el mundo me lo dice («es buenísimo para ti como persona, esto te está enriqueciendo», y todo eso que ya me sé de memoria y que me repito como un mantra) porque si lo hago desde mi experiencia personal, desde mis sentimientos como madre «superiora» y cuidadora de mi hija, os aseguro que perdería las formas, le arrancaría el bebecito de dos meses a su madre de la mochila, e incluso del pecho en pleno momento «almuerzo», y me lo llevaría a una esquinita para abrazarlo, olerlo y recordar a mi niñita querida, mi amor, mi mayor razón para levantarme cada día (y esto lo digo aún sabiendo que ella no me echa naaaaada de menos porque se pasa todo el día en la «pitina», vamos, ni punto de comparación conmigo…).

Así que, como tengo que comportarme, me aguanto las lagrimitas y me contengo educadamente. Sonrío a todas las mujeres con niños con las que me cruzo (que según mis cálculos deben ser como millones, todas las del país se han congregado en Tel Aviv para cruzarse en nuestro viaje), hago fotos cual japonesa sin vida anterior, le enseño sus fotos hasta al portero del hotel (quien también opina que es igualita a mí, lo normal) y me quedo rumiando mi nostalgia y mis ganas de comérmela a besos como si fuera una caníbal afectiva o una yonqui adicta a mi pequeña….

Y todo esto, además de ser una soberana tontería, además me lleva a preguntarme algo vital, ¿soy adicta a mi hija? ¿Hace tanto que no soy «yo solamente yo» que ya no sé serlo más? ¿He perdido algo por el camino? ¿Soy mejor o peor que antes?

Esto tendré que meditarlo con un gin tonic, pero quiero terminar esta postal de hoy diciendo que hay muchas diferencias entre las mujeres israelís y las españolas, o al menos que las que yo conozco, y yo misma. Pero cuando me cruzo con ellas, y las miro con cara de cordero degollado mientras ellas achuchan a sus bebés contra ellas con orgullo, la sonrisa que me envían como respuesta me tranquiliza, es como un abrazo, como un «tranquila, sé lo que estás pasando», un «te entiendo» muy cariñoso. Y me reconforta, un poco.

Besos desde Tel Aviv!!