Con H de echar de menos

Qué extraña es la vida. Qué sencilla y qué oscura a la vez. Qué de momentos brillantes y cómo, sin apenas parpadear, esa luz se apaga, dejándote perdida y confusa.

Qué extrañas somos las personas. Qué sencillos e intrincados somos todos a la vez. Qué de momentos sublimes y dulces a los que siguen arcadas de amargura y tristeza.

Qué difícil es asimilar que la gente buena se marche. Qué áspero el momento en el que sientes su ausencia. Qué poco nos detenemos a valorar el tiempo que hemos pasado juntos.

Qué a tiempo estamos si me estás leyendo de parar unos segundos para agradecer. Para agradecernos. Para sonreírnos.

Para celebrarnos.

Para bailarnos.

Qué imposible de admitir que la gente buena se marche.

Qué agujero se te queda dentro. Qué domingo por la tarde, qué mañana sin café, qué canción sin voz para cantarla.

Qué fortuna habernos cruzado en todas las líneas del multiverso con seres increíbles. Personas que trascenderán a su propia existencia porque han marcado, y lo seguirán haciendo, las vivencias de otras criaturas. Incluso más allá de su tiempo. Incluso sin saber realmente lo increíbles que eran.

Gracias, Miguel, Hematocrítico, por haberte cruzado en nuestras vidas, en mi timeline y entre mis libros, en mis recuerdos y en mi vida, para siempre. Porque ya te echamos de menos y todo lo que dejas es bueno. Qué fortuna habernos cruzado.

Gracias por todo, Hemato.

Gracias por hacerme reír y querer seguir viendo el lado amable de este baile.

Te echamos ya tanto de menos.

Cuando tu pasión te devora

Hoy escribía en LinkedIn una reflexión sobre la película The menu (muy recomendable, a pesar de no ser perfecta, ni mucho menos) porque veo mucho a mi alrededor, y en mí misma, como, en muchas ocasiones, aquello que amamos, nuestra profesión, puede convertirse en algo que nos daña.

Y como me aplico lo que predico: todo al blog.

La película The menu, además de dejarte bastante mal cuerpo, te hace reflexionar mucho sobre el sinsentido de llevar al extremo aquello que nos gusta, trabajos que nos satisfacen, pero que al convertirlos en dioses a los que servir nos devoran, literalmente.
Enfocada a la alta gastronomía, me parece muy buena reflexión y una sátira muy acertada sobre cómo nos volvemos irracionales con aquello que elevamos a los altares, olvidando lo básico, aquello que nos satisfacía en los detalles más sencillos, como comer una hamburguesa simplona y sin mil excentricidades.
Trabajos creados para servirnos y cuidarnos, alimentarnos, vestirnos, sostenernos, que se convierten por obra y gracia de la industria y el mercado en ARTE, objetos, momentos, de lujo, inalcanzables para gran parte de la sociedad, parte de la élite, y que ya no tienen el mismo sentido ni nos alimentan ni nos cuidan. Y además, ya no nos satisface llevarlas a cabo.
Desde luego, la película es toda una experiencia y que a mí me ha hecho pensar mucho en qué valoramos hoy en día, de lo que hacemos y, sobre todo, por qué.

Será que hoy es viernes y acumulo cansancio y estrés de una semana. Será que lucho contra la ansiedad como forma de vida y que aquello mismo en lo que trabajo y me encanta, también es causa de esa ansiedad. Es viernes, y quizás por eso merece la pena volver al blog, traeros un temazo y pensar en qué adoramos y por qué esa adoración puede estropearlo todo.

Y devorarte.

«Yo, precario»: La precariedad en el sistema con Javier López Menacho

Hoy abrimos de nuevo este podcast accidental para charla con el escrito Javier López Menacho sobre su último, y primer libro, «Yo precario» publicado por La Caja Books.

La precariedad es algo que todos, en mayor o menor medida, hemos vivido o seguimos viviendo. Unos lo definirán como curtirse en el mundo laboral, otros como la explotación pura y dura. Trabajos carentes de objetivos a largo plazo, mal pagados y que convierten a quien los «sufre» en piezas de un engranaje que los consume, y que todos, todos, utilizamos para mantener nuestro propio estatus alcanzado (sea el que sea). Repartidores, teleoperadores, repartidores de publicidad, el muchacho que se mete en el traje de las mascotas que divierten a vuestros hijos en el centro comercial mientras paséis y compráis… Una precariedad que, sin embargo, va mucho más allá de esos puestos de trabajos malpagados y biensufridos. La precariedad como virus, o bacteria, que nos está enfermando como sociedad. La precariedad que, como bien cuenta Javier en el podcast, va hasta nuestra salud mental, agotada, exhausta y a la que se abotarga con medicamentos.

