Días de poco cine

Hace ya unos años, dos y pico para ser súper exactos, que el mundo del cine y yo estamos regañaos. Con lo que yo he sido, madre… Yo, que me leía los Cahiers du Cinema en la biblioteca de la uni…Yo, la fan number one del insigne Gasset y sus Días de Cine de la 2 (el de Caye no, no la trago). Yo, que me he recorrido uno a uno, y con boina, of course, todo el circuito de cines alternativos de la capital, los de versión original y los que incluían música de cámara como banda sonora, y que me sabía hasta cuándo tocaba el ciclo de cine chiquitistaní en la Filmoteca

Con lo que yo he sido, una pedantona cinéfila de las buenas… Y ahora es que me dicen que me chupe la última del Von Trier y es que me meo de la risa (no culpen aún a mi estado, eso vendrá en unos meses). Vamos, que antes me depilo uno a uno los pelillos de los sobacos que someterme a otra más de esas torturas intelectuales de duraciones infrahumanas y que luego nadie entiende.

Y es que les confesaré que ahora veo muy pocas películas, pero que muuuuy poquitas. Ni buenas, ni malas, ni regulares. Porque, les explicaré, primero hay que encontrar el hueco. Que con una criatura de dos años es complicado, aunque no imposible, no nos pongamos tremendistas. Pero cuando la tienes acostada, o apañada con algún ser caritativo o la has enviado a otra dimensión alternativa (no me pidan explicación, cada uno que piense lo que quiera que es mejor), te lanzas cual campeona olímpica de asalto al sofá, y repasas mando en mano la retahíla de títulos que almacenas desde hace años en el disco duro, ejem, ejem, digo en la videoteca, pues como que la placentera tarea de ver algo decente se convierte en un ardua selección, acaso comparable con no encontrar reposiciones del Príncipe de Bel Air en la TDT.

Primero, la duración. Descartadas a partir de 120 minutos. Total, la mayoría…Porque desde hace un tiempo a los directores parece que les regalan los metros de película, así como en plan supermercado «¡estamosquelotiramosoigan!». Que ya me veo al director comprando a su tendero de confianza: «¿Me pone hora y media de filme de los buenos?, y me lo parte finito, ¿eh? Que el último no había quien se lo comiera de lo denso que me lo puso…». A lo que el fiel y comercial tendero, con eso de que estamos en crisis, agudiza el ingenio mercantil y le contesta, el muy sibilino: «Si se lleva tres horas de este en color le regalo el 3D premium y una hora más de extras que hará las delicias de sus fans. Vamos, se van a quedar encantados. Me está saliendo muy bueno, ya me lo dirá, ya me lo dirá…»

¡Y los incautos pican! ¿Por qué? ¿Por qué, amigos directores del mundo, os empeñáis en alargar nuestra agonía hasta el infinito? ¿Cuándo dejó de ser atractivo un final a tiempo, una retirada digna, un The End a la hora y cuarto de empezar la proyección? Porque yo puedo entender que, a veces, en muuuuuy contadas ocasiones, uno tiene que rodar Lo que el viento se llevó y claro, pues como que un dramón así , con lo que tuvo que ser eso, pues no se hace en una hora. Vale, pues ya está, ¡ya se ha hecho! Tampoco hace falta que todas sean Los diez mandamientos ni ustedes son Cecil B DeMille… ¡No nos jodan más a las personas con horarios normalmente apretados y hagan películas cortas!

Dicho esto, con tono más bien exaltado, las hormonas deben ser, añadiré que el segundo filtro a la hora de visionar es la temática. Como todo el mundo, vamos. Las que primero elimino son las de tensión de morder el cojín, de esas de persecuciones y mucho susto. Ni-de-coñen, amigo, me voy a tragar yo algo que eleve mis pulsaciones con lo elevadas que las tengo yo entras las entretenidas e inconclusas obras en mi mansión, mi exilio a ésta, la suegros’ keli, mi muela en estado crítico, mis proyectos laborales en ciernes, una conexión a internet alternante y esquiva, una preñez emergente con su consiguiente sopor y aletargamiento y mi inmersión en ese mundo aterrador del grupo social conocido como «esos padres que llevan a sus hijos en coche al colegio» y a los que se puede distinguir por ese tic intermitente en el ojo izquierdo, las llaves del coche incrustadas entre el incisivo superior y el colmillo superior y un niño lanzadera que aterriza solo en clase porque «¡tengo el coche en doble fila!».

