Escalofríos de la muerte: obras en casa

Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor, y quien tenga esas tres cosas que no se meta nunca en obras…

Así es la canción, amigos, al menos en mi barrio.

Porque las obras, ya sea cambiar los azulejos del baño, echar el gotelé o renovar las cañerías, son el castigo que nos vuelve por algo medio malo que hayamos cometido, seguro. Que yo en esas cosas del karma creo mogollón. Y con cada día en los que obreros polvorientos invaden mis murallas y me empapuzan los suelos con esas huellas del 50 que no salen ni lijando las baldosas, yo estoy purgando algún pecado de grado 3 en la escala criminal.

Todas las obras tienen un mismo elemento común demoninador: la incertidumbre.Sabes cuando empiezas, pero nunca, repito, nunca, cuando acabas.

Aunque a veces ni siquiera está tan claro cuando la crisis llegará a tu vida. La primera obra que hice en casa, así a lo grande y estando ya instalada, empezó una semana antes de lo pactado (por qué? porque sí), un sábado a las nueve de la mañana, con el pijama puesto, la bata y una panza de unos cuantos meses de embarazo. En pleno desayuno relajado y festivo, se hicieron fuertes en mi casa una cuadrilla de cinco o seis hombretones de distintas procedencias y nacionalidades, que maza al hombro, se colaron en mi baño con eso de «voy a ver cómo está el techo antes de na…» y en menos que silva un canario me habían dejado el baño con vistas al cielo de Madrid (o en su defecto al suelo de mi vecino de arriba). Así, sin piedad, con mi santo y una servidora con la mandíbula hasta el suelo y jurando y perjurando que habíamos quedado con ellos la semana siguiente, para avanzar en su destrucción total por el techo del pasillo y la cocina.

Que no dí a luz allí, en ese mismo instante y lugar porque una, del susto, apretó bien las piernas mientras corría a salvar sus enseres íntimos de las manos del «Chernobyl» (nombre cariñoso con el que apodamos a este ser destructor, de palillo entre las muelas y sobaco pendenciero) y sus compinches de brazos tatuados y gorra calada hasta las cejas.

Aquel fue, sin duda alguna, el peor comienzo para una obra que pudiera haberme imaginado. Pero al menos, si hay que buscarle algo positivo, no tenía más que la panza como pasajero, y podíamos emigrar dignamente, mi santo y yo, allá donde nos quisieran, sin tener que cuadrar horarios, guarderías, comidas y demás…

Que es, básicamente, lo que nos ha tocado en esta ocasión, nuestra segunda obra a lo grande. Y es que a la incertidumbre de no saber cuándo terminará esa pesadilla, al esfuerzo que supone desmontar, limpiar y volver a montar una casa y huir como forajidos durante una semana, tienes que sumar la labor de artesanía que supone sacar a la cría de su casa, de la guardería y de su rutina durante todo ese tiempo.

Que si lo piensas bien y con tiempo, no lo haces. Ni loca.

Porque después de cinco días en entorno abueril (dando gracias desde aquí al acogimiento político), la niña está colgada de las cortinas, gritando que no a todo lo que no sea chocolate y contestando solo si es su abuelo el que la llama. A mí es que ni me mira, y toda mi autoridad se ha visto reducida a esa figura borrosa que la lleva a dormir por las noches, la regaña cuando hace cosas mal y no le deja jugar a la pelota en el salón con las figuritas de Lladró de la suegra. Ideal, vamos. Dos años de condicionamiento a lo Pavlov echados a la basura en menos de una semana… (es broma, eh? que yo a mi hija si la educo-condiciono ya es siguiendo alguna escuela mucho más actual tipo Super Nanny o cosas así).

Menos mal que somos unos inconscientes, que no tenemos cabeza (ni ahorros después del pastón que se han llevado los señores obreros) , que a la niña la volveré a meter en cintura en cuanto pise este suelo nuestro (del que no saldrá la huella del «Chernobyl» ni aunque pasen veinte años) y que después del sacrificio me va a quedar la casa, como mínimo, como los baños de la Preysler, que si no…

15 comentarios en “Escalofríos de la muerte: obras en casa

  1. Uffffffff escalofríos me dan, efectivamente!!! Qué terrrrrrrrrrrrrrible lo de las obras. Yo de momento paso hasta que sea estrictamente necesario. Y es que con muebles y dos niñas en casa ¡ni jarta de vino! Ya vivimos las obras en casa de mi madre a la semana de nacer Mencía. Menos mal que fueron rápidos, eran muy majos y además, terminaron y empezaron cuando estaba previsto. Pero aún así!!

  2. ¡Qué pereza irse con los suegros!…yo casi preferiría vivir permanentemente con casco y hacer pis en un cubo y lavarme en palangana, en definitiva y resumiendo: ¡Qué valiente!

  3. ay como me alegro de haber hecho la obra antes de la mudanza y del churumbel!! tres meses me duró dejar la casa alicatada y acabé hasta los mismísimos moños…

    ánimo!

    1. jejeje, ya, lo malo de las obras es que no siempre puedes planificarlas como quisieras… a veces te llegan, así, de sopetón, y o te lías la manta a la cabeza o al segundamano de cabeza, jejeje

  4. Jum! Desde aquí mucho rollito zen y recuerda pasar la aspiradora por las paredes, que el alicatado deja huella cual escape radiactivo y es malísimo para los niños el polvo de la cerámica.

    Atentamente,

  5. Mi chico se dedica a las reformas y la gente q ha pasado por malas experiencias con las obras tiene mucho miedo!! A veces le llaman para arreglar los «destrozos» q otros han hecho en casas, hay cada historia… a mí por lo menos, me sale gratis la mano d obra!!! 😉 suerte y espero q acabe todo muy bien.

    1. Mira qué suertuda!!!! Al final es que además de la pasta, lo que más duele es lo indefenso que te quedas en manos de un «Chernobyl» cualquiera…
      Gracias, por ahora volvemos a la normalidad, con cajas, pero en casa por fin!

  6. jajajajajajaaj acabo d leerle a mi churri esta entrada y él (d procedencia soviética) se ha partido con lo de «El Chernobyl» jajajaajajajaja q bueno!

    genial q ya estéis en casa, a disfrutar lo regonita q ha quedao! 😉

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