Que no os asuste este texto tan aciago, debe ser el frío. El podcast queda mucho más esperanzador. Y además os recomendamos muchos libros y series. Y hasta música. ¿Qué más se puede pedir? ¿Un sueldo no precario?

Aquí os dejo el enlace al libro, super recomendable:  https://es.bookshop.org/a/11460/9788417496654

Y como lo mencionamos también, el podcast en Madresfera sobre su libro anterior La generación Like: https://www.spreaker.com/user/madresfera/generacion-like

Seguid a Javier en Twitter @LopezMenacho y no dejéis de leer todo lo que publique!!

La canción de la montaña

Foto de Massimiliano Morosinotto en Unsplash

«If you want to choose the pleasure of growth, prepare yourself for some pain». – Irvin D. Yalom

A veces me gustaría dejarles a mis hijos más cartas, más palabras que puedan ayudarles el día de mañana. De fondo, el anhelo inútil de acompañarlos siempre. Y la certeza de que muchas de las cosas que quiero decirles se quedarán en el cajón, tras los calcetines desparejados.

Y una de las cosas que me gustaría decirles mucho, y que supongo que acabaré verbalizando de alguna manera mucho menos poética que aquí, será que la vida duele. Y cuesta. Y que está llena de valles y montañas.

Y que eso es vivir.

Que no hay secreto mágico para sanar las heridas del camino y que seguir andando supone esfuerzo, cansancio y hasta ganas de dejarlo muchos días.

Quiero decirles que a veces estarán solos y tendrán que llevarse bien con su sombra. Es la única que les seguirá hasta la cumbre.

Que se irán encontrando a mucha gente mientras caminen. Que harán grandes amistades y que ese trecho junto a ellos será más liviano. Pero que el camino sigue siendo propio, y a lo mejor sus sendas se separan, y tendrán que tirar solos de nuevo.

Y es parte del viaje. Saber decir adiós y seguir adelante.

Y secarse el sudor y las lágrimas de cansancio, o de arrepentimiento, o de incredulidad.

Me gustaría mucho decirles que la vida es plena e incompleta a la vez. Que somos incoherencia pura. Que estarán rodeados de belleza y quizás no quieran verla. Pero estará ahí esperando que ellos se paren para observarla.

Que el dolor va implícito en esto que llamamos aprender. Que no le tengan miedo al fracaso y rehacer parte de lo andado. Que no hay prisa alguna por llegar y que se tomen sus pausas, sus espacios y respiren. Que tomen mucho aire y piensen bien dónde pisan. Que nadie más que ellos debe manejar sus tiempos. Y que, además, las prisas de los demás nunca serán las suyas.

Ojalá sean capaces de entender que vivir lleva en sí mismo encerrado el dolor y la dicha. Y de encontrar en ellos mismos las ganas de seguir andando cuando no esté tras ellos, soplándoles en la nuca y diciéndoles qué hay hoy de comer…

Check one, check two…

Nadie sabe qué es vivir. Todos tenemos definiciones de café humeante y amaneceres urgentes, pero cada día, cada hora, cada minuto se retuercen como entes autónomos frente a nuestras ganas de modelar la realidad. Nada es lo que pensabas que sería. Y el día a día, el hora a hora, el minuto a minuto, nunca va a cumplir del todo con tus expectativas. Ni con tu plan, si es que tenías uno.

Y tras cada batalla cruenta, tras cada revés de ese guion no cumplido, toca revisar los restos del naufragio. Levantar las armaduras, curar heridas, masajear músculos doloridos. Escuchar el silencio roto por las pérdidas y los supervivientes. ¿Qué has perdido y qué ha quedado?

¿Ha merecido la pena?

Qué eres ¿inocente o culpable?

Echar cuentas con el momento es volver a casa y descansar. Es también recoger el fragor que aún queda en tu pecho y guardarlo en forma de cicatriz. Y de canción que tararear frente al fuego con los tuyos, si te quedan.

Tras la batalla, tú que has sobrevivido, podrás coser tu orgullo maltrecho y entender, puntada a puntada, que tú, amiga mía, no lo has hecho tan mal. Que llevas a tu espalda el peso de tu propia desconfianza, que cargas con tus errores en forma de años y desvelos, que te has dado de bruces contra ti misma y que el dolor más punzante es el que te produces luchando contra tu propio instinto.