Bueno, pues eso, que de estrés mejor que no.Y de llorar, ¡menos! Nada de dramones, tragedias ni nada que se le asemeje. De miedo tampoco, que luego sueño. Y como gracias al embarazo me toca salir de la camita a horas intempestivas al menos una vez a eso tan humano de hacer pis, pues no vaya a ser que encima me cague por las esquinas. Quita, quita.

Si me pones documentales o algo serio, me duermo. Es un hecho. Y si es un musical, también.

Total, que solo, solo, solo, solo elijo comedias. Pero para cuando he elegido una que dure menos de dos horas, que sea inteligente, rápida, que no sea una americanada, que tenga buena dirección y una fotografía excelente, que esté en versión original, que no salga Adam Sandler, salvo la de Little Nicky que ya me la sé de memoria, y, muy importante, que no sea española porque, en realidad, no es comedia sino drama, que ya me las conozco, pues cuando ya he terminado de elegir una, ya me ha entrado la modorra y casi que me voy a la piltra a soñar con pelis más cortas, obreros eficaces, elecciones democráticas y, en definitiva, un mundo mucho mejor.

Perdóname, mundo, porque estoy embarazada

Web petreraldia.com

Un buen día, engatusada quizás por la visión angelical de unos hermanitos andando de la mano por la calle, o bajo los efectos de alguna sustancia alucinógena, decides que ha llegado el momento de pensar en el 1+1, el otro ser, en la otra pieza del tetris, en otro bichito con el que enloquecer. Porque, piensas enajenadamente, tu criatura necesita un compañero de fatigas, de peleas, y porque esa sustancia alucinógena de procedencia desconocida te hace ver un futuro apacible, una familia de blancas dentaduras saltando por un valle florido, cogidos de las manos y brincando cuales cervatillos en una peli de Disney (antes de morir, claro). Así de alucinógena es la sustancia.

Pero funciona. Y te marcas el objetivo con rotu rojo: operación «Uno más».

¿Por qué? ¿Tiene algún sentido? ¿Es económicamente responsable? ¿Cabéis en casa? ¿Qué vas a hacer con tus proyectos profesionales en ciernes? ¿Sabes dónde te estás metiendo? ¿Realmente sabes dónde te estás metiendo? ¿Con la crisis que hay? Todas estas preguntas te acorralan, con su dedo acusador, mientras tú te acurrucas tras la espalda de tu santo y dices treintaytres ocho veces seguidas para ver si esas preguntas cojoneras se van directas e insidiosas a otros como la familia real, que son los que están procreando sin cesar, o a alguna familia del barrio, que también llevan buena marcha. Pero a ti que te dejan tranquila, que bastante tienes con saber tu día fértil, menudo coñazo, por cierto…

Y en éstas, que sigues tu camino, alternando entre la obsesión compulsiva del «que no me quedo, ay mare, que no me quedo» y el «pues mejor, mari, a otra cosa y te apuntas al gim», cuando, de repente, se te planta en casa el notición, ya hay bichito en preparación y las preguntas ésas asquerosas ya están amontonadas en forma de agujones mentales llamando presurosas a tu coco, hora tras hora, como enviadas de alguna institución oficial dedicada a mantener el nivel de natalidad a raya.

Pero bueno, como estás de subidón y te importa todo una merde, pues las dejas pasar y que se pongan cómodas en tu salón, si es que caben, que ya verán ellas si les merece o no la pena plantar su culo en tus felices planes.

