El «Plan de Parto Subversivo» de Lady Vaga

Hay días que encuentras cosas útiles que comentar a tus amigos. Otros días descubres una canción que necesitas compartir con el mundo porque si no lo haces, explotas. Hay días en los que tu hija hace algo que no puedes callarte y has de ir repasando uno a uno los números de tu agenda, colgarlo en el muro del facebook y ponerlo en twitter para que, cual Pantoja desatada, todos vean los progresos de tu «paquirrina del alma».

Y hay días en los que, de repente, te llega algo que debes, DEBES publicar, compartir, repartir y casi gritar, para que toda aquella interesada lo pille al vuelo, lo imprima y lo use como buenamente pueda y quiera. Se trata de un plan de parto de Lady Vaga, que he encontrado en su blog, Dolce Far Niente, y que me ha hecho sonreír a eso de las siete de la mañana, que ya tiene tela.

Me ha hecho sonreír, pero también me ha recordado que hace unos días, cuando le pregunté a un amigo por el parto de su mujer, me respondió que bien, que el parto bien, y el destrozo, el normal.

Que hoy en día, a estas alturas de la película, lo  normal sea «el destrozo» es señal de que algo no va bien.

Por eso, y para que nadie vea normal que practiquen la vainica en nuestras partes, entre otras cosas, se hace obligada la reproducción de este texto.

Disfrútenlo y pasen a agradecérselo a la autora. Yo ya lo he hecho.

Plan de Parto Subversivo (by Lady Vaga)

Visto el trato tan malo que nos han dado a algunas en nuestros partos, lo conservadores (por no decir otra palabra) que se ponen con el protocolo en ciertos hospitales y lo variopinto de las respuestas que recibimos cuando presentamos un plan de parto, he decidido liarme la manta a la cabeza y presentar un plan bien explícito, que no deje lugar a dudas acerca de mis convicciones y deseos.

Podemos comenzar con un saludo tradicional y, a continuación, pasar a exponer nuestras ideas (aquí van sin orden ni concierto), por ejemplo:

– No deseo parir tumbada patas arriba: esta posición, además de humillante, es incómoda y dificulta el parto. Si usted, señor doctor, quiere estar cómodo durante mi parto, con gusto le prestaré mi almohadita cervical o le daré el teléfono de un buen fisioterapeuta. Pero a la hora de parir, me colocaré  como me dé la gana, que para eso soy la que está en ello. ¿O usted haría el pino yendo de público a un circo para ver a los acróbatas del revés directamente, sin esfuerzo por parte de ellos? Pues eso.

– Quiero deambular durante la dilatación: no se preocupen, no pienso  hacer el camino de Santiago, simplemente denme libertad de movimiento y no me molesten. Estaré por el pasillo.

– Déjenme ingerir líquidos durante la dilatación. Y no me digan que no puedo por si acaso hay que intubarme, porque por esa regla cualquiera de ustedes debería vivir en ayunas, no vaya a ser que tengan un accidente en plena calle y requieran anestesia… ¿Se imaginan tener que ayunar durante horas antes de salir de vacaciones, por si tienen un golpe con el coche?

– No me induzca el parto para terminar en la fecha y hora que a usted le convengan: puede usar sus poderes mentales para intentar convencer a mi hijo por telepatía de que salga, pero nada de meterme oxitocina a chorro sólo porque a usted le venga bien. Si tiene prisa por irse de fin de semana o a cazar, con gusto esperaré a que comience el turno otro profesional más serio.

– No me rasuren: si ustedes quieren ver señoritas depiladas, en Internet hay muchas páginas dedicadas al particular. Si a mí me incomoda el vello, lo llevaré arregladito de casa. Ah, ¿que es por el riesgo de infección? Pues no sé yo, doctor, si esos pelarros largos que tiene usted en los brazos son de PVC… Mmmh, ¿que dice que es para ver la zona donde tendrá que coserme? Pase entonces, por favor, al punto siguiente.

– No se le ocurra cortarme: vine con mis genitales intactos y es mi intención llevármelos en el mismo buen estado de revista. Si usted quiere usar la tijera, puede cortar unas guirnaldas o farolillos con los  que decorar el paritorio para dar la bienvenida a mi hijo.