Pero que a pesar de todos esos momentos de duda y de no entenderte, puede, amiga, que todo haya tenido sentido. Cada palabra que lamentaste pronunciar, cada mirada que pensaste inútil, cada momento que calculaste de más, todo ha ido empujándote a lo que hoy te lleva a estar en silencio. Y a escuchar tus latidos, acompasando el regreso de la guerrera.

Que vuelves a casa, por hoy, y que no lo has hecho tan mal.

Cuidado en la bajada

Imagen: Scott Goodwill (Unsplash)

Algo que siempre me ha sorprendido de andar en las montañas es que mientras la subida es lo más duro y para lo que parece que nos preparamos física y mentalmente, es la bajada la que más riesgo de lesión real presenta, al menos en mi experiencia.

Subir implica un esfuerzo que realizas ayudada por las ganas de llegar a esa cumbre, o ese lago helado en el que sumergir tus músculos extenuados. Subir tiene el aliciente de la recompensa y el esfuerzo llega impulsado y coreado por miles de vocecitas en tu cabeza que te están diciendo que puedes, que ya queda menos, que eres poderosa y que se te va a poner un culo estratosférico. Todo bien.

La bajada, sin embargo, es el momento más engañoso y más peligroso para nuestras rodillas. El coro vociferante está de siesta tras el esfuerzo previo y dan por hecho que el camino de vuelta será indoloro, sencillo y el trámite que se asume en la vuelta a casa. Vas con el piloto automático y relamiéndote pensando en la ducha triunfante cuando… ¡zas! La bajada te la juega muy fuerte y es el momento en el que nuestro cuerpito puede encontrarse más vulnerable, más blando y menos alerta y preparado para las mismas inclemencias que la subida.

Las bajadas en la montaña nos traen disgustos a menudo porque estamos con la mente en otras cosas y hemos dejado de pensar en el camino. Pero bajar es parte de todo. Es el yang de subir. Es tan necesario que si no bajas, ahí te quedas, colgada. Sin sol ya, con el sudor victorioso de la conquista oliendo ya a antiguo y a gimnasio de segundo de la ESO.

En la cumbre el sol se ve esplendoroso, pero dura mucho menos de lo que pensabas.

Las bajadas, los caminos de vuelta, las retiradas, son la parte que se oculta en las pelis de conquista. Son el momento en el que nos vamos a negro en una historia. Son lo que se obvia en toda narración de aventuras. Y los Hobbits volvieron a casa y abrazaron a los suyos… y luego se tumbaron por el dolor de gemelos que tuvieron durante días.

El ego solo quiere subir.

Pero la bajada es el momento más delicado.

Y hay que prestarle atención y hacerlo bien.

Adiós expectativas, hola realidad

Pues sí. Ya está ahí, vivito y coleando. Mi primer libro ya ha dejado el nido, después de todos estos meses en los que le he cobijado, dado forma desde cero, padecido, acariciado y hasta aborrecido… Hasta ahora que se emancipa, coge la maleta, me mira con lagrimita en los ojos y me dice adiós con la manita y el tupper de macarrones en la bolsa.

Porque a este libro, como a un hijo, solo lo he alumbrado, cuidado y engordado, hasta que ha tenido autonomía suficiente (y un distribuidor eficaz) para que se vaya de Erasmus y vea el mundo. Y dejará de ser mi retoño para darse de bruces con la vida, con el acné seborreico, las colas del paro o aprender a poner lavadoras separando el color del blanco.

«Tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma…» dice Khalil Gibran, y creo que este poema tan bello aplica también para los libros que escribes.

«Adiós expectativas, hola realidad» nace gracias a cruzarme con Planeta, tras años de reticencias a escribirlo y muchos, muchos noes a estas propuestas. Y lo hace ahora porque tal vez me poseyó una locura temporal en su momento. O porque mi yo insensato ese día tenía el valiente subido y ganó su discurso: «Hazlo de una santa vez y deja de buscar excusas. Exponte, atrévete, Hazlo ya».

Este libro nace con la idea de recoger mis experiencias como madre así como todo lo que he ido aprendiendo desde Madresfera: la gente a la que he entrevistado, mis aprendizajes, reflexiones y los errores que he cometido… Y por supuesto, y como sello de la casa y mi manera de sobrevivir, contado con MI humor y con la única intención de sacar una sonrisa a quien me lea.

No es una guía, ni un manual de crianza o de maternidad. Nada más lejos de mi intención sentar cátedra sobre un asunto tan complejo, tan personal, como es el de la maternidad. No hay maternidad perfecta, ni única, ni ideal. Y cuánto antes nos quitemos esa idea mejor nos irá para no juzgarnos cada día como si estuviéramos fallando al universo constantemente.