Hasta que llega el día de comunicar al mundo, más conocido como the outside world, que ya no sois 3 sino 3 y pico con vistas a 4. Y lo más normal, lo más seguro, es que sea una alegría, una sorpresa, un motivo de celebración (hombre, no te ha tocado el Euromillones, pero bueno, se supone que un bebé es una cosa bastante positiva, dejando de lado ciertas circunstancias desfavorables que todos podemos imaginar). Pero sí, tú ya has pasado los veinte, maja, y los treinta. Tienes un santo de referencia que comparte tareas y lavadoras con bastante estoicismo y se puede decir que mientras no pierda el Madrid estáis felices como perdices. Y aunque ahora no estás «fija» en ningún sitio más que en tu casa, parece que eso no impide que sepas sumar 2+2 (o no) y puedas encaminar tus sapiencias a buen puerto. Y sí, tu mansión podía ser mayor. Pero dicen que el roce hace el cariño, no? Pues os vais a tener todos un cariño que lo flipáis.

Pero, además de las reacciones normales y esperadas de tus seres más queridos un día te encuentras con algo inesperado, un «¿cómo te atreves a tener OTRO hijo MÁS como están las cosas? Inconscientes, que andáis procreando y aumentando la sobrepoblación mundial, que no sabéis lo que hacéis»… Una reacción que te lleva directamente a mirar el calendario, no vaya a ser que en un viaje del tiempo a lo Doctor Who te haya teletransportado directamente a la posguerra de los años cuarenta, a algún momento postapocalíptico a lo Mad Max donde hay que ponerse cuernos en la cabeza y luchar cuerpo a cuerpo por la gasolina y por unas zapatillas de tela para tus churumbeles.

Pero no, para tu tranquilidad seguimos estando en un momento jodido, pero aún tienes luz eléctrica y gas, y agua, que puedes pagar, trabajo, acceso a sanidad gratuita (por ahora, ejem), mallas para aburrir, bragas Palominos en abundancia y no tienes a los servicios sociales llamando preocupados por tu problema con las sustancias y con dieciocho hijos desperdigados por las calles de Madrid. No, por ahora no se ha dado el caso. Y sí, la cosa está chunga, pero, por favor, no nos pongamos catastrofistas que una cuando se embaraza se pone muy sensible a las circunstancias externas y este positivismo extremo lo único que trae son dolores de cabeza inútiles y muecas absurdas de pasmamiento que darán lugar a arrugas de las profundas, te lo digo yo.

Y sí, has echado las cuentas, vía calculadora of course, y te sale que 2 son el doble de 1, totalmente cierto, pero a tu favor hay que decir que, cuando cocinas, siempre haces, como decía tu madre, para el tío Antonio y sus hermanos, así que al menos de hambre no vais a perecer.

Y una vez enviado este mensaje esperanzador a todas las preñás del mundo (y a las que no también, oigan, que yo no discrimino por bombo, sexo o religión) un poco de música del señor Chris Garneau para amainar tanta fiera apocalíptica. Y a disfrutar del embarazo, hombre ya, que luego nos salen como los delincuentes del Campamento de Cuatro y ya tendremos tiempo de sufrir y de arrepentirnos de habernos dejado llevar por visiones de la Casa de la Pradera, con lo que padecen los pobres…

A disfrutar!

El vía crucis mañanero, o cómo empezar el día a patadas

Empezar el día con alegría no es sólo el grito desaforado de una estridente y bifocal Leticia Sabater en sus años mozos (los de mi quinta puede que aún tengan pesadillas con esa imagen, yo sí). Es también una nube negra que sobrevuela las cabezas de muchos padres y madres del mundo mundial al sonar el despertador, cuando, legañosos y con la babilla aún paseándose por la mejilla, se asoman a los cuartos de sus criaturas para, una vez más, empezar el día.  Sigue leyendo

Un día me hago pandillera, avisados estáis

A vueltas con el día a día, con la realización personal, con la maternidad responsable, con la crianza con apego, con ser una buena madre, con las bragas Palominos dichosas, con mi (vida) entre paréntesis y con la crisis esta que nos han metido entre pecho y espalda precisamente los que siguen teniendo pasta, hay días como hoy en los que me comería viva, con pelos y todo a lo Ozzi Osbourne, a más de uno, en los que me cago en las políticas de recortes sociales (y en los políticos en general) y en cómo están convirtiendo un mundo medianamente llevadero en un olla de presión de las antiguas, de esas con el pitorrillo negro bailando encima, sí, de esas que pitan de sobre nuestras cabezas como diciendo «voy a explotar y os vais a enterar de lo que es una buena crisis, tontosdelculo».