– No me pongan enema: si encuentro desagradable la posibilidad de «hacérmelo» delante de ustedes, yo misma me pondré un microenema en casa. Pero absténgase de molestarme con esas fruslerías durante mi trabajo de parto. Si les incomodan los residuos biológicos, harán bien en cambiar de empleo.

– No quiero tactos: sólo los mínimos imprescindibles. Adjunta encontrará la foto de mi amigo John, jugador profesional de baloncesto, que se ha ofrecido gentilmente a hacer un tacto rectal a cada persona que intente hacerme un tacto innecesario. Por supuesto, les mandará la factura por sus servicios al término de los mismos. No le den las gracias, John es así de bien dispuesto, además de medir dos metros diez.

– No me hablen como si tuviese tres años: entiendo perfectamente lo que me dicen y me gusta decidir por mí misma; sé que es un vicio feo y molesto, pero es lo que tiene haber sido criada en democracia.

– No hablen de chorradas mientras nace mi hijo: para ustedes será el trabajo de cada día, pero para mi familia es un momento sagrado. Me importa tres narices si su equipo de fútbol ganó o perdió, si la vecina del quinto pone la música alta o si su madre ha comprado una freidora buenísima. Si  quisiera escuchar  tonterías, pondría la tele. Cállense.

– No interfieran en mi lactancia: mi bebé no necesita leche de vaca nada más nacer, sino estar con su madre (que  soy yo, por si no les había quedado claro), así que nada de biberones. Si algún miembro de su equipo tiene complejo de Ganímedes y quiere servir un refrigerio, agradeceré nos traigan la carta de vinos para escoger el más adecuado.

– No se metan en mi forma de criar: los enfermeros y enfermeras que nos visiten durante nuestra estancia en el hospital harán bien en abstenerse de proferir comentarios del tipo de «¿pero otra vez con él al pecho? Eso es vicio», «Pero, mamá, si de ahí no sale nada, toma, dale  un biberón» o «No te lo metas en la cama, que luego no salen hasta que se van a la mili». En mi entorno hay un viejo aforismo: «La que quiera criar, que se preñe». Con gusto explicaré a esos profesionales las opciones a su alcance para embarazarse con un lenguaje ampliamente comprensible (es más, hay una versión «exprés» de esa charla que se resume en sólo tres palabras; las dos primeras son «que» y «te», pero me ahorro la tercera porque mis padres criaron una hija muy fina).

Et  voilà, ahora cerramos con una despedida divinamente educada, sacamos todas las copias que estimemos oportunas y ¡hala!, ya tenemos nuestro propio plan de parto políticamente incorrecto. Por supuesto, podemos personalizarlo en función de nuestras necesidades, añadiendo o quitando lo que consideremos oportuno. Y que nadie diga que no hemos sido bastante claras.

Amen hermana.

Realidad aumentada: cinco minutos

5 minutos (de una a otra)

– ¡Hola mari! Hija, cuánto tiempo, ¿cuánto hace? Dos días ¿no?

– Ay, hija, es que llevamos un ritmo que no llego, no llego… Al pequeño lo tengo con fiebre en casa y sin nadie que me lo cuide así que permiso en el trabajo por tres días seguidos, que ya ni me voy a atrever a mirar a mi jefe a los ojos cuando vuelva; a la mayor me la han castigado en el cole por haberse comido los plastidecores de su compañero de mesa y la tengo que llevar todas las tardes para que haga sus trabajos a la comunidad escolar, y como no tengo quien se quede con el pequeño pues estoy concertando citas con el cole para poder llevarla el mes que viene, martes y jueves, que es cuando yo puedo porque mi suegra se queda con el niño, de aquí hasta el 2015 . Y de mi marido ni te cuento, que es que ni le veo, hija, que nos comunicamos por mensajes, y me llega todos los días a las doce de la noche, muerto de sueño… ni hablamos ni nada, nos sentamos ahí los dos en el sofá, nos pasamos el cigarro a medias, la cerveza del Lidl y nos vamos a dormir hasta las seis de la mañana, vamos como para ponernos a nada, ganas me quedan a mí de otra cosa que no sea planchar la oreja… Es que no llego, no llego, el día menos pensado me dice que quiere el divorcio, o que está con una de su oficina que le cuida más que yo y no le da tantos problemas, vete tú a saber… ¿Y tú? ¿Qué tal? ¿Te han pintado ya las paredes?…

5 minutos (de uno a otro)

– ¿Qué pasa, chaval? ¿Cómo estás?