Rescatando el espíritu de este blog, he ido reflexionando, a mi manera, «floja y accidental», sobre un montón de puntos rosas, o negros, en la línea temporal de una madre cualquiera que soy yo o es cualquier otra: desde el palito que te da la noticia, pasando por las clases de preparación al parte, las amigas del parque, la elección del cole, la relación de pareja, las visitas durante el postparto, el descubrimiento del suelo pélvico, la exposición en redes sociales, la culpaTM o los cumpleaños infantiles. Un bonito resumen de la mandanga maternal, vaya.

Con este libro he querido reconciliarme un poquito con mi propia idea de madre, reírme de mí misma y mis expectativas, y también de lo que se supone que se espera de la maternidad en general.

Y sí, claro, hay mucho de mi madre en este libro. Porque no está y se fue antes de que yo me estrenara en la maternidad. Porque eso me ha marcado profundamente y ahora que tengo el libro entre mis manos la estoy llorando en cada página.

Escribo estas letras justo en el día de la madre, un día que no me gusta, que me entristece y que vivo cada año según me pilla. Y este año me pilla con criatura tierna recién publicada y por lo tanto es sal en la ausencia. Este año, especialmente este año, me duele no tenerla para compartir con ella algo que hubiera disfrutado más que yo.

Pero así es la vida. Y hay que coger aire, respirar y seguir tirando.

Seguir escribiendo, seguir bailando, seguir leyendo y seguir compartiendo.

Adiós expectativas, hola realidad sale a la venta el 11 de mayo, pero ya lo podéis reservar desde aquí. Espero de corazón que lo disfrutéis y me lo contéis.

Y por supuesto este post también tiene música.

El libro podría tener banda sonora con las canciones que usé para escribirlo… pero lo mismo eso da para otro post. Hoy os traigo mejor la música que tengo ahora mismo en mis oídos, y que me está ayudando a sanar mis cositas en un día como hoy.

Un abrazo fuerte

Paloma Llaneza, abogada aunque buena persona

Segundo episodio del podcast hermanito de este blog (qué alegría darle más vida, por cierto, no sabéis lo que quiero yo a esta bitácora que tantas alegrías me da). Nuestras reflexiones sonoras vuelven con una invitada muy especial, Paloma Llaneza.

Su propia presentación, «abogada, aunque buena persona» ya nos dice mucho sobre su sarcasmo, su sentido del humor, su inteligencia y una conversación interesantísima y que os aseguro que no deja charco en el que entrar (o sí, pero eso lo dejamos para el limbo del podcasting).

A Paloma podéis encontrarla en https://thellanezafirm.com/ y en Twitter aquí https://twitter.com/PalomaLLaneza.

Como sabéis que por aquí se recomienda muchas lecturas, no podéis dejar de leer su magnífico Datanomics publicado por Paidós en 2019 y que nos alerta sobre todas aquellas ocasiones en las que regalamos nuestros datos. Y sobre todo, nos habla sobre qué pasa, o qué puede pasar, con toda esa información tan extremadamente sensible e importante: nuestra privacidad.

Con Paloma hablamos mucho sobre libertad, sobre utopía y distopía, sobre el control de nuestra propia vida, sobre prejuicios y feminismo, sobre hombres y mujeres, sobre Gattaca, sobre gestación subrogada, sobre religión… Vamos, una charla bien completa y haciendo muchos amigos 😀

Ah, y la recomendación literaria del final: el profesor de filosofía Michael Sandel que nos habla sobre la meritocracia hoy en día.

Os dejamos el episodio y esperamos vuestras opiniones y comentarios. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.

Ah, y os dejo un minuto musical que no he incluido en el podcast por eso de los derechos y tal, pero que aquí no me resisto a colar, porque terminé la conversación y tuve que buscarlo, así soy.

Es nostalgia pura, pero es que Nyman y esta BSO a mí personalmente me dio muy duró allá en mis años de bachiller. Y por qué no mirar un poco hacia atrás cuando no pensamos más que en el mañana…

Accidental Mente, reflexiones flojas, y ahora también, sonoras

Pues sí, nos pasamos al podcast por aquí también.

Y Accidental Mente tendrá ampliación sonora aquí. Sin periodicidad fija, cuando venga bien, y con gente que sabe mucho, y con la que echar una charla interesante, y muchas veces, accidental. Aquí tenéis el feed para suscribiros si no lo queréis escuchar en plataformas.

Ha sido un placer estrenar con la periodista Ana Isabel Cordobés, una mujer a la que sigo hace años y que me parecía que tenía mucho que contar. Tanto que lo que iba para un ratito se convirtió en dos horas.