El día en que vuelves de las vacaciones…

Parece que se te acaba una vida pequeñita  y alternativa que, como una buda de pacotilla, has decidido «vivir» mientras vives, que para la reencarnación, si es que llega, ya vendrán otros tiempos…

Se me han acabado las vacaciones, que este año no son reales sino mentales, porque como ya sabréis amigos (o no), esta vez no vuelvo a ninguna oficina a fichar, ni a enseñar moreno, ni a contar mis batallitas o lo grande que está la niña. No, amigo, no.  Estas vacaciones son memorables porque han sido de las de antes. De las que tenían nuestras madres, las que no trabajaban, claro. De las de lapsus mental que empezaban con la página 1 de las Vacaciones Santillana y terminaban mientras forrabas los libros con el plástico adhesivo transparente. Sí, de esas, de mari de toda la vida. Pegada a mi criatura (¿o ha sido al revés?) con un efecto ventosa tal que ya no sé si yo soy la niña o la niña soy yo… Sigue leyendo

Madres 2.leches

Aquí estoy, delante del ordenador, con la toalla en la cabeza y chorreando de la ducha pero tecleando febrilmente, cuando debería estar secándome el pelo y esas cosas normales que hace la gente cuando sale del baño… Y ¿qué hago? Pues me leo de pe a pa el blog de la sabia y muy inglesa Sally Whittle con este post sobre cómo afecta escribir un blog a la maternidad y me quedo con esta pregunta que cierra sus palabras:

«What do you think? Is blogging taking away from your ability to be a good parent – or adding to it?». O lo que es lo mismo: Tú qué piensas? ¿»Bloguear» disminuye tu habilidad para ser un buen padre/buena madre, o la mejora?

Lo leo y me digo: esta mujer me ha leído el pensamiento (incluso hablando otro idioma), o lo que me queda de ellos después de unos días a jornada intensiva como madre…

Porque ahora que ambas estamos de vacaciones (voy a llamarlas así aunque las mías son obligatorias como bien sabréis)  y estoy con mi criatura de sol a sol, con ella adosada a mi chepa y michelines sin pausa ni receso (salvo la santa siesta y la noche, of course) me encuentro así de pronto y sin aviso previo con un vacío existencial en mi persona y razón de ser: ¡no tengo tiempo para escribir en mi blog! Dios, ni para actualizar mi facebook, ni para responder los emails o fisgonear en twitter, ¡para nada! Si hasta hablar por teléfono requiere de la infraestructura de manos libres para poder empujar del carro mientras hago la compra, que en el Ahorramás ya me conocen como «la loca esa que se ríe a gritos mientras espera  el turno de la pescadería»… Vamos, que yo estoy requete-entregada a mi faceta como madre, y encantada, que no digo yo que no, pero coñe, que también tengo derecho a hablar y relacionarme con alguien más que no sean la familia de los Pepes (todos los muñecos de mi pequeña tienen el mismo nombre, para simplificar, vamos), la tendera del mercado y los amigos imaginarios de mi criatura, ¿no?

Pero en estas me acuerdo de una frase de mi santo, de esas que me ha soltado medio-en-broma-medio-ya-te-lo-suelto, cuando él llega a casa al final de una de esas tardes infernales-salidas-de-Mordor en las que mi hija ha decidido poner a prueba mi paciencia semi-infinita y yo ya estoy buscando oxígeno, agarrada a lo alto de una estantería con los nervios como escarpias y con la lágrima asomando tras el rabillo del ojo, para, en cuanto él se pone a charlar con la niña, engancharme rápidamente, y sin mirar atrás, a mis redes, cual yonqui desesperada por su chute cibernético y murmurando para mí: es triste de pedir… Y en medio de mi ataque de ansiedad comunicacional, va mi santo,se acomoda en el sofá con la niña en su regazo, tan pacífica como un niño de esos de anuncios que no se mueven cuando les manosean y me dice con sorna: «uyuyuyuy, estás abandonando a tu familia…«. Y es entonces cuando llega la ambulancia a la puerta de mi casa, salen tres maromos cachas con el uniforme del samur, y me ponen las palas de esas que te meten nosecuántos vatios de potencia entre pecho y espalda… Y sí, luego, revivo…

