No sé muy bien si la culpa, el sufrimiento y la autoflagelación nos vienen de serie como mujeres, como madres o como personas educadas en el cristianismo y el colegio de monjas (o por todo a la vez, en una mélange esquizofrénica). El caso es que leyendo este post en De mamas & de papas sobre la culpa maternal he encontrado una reflexión de Eva Piquer muy interesante sobre la ausencia de culpabilidad en las madres de antes, en las de la generación de mi madre y anteriores: “Por un lado estaba contigo todo el santo día, sin abandonarte para salir a ganarse las pesetas. Por la otra, en esa época los hijos se tenían porque tocaba y se educaban sin tantos manuales ni modelos de crianza”.
Y estoy de acuerdo con lo que afirma Eva, pero solo en parte.
Es cierto que por aquel entonces, por lo general, no se veían en la dolorosa obligación de «abandonar» a sus churumbeles para ir a currar, para eso ya estaba el esforzado cónyuge, para no llegar a casa hasta las nueve de la noche y no ver a los niños más que los fines de semana para poder llevar el jornal a casita.
Y es cierto que en su gran mayoría no se veían forzadas a elegir entre carrera y familia porque ponerse el delantal y tenerlo todo listo a la hora de comer era su deber y punto, les gustase o no.
Y es cierto que en su gran mayoría desconocían el término diabólico «conciliación», y cuando recogían a sus hijos del colegio no se reprochaban a sí mismas, cilicio en mano, haber llegado tarde, o haberse perdido la reunión de padres o al taller de manualidades con sus pequeños en la guardería.
Es cierto que fueron, en general, una generación de madres sin la culpa como estigma. No vivían con este reproche constante que ahora nos acompaña por no ser madres perfectas, de sonrisas perpetuas, paciencias infinitas y jornadas interminables siempre al dictado del bienestar de nuestras criaturas (pequeños tiranos en potencia que de osar hace unos años a alzarle la voz a sus señores padres como lo hacen ahora se hubieran ido a su cuarto con la huella de cinco dedos y un solitario bien marcada en el carrillo/en el culo/en sendas partes del cuerpo, pero ese es debate para otro día…).
Es verdad que no llevaban la culpa tatuada como nosotras, como señal generacional, que a veces pienso que nos va el sadomaso de lo mal que nos lo hacemos pasar. Pero, qué te voy a decir, que no las envidio para nada. Porque no, la culpa no era su estigma. Pero sí lo era la frustración. Y no es que sea patrimonio de generaciones anteriores el vivir una vida que no es la que hubiesen elegido de tener libre albedrío, pero si nos ponemos en plan comparaciones odiosas, antes lo tenían mucho más difícil para elegir. Y por eso, hace años, mujeres como mi madre dejaron de buena gana sus carreras, buenas o malas, sus trabajos, bueno o malos, y sus anhelos, buenos o malos, por ser lo que tenían que ser: buenas madres y buenas esposas, no siempre en ese orden. No todas, por supuesto. Pero sí una gran mayoría.
Sé que ahora nos autoimponemos miles de normas para ser mejores madres, y que tenemos mucha presión al tener que representar a la vez tantos papeles en esta obra loca: madre dedicada, mujer sexy y provocativa, persona intelectual y cultivada, trabajadora creativa, incansable y realizada, pareja amorosa y atenta a las necesidades de su santo, miembro concienciado de una sociedad indignada, activista política a ratos… Pero seamos conscientes de que gran parte de esta farsa la elegimos gustosamente nosotras mismas, aceptando unos roles que nos gustan y con los que nos sentimos identificadas, y a los cuales no queremos renunciar por nada del mundo.
Renunciar como hicieron nuestras madres. En definitiva. Renunciar y estar/sentirnos frustradas.
Pues sí, tienes toda la razón… Mejor culpable que frustrada, lo que pasa es que muchas veces nos gusta echarle la culpa a la pata de la cama cuando nos hemos escacharrao el dedo meñique. 😉
Sí, al final nos va el rollo melodramático mogollón…
muy buena reflexión…
Muchas gracias!
…sin olvidar a las más valientes, esas que deciden no seguir «la ley» y no tener hijos nunca.
Ya solo elegir es un acto de valentía, y mucho más si no es lo que se espera de ti… 🙂
Cuanta razón tienes, y que difícil es hacerlo entender.
Antes frustradas, ahora culpables….pero el caso es que seguimos juzgando, a los demás y a nosotras mismas, con fuerza digna de titanes…y ese es nuestro principal demoño…
Ah claro, nunca estaremos a la altura de nuestras propias expectativas, pero lo importante es ser conscientes de esa paranoia y que no domine, tanto, nuestras ya caóticas existencias, jjjjj
pues si, tienes razón pero cuesta admitirlo en público. En mi opinión lo que hemos «mamado» en casa tiene mucho que ver, en mi caso mi madre tiene estudios universitarios y una carrera profesional muy buena, aún trabaja aunque ya se plantea la jubilación, y mi hermana y a mí nos han educado con todos los frentes abiertos: carrera profesional, vida familiar, maternidad, tiempo para una misma…y todo en primera línea de combate y sin chica 24h interna en casa que es el camino fácil, mi madre lo hizo y creo que bastante bien, así que espero poder hacerlo más o menos igual 🙂
Pues claro que influye lo que hemos visto en casa, eso está claro. Luego ya cada una apechuga con sus decisiones y sigue su camino… sea como sea, currando, estudiando, con excedencia, en el paro, con jornada partida o ampliada, con chica o sin ella, el caso es ser lo más feliz posible.
Sentirse Culpable también es una elección!
Totalmente de acuerdo, May!