– ¡¡Hombreeeee!! Bien, bien, liado como siempre. Ya sabes cómo son estas cosas, los niños, el trabajo…

– Sí, sí, ya… uy, que empieza el partido.

La carrera de las buenas madres

Cuando hablo con mis amigas embarazadas y primerizas siempre constato las innumerables dudas que nos asaltan a todas (alguna excepción habrá, de aquellas que desde los cinco años sabe que va a ser una madre fantástica, pero yo no la conozco aún). Y es, entre otras muchas de extrema gravedad, si seré una buena madre.

Dios, es hacerte esa pregunta a ti misma o a los demás y empiezan a pasar por tu mente todo tipo de escenas futuribles en las que se pondrán a prueba tus dotes innatas (en teoría) como criadora, amamantadora, cambiadora hábil de pañales, justa pacificadora y astuta negociadora/secuestradora de juguetes, experta en nutrición, en detectar fiebres incipientes con la palma de la mano, en introducir supositorios con suavidad pero firmeza…. Y miles de superpoderes más que ni la Marvel ni DC en sus mejores tiempos es capaz de aunar en un solo personaje (que yo sepa a Wonder Woman no le asoman los discos absorbentes por el corsé ni utiliza el sacaleches como arma arrojadiza)…

Todo eso es una carga que ya desde el primer mes de gestación te vas acostumbrando a llevar sobre tus hombros. O sobre tu panza, que se va convirtiendo con los meses en apoyadero de lujo para el bol de cereales. Y la respuesta de todo el mundo, por lo general, cuando manifiestas tus dudas sobre tu habilidad para coger a una criatura tierna como un bollito recién salido del horno, suele ser, simplemente, que eso te sale. Que le vas cogiendo el aire. Que no sabes de dónde pero te viene. Como cuando has estudiado mogollón y vas al examen sin chuleta ni nada, convencida de que cuándo veas la pregunta, la respuesta te llegará volando desde el Sitio de las Respuestas Correctas, donde se encuentran las actualizaciones del Android, los emails con buenas noticias que llegan de repente, y la pericia para manejar a tu bebé la primera vez que lo metes en una bañera.

Y bueno, es un poco así. Pero vamos, tampoco es que en cuanto das a luz te ilumines con la gracia maternal, cual santo en sus mejores tiempos. Ni cuando estás postrada en tu cama de hospital, dolorida, confusa y agradecida de que ya haya pasado todo, se abre frente a ti una nube celestial entre cantos de querubines de la cual surge una mano inmaculada que te entrega el Carnet de Puntos de la Buena Madre (con su manual de instrucciones adjunto, en dvd y con explicaciones en 7 idiomas).

No, amigas primíparas. Aunque ya lo sospecháis, esto no sucede (al menos no en la Seguridad Social. A lo mejor en la privada sí, pero lo dudo, en serio). Ni los niños vienen con un pan debajo del brazo, ni la ínclita Ana Rosa escribe los guiones de su programa, ni nuestra pericia como madres es una destreza que nos viene de serie, como el ABS.

Amigas gestantes, todas esas habilidades, como en muchas otras facetas de nuestra vida, las vamos aprendiendo sobre la marcha, eso sí metiendo quinta, o sexta. Y a veces te equivocas de camino, y tienes que dar media vuelta y corregir la trayectoria. Pero eso pasa en todo, ¿no?

Y que no os den gato por liebre, no hay una única forma de hacerlo. Aquí cada uno va encontrando su camino para hacerse con su bebé de la mejor manera: hay quien los coge mucho en brazos, hay quien no los coge más que para cambiarlos o darles de comer, hay quien los duerme al pecho, hay quien practica el colecho, hay quien les da biberón desde el primer día, hay quien sigue dándoles teta a los tres años, hay quien les pone Mozart aún cuando no tienen ni siquiera las orejas formadas, hay quien contrata niñeras chinas para que vayan cogiendo el acentillo mandarín al estornudar, hay quien les lleva a la guarde a los tres meses y se va llorando al trabajo, hay quien no le saca de casa hasta los dos años porque no quiere que se resfríe…. Hay miles de opciones y para cada una de esas familias ésa es la suya, es la buena y es la que le vale. Y ya está.