Entonces, ¿qué pasa con el 2.0 dichoso y tanta red social (que cada día sale uno nuevo, leche) y tanto blog y tanta gente a la que conocer y tantas cosas que leer y tanta ansiedad por el saber…? ¿Nos ayuda o nos mete más presión aún? ¿Acaso soy una madre negligente cuando intento buscar un minutito para respon

der ese email que parpadea en mi cerebro? ¿Hay más madres y padres que se lanzan al ordenador como zombies a un higadito fresco cuando sus hijos cierran por fin los ojos y la boca? ¿Estoy siendo víctima del síndrome 2.leches? ¿Es esto bueno o malo?

Vosotras y vosotros, santos varones, ¿qué pensáis? ¿Somos las madres 2.leches unas adictas al wi-fi que desatendemos a nuestras familias?

Me voy, que se acabó la santa siesta…

Tabla de ejercicios de la madre currante (part one)

Ante todo, vaya por delante mi admiración para quien, además de ganarse el jornal por cuenta ajena o «propiamente» propia de forma que además de satisfacer sus necesidades materiales pueda demostrar que es algo más que una chacha,  llevar a sus hijos aseados, sin mocos y con la cartilla de vacunaciones al día, organizar y controlar una casa, con sus comidas, sus armarios llenos de ropa, sus plantas sin que se sequen, y sus planchas de varias coladas, en definitiva, que además de todas esas tareas que puede llevar a cabo una fémina simultáneamente en tan solo 24 horas, ésta vaya y haga el milagro de multiplicar los panes y los peces y saque tiempo para cuidarse el cuerpo.  Y no hablo solo de depilarse, que también. Sino de ir al gimnasio varias veces a la semana, o de salir a correr, o de apuntarse al equipo de baloncesto del barrio. Vamos, lo que viene siendo hacer deporte así de forma regular y continuada.

 
Pero no, yo no soy de ese grupo de esforzadas luchadoras. Que lo intento, no se crean. Y hasta a veces pregunto los horarios en el gim más cercano, o me planteo, me imagino, lo que sería salir a correr por mi cuenta. Pero es tiempo perdido, lo sabe la rubia neumática que me da la tarjetita con las clases del «Kimura» y lo sé yo cuando guardo la tarjeta junto al taco de descuentos del DIA. No soy un animal de gimnasio y ya está. Y no sacrifico mis horas de sueño por casi nada en el mundo. Ya sea una clase de biotraining, un partidito de badminton o salir a correr esquivando cacas de los perros de los vecinos (esto leído a sí puede resultar ofensivo para mis vecinos. Y debería serlo, ojo).

Pero para mí, así como para todas aquellas mujeres a las que el devenir diario, la pereza existencial y el «no tengo tiempo ni para peinarme» les impide cultivar algo más y mejor su faceta física-deportiva-fitness in general, aún queda algo de esperanza. Aquí va una tabla de ejercicios de periodicidad a decidir según las necesidades, para mantenerte en forma sin renunciar a tu faceta «pasota-intelectual-agotadaypunto» y que he dividido en dos partes (o más) por su extensión y complejidad:

Algunos ejercicios en casa, o «indoor«, que me mola más

La casa puede ser, como dirían los libros del Club de las mujeres obedientes  que han creado en Malasia, el imperio de la mujer, su castillo, en el que atender diligentemente los deseos y necesidades de su hombre y sus vástagos. Pero en mi barrio es un marrón, y de los buenos. Y tampoco es que vayamos a matarnos para que salga en portada de Casa & Estilo, pero recogidita hay que tenerla, por las visitas y eso. Así que, ya que no nos queda más remedio, aprovechemos el tiempo mientras despejamos de pelusa nuestros suelos para poner a punto nuestros cuerpos turgentes en pos de mejores ocasiones de despiporre y jolgorio.

Sí, también está la Wii Fit, pero es pensar en sacarla de la caja y montarla y ya me canso, porque si lo tengo puesto siempre mi santo y yo tenemos que salirnos del salón. Además, mi hija tiene el «efecto velcro» muy bien desarrollado, y a cada cosa que hago que involucre un mando de la tele y cacharros tecnológicos, me la encuentro pegada, literalmente a mi torso, lo que suman trece kilos a mi anatomía. Así que pese a estar muy bien y ser muy relajante (aunque un poco cansinos y lentitos para el poco tiempo que yo tengo), a mí la Wii Fit se me queda en una utopía, una ilusión, una sombra, una ficción.

Flexionar bien las piernas al hacer las camas y meter los embozos. Nada de espaldas encorvadas, compañeras. El secreto de unas buenas «sentadillas» está en los muslos y los contramuslos bien prietos. Si lo vuestro es edredón, lo tendréis en un periquete. A las clásicas de sábanas y mantita, a currar un poco más. Apretad el culo y los dientes a partes iguales mientras pensáis en qué hace vuestro santo en estos momentos y por qué no ha dejado hecha la puta cama antes de partir hacia el deber.

Las lavadoras, momentos «tendimiento» y plancha posterior van asociados ineludiblemente a la flexibilidad de piernas y rodillas y la agilidad de brazos para separar el blanco del color y lo que va a desteñir, seguro, de lo que no saldrá nunca, como esa mancha de fruta de los baberos de la niña. La espalda en este paso es fundamental que siga erguida y, por supuesto, el culo siempre apretado pensando en la cantidad de ropa que lavas desde que te has «enfamiliado», cuando tú antes ponías un lavadora a la semana, y casi que era de media carga.

De puntillas, estirarás la columna como una loca para dejarte las ventanas y persianas limpicas como una patena. Aprovecha esta fase de tu faena para ejercitar esos brazos lacios que se te han quedado, mientras tú misma te repites: así, Mari San, dar cera, pulir cera… Aquí también apreta el culo, rítmicamente si te hace más ilusión, mientras piensas en la perra de tu amiga, la soltera, que está en estos mismos momentos, de farra en La Latina, sin pensar en el mañana…

Lavar los platos, o en su defecto, vaciar y rellenar el lavaplatos. Piernas, glúteos y brazos son la clave. Y si laváis a manita, mientras lo hacéis, es muy útil a la par que entretenido realizar tan divertida labor mientras ejercitas esos músculos desconocidos de los que te hablan en el embarazo con el famoso Kegel y sus apretones. Si no conoces la técnica, de la cual se hablan maravillas en los cursos de preparación para el parto, aquí están bien detallados, con dibujos a color, y una amplia explicación de cómo, cuándo y para qué están indicados.

Ejercicios para el camino hacia el curro, o «outdoor»

Oportunidad de oro para varias cosas de las cuales nuestros niños, tiernas criaturas, nos alejan sin darse cuenta: pensar, leer, cotillear la conversación de los de al lado, dormir, desayunar, y… sí, señoras, ¡ejercitar nuestros pechos, caderas y piernas con entusiasmo!

Las madres no currantes, no por eso menos merecedoras de un cuerpo de escándalo, reconocerán que ésta es una oportunidad de oro para todas estas actividades. Pero no pierdan ustedes el ánimo y el espíritu, porque cualquier excusa es buena para salir en soledad del nido familiar: peluquería, ginecólogo, incluso dentista, diría yo, todas ellas tan buenas como cualquier otra para mover con ímpetu el esqueleto y seguir apretando los glúteos con viveza y dinamismo.

En el coche, poco puedes hacer más que armarte de paciencia. Sí, también puedes apretar aquí el culo, bien visto.

En el transporte público, si es metro, lo tienes superfácil: ¡las escaleras son tus amigas! No, las automáticas, no, ni siquiera en las estaciones de la circular, en las que parece que sales del mismo infierno, y no solo por el calor. Si quieres que tu culo esté tan duro como tus callos, ya sabes, recuerda que cada escalón cuenta.

Si vas en autobús o tren, y tienes agarraderos a tu alcance, no lo dudes. Aparca el libro por un rato y lánzate como una posesa a hacer anillas, a lo olímpico y con ansias. También los abdominales pueden ejercitarse de forma sibilina y silenciosa, de pie, y colgándonos de las barras. La clave está en contraer los abdominales inferiores y concentrarnos mucho, como cuando intentamos calcular lo que nos devuelven en la Renta. Claro, si estáis petados como siempre, limítate a apretar el culo y a sonreír, que dicen que además de mejorar el karma también te beneficia lo suyo.

Si vas en bici, cojonudo. Hazte con un kit de muda limpia para la oficina, un buen desodorante y el seguro a todo riesgo. No voy a perder el tiempo enumerando las ventajas de ir en bicicleta todos los días, pero vamos, se te va poner un tipito de impresión. Y si llevas detrás la sillita para el crío, mejor que mejor, más peso que contrarrestar. Puedes apretar el culo también aquí, sobre todo si, como es habitual, los coches te asedian de improviso creando oportunidades varias para que te suban las pulsaciones a más de 200.

Y si vas andando, pues estupendo. Sigue el ejemplo de las bandadas de mujeres en chándal que salen a las cinco a tomar las calles de la periferia, y anda siempre como si te estuvieras meando, «atometer». Por las zonas buenas, de postín, se han visto señoras calzando unas zapatillas de ondeantes plataformas que, según ponía en un cartelón del Corte Inglés te ayudan a adelgazar. Yo esto lo ignoro. Pero desde aquí lanzo una llamada de auxilio a los diseñadores de calzado deportivo. Porque adelgazarán o no, pero son feas de cojones.

Ah, y apretando el culo, of course.

Y continuará otro día, si WordPress quiere, con muchos más bricoejercicios y chupiconsejos para el día a día de la mari que trabaja.

La caída de un mito «ternesco»

En mi tierna infancia y más allá (que a mí la época de «ternesca» me duró casi casi hasta la veintena, jeje) las muñecas con todos sus accesorios formaron parte fundamental de mis tardes de juego. Mientras mi hermana, más madura que una servidora ya desde los primeros años, se dedicaba a la reflexión intelectual y a pensar en sus cosas de mayor, yo me perdía en mis mundos de Barbies y Chabeles.

La Barbie era la voluptuosa, en varias versiones princesiles o sacadas del mundo Lomana, a la que mutilé en varias ocasiones, desmembré con alevosía (a lo Dexter pero sin psicopatía que yo sepa) y en la que practique mis dudosas habilidades de esteticién: pelo, uñas, labios y no le hice la depilación porque la muy lista venía con la «Alejandrita» de serie, que si no…  Ahora reposa desnudica y desfallecida, entre barriguitas rechonchonas y osos de peluche raídos, rumiando su triste destino: ella, que todo lo tuvo, para la que estaba destinada la gloria…

La Chabel fue su sucesora: menos curvas, más joven quizás, más universitaria, algo más real, diría yo, y sobre la que no ejercí aquella violencia implícita. Tal vez fuera porque, a diferencia de la rubia de talla 120, la pequeña Chabel no tenía una cintura imposible si tienes más de una costilla, porque no tenía los brazos anquilosados en aquel ademán tan surrealista de gancho-para-bolsas, y no se pasaba el día de puntillas y sacando pecho (aunque le hubiera hecho falta, porque la pobre andaba algo falta de delantera), pero el caso es que la nueva generación de muñecas no generaba en mí ese afán transformista y cabaretero.

De todo esto me he acordado esta mañana, cuando me he encontrado con este documento visual, todo un alarde de mala leche en pos de una buena causa, organizado y orquestado por Greenpeace para denunciar la deforestación que Mattel está llevando a cabo en los bosques de Indonesia para producir las cajas en las que venden a la amiga Barbie.