Así que, felices amigas que esperáis mientras estáis esperando, tranquilas. Esto no es una carrera por ser la mejor madre, aunque a veces nos hagan sentir así desde el mundo exterior. Todas estamos igual de perdidas cuando estamos preparadas en la salida. Aquí lo único que importa es hacer lo que más le conviene a tu pequeño, que obviamente no viene escrito en ningún manual, ni sale en Internet (ah, no? seguro? No).

Mejor ver esto de la maternidad como un paseo, a eso de las cinco de la tarde, en primavera, en el que no compites por ser una buena madre, sino que verás como una andadura de largo recorrido con sus saltos, sus descansos, sus banquitos a la sombra y sus atajos o desvíos, y en el que, por suerte, os encontraréis un montón de seres humanos en circunstancias similares a las vuestras con los que reír, llorar y sobre todo andar acompañados. Lo haréis bien. Seguro.

De culpas y frustraciones maternales

No sé muy bien si la culpa, el sufrimiento y la autoflagelación nos vienen de serie como mujeres, como madres o como personas educadas en el cristianismo y el colegio de monjas (o por todo a la vez, en una mélange esquizofrénica). El caso es que leyendo este post en De mamas & de papas sobre la culpa maternal he encontrado una reflexión de Eva Piquer muy interesante sobre la ausencia de culpabilidad en las madres de antes, en las de la generación de mi madre y anteriores: “Por un lado estaba contigo todo el santo día, sin abandonarte para salir a ganarse las pesetas. Por la otra, en esa época los hijos se tenían porque tocaba y se educaban sin tantos manuales ni modelos de crianza”.

Y estoy de acuerdo con lo que afirma Eva, pero solo en parte.

Es cierto que por aquel entonces, por lo general, no se veían en la dolorosa obligación de «abandonar» a sus churumbeles para ir a currar, para eso ya estaba el esforzado cónyuge, para no llegar a casa hasta las nueve de la noche y no ver a los niños más que los fines de semana para poder llevar el jornal a casita.

Y es cierto que en su gran mayoría no se veían forzadas a elegir entre carrera y familia porque ponerse el delantal y tenerlo todo listo a la hora de comer era su deber y punto, les gustase o no.

Y es cierto que en su gran mayoría desconocían el término diabólico «conciliación», y cuando recogían a sus hijos del colegio no se reprochaban a sí mismas, cilicio en mano, haber llegado tarde, o haberse perdido la reunión de padres o al taller de manualidades con sus pequeños en la guardería.

Es cierto que fueron, en general, una generación de madres sin la culpa como estigma. No vivían con este reproche constante que ahora nos acompaña por no ser madres perfectas, de sonrisas perpetuas, paciencias infinitas y jornadas interminables siempre al dictado del bienestar de nuestras criaturas (pequeños tiranos en potencia que de osar hace unos años a alzarle la voz a sus señores padres como lo hacen ahora se hubieran ido a su cuarto con la huella de cinco dedos y un solitario bien marcada en el carrillo/en el culo/en sendas partes del cuerpo, pero ese es debate para otro día…).

Es verdad que no llevaban la culpa tatuada como nosotras, como señal generacional, que a veces pienso que nos va el sadomaso de lo mal que nos lo hacemos pasar. Pero, qué te voy a decir, que no las envidio para nada. Porque no, la culpa no era su estigma. Pero sí lo era la frustración. Y no es que sea patrimonio de generaciones anteriores el vivir una vida que no es la que hubiesen elegido de tener libre albedrío, pero si nos ponemos en plan comparaciones odiosas, antes lo tenían mucho más difícil para elegir. Y por eso, hace años, mujeres como mi madre dejaron de buena gana sus carreras, buenas o malas, sus trabajos, bueno o malos, y sus anhelos, buenos o malos, por ser lo que tenían que ser: buenas madres y buenas esposas, no siempre en ese orden. No todas, por supuesto. Pero sí una gran mayoría.

Sé que ahora nos autoimponemos miles de normas para ser mejores madres, y que tenemos mucha presión al tener que representar a la vez tantos papeles en esta obra loca: madre dedicada, mujer sexy y provocativa, persona intelectual y cultivada, trabajadora creativa, incansable y realizada, pareja amorosa y atenta a las necesidades de su santo, miembro concienciado de una sociedad indignada, activista política a ratos… Pero seamos conscientes de que gran parte de esta farsa la elegimos gustosamente nosotras mismas, aceptando unos roles que nos gustan y con los que nos sentimos identificadas, y a los cuales no queremos renunciar por nada del mundo.

Renunciar como hicieron nuestras madres. En definitiva. Renunciar y estar/sentirnos frustradas.

Madre no sólo hay una…

Un momento trascendental para toda madre bloguera, igual nos da la implicación, el seguimiento, o los motivos, es el momento en que, por primera vez, busca las palabras blog y madre en Google.

Entonces es cuando te dices: pues sí, va a ser que hay más de una…

Pues sí sí, amiga mía, hay más de una, y de dos, y de tres. Y gente muy buena, y otras un poco cansinas, y algunas con las que te partes la caja, y otras a las que directamente vetas del RSS. Tampoco es que haya descubierto la luna con esto, ya me hago a la idea. Pero en un símil estúpido es más o menos como cuando tenía el iPhone aquel de primera generación, y me sentía como el último habitante del planeta, y un día descubres que hasta el repartidor del Ahorra Más se apunta los encargos en su iPhone 4. Más o menos, digo.

Abróchense los cinturones porque vamos allá con un rápido y ameno paseo por el panorama materno-blogueril de nuestro país. Ojo, que no es un ranking, ni están todos los que son:  una está muy limitadita y además, si me pusiera a recopilar todos los sitios de interés relacionados con nuestra protagonista de hoy, la ciber-mater, después habría que sedarme con un buen par de nolotiles y meterme derechita entre almohadones y con música de Michael Nyman ante tal empacho de mamis, mamitas y madrazas.

Eso sí, si me dejo alguno muy, muy bueno, ruego me lo recomienden al final del post.

– Reivindicativas. Uno de los grupos más numerosos. Con o sin sentido del humor, pero casi siempre «con» y «del bueno» recorren casi todas las facetas de lo que puede llamarse el día a día de una madre moderna y por lo tanto semi-enloquecida: conciliaciones infernales, luchas matinales para vestirse, guarderías y sus penurias, noches de insomnio, falta de sueño, etc. Hay muchas, de muchas formas y colores. Ejemplos mil: Mi vida con hijos, Baballa, cómo ser una madre trabajadora y no morir en el intento,  Mamá sin complejos, Madre y más, Cómo no ser una drama mamáLoulou y Cia, Treinteañera con hijo, Ahora la madre soy yo, Pequeñas cosas de mis peques, Cosas que (me) pasan y etc, etc. Declaro mi debilidad y admiración por Blog de Madre, por simpatía, empatía, y por el universo, que lo ha querido así.

– Colectivas, como Im-perfectas

Consejeras y didácticas, como Demamas.

-Con carreras de medicinaDiario de una mamá pediatra, o Ingeniería como Ingeniero y madre en la vida, o piloto como Los que vamos contra corriente.

Internacionalizadas, como Una mamá española en Alemania, o Una española en Munich,

– Especializadas en moda para bebés como Bebestilo o Compritas para los peques. Y en moda alternativa, como No soy ñoño, que es más una web que un blog, pero que me ha gustado, y como es mi post, pues lo incluyo.

– En recetas para niños como Pequerecetas.

En decoración para niños como Decopeques.

– En proceso de como Mi vida sin hijos, o en pleno embarazo, como Ay madre, o casi recién estrenadas, como Embarazada novata

– Defensoras de la lactancia materna, la crianza natural, el colecho y los portabebés, todas creyentes en la palabra de San Carlos González (me incluyo entre sus fieles, amén), como Con la teta hemos topado, o Tenemos tetas (la maternidad impúdica), o Mamá vaca, o Maternidad diferente. De este tipo hay muchísisisisimas e interesantísisimas. Si te pones a explorar entre todas ellas habrás acabado antes de dar el pecho que de leer posts sobre estos temas. Y lo digo por experiencia.

– Digna mención para el apartado paternal con Historias de papá loboParaguas en llamas o el  bizarro y surrealista, El hombre ama de casa.

– Hay incluso uno que ni siquiera va de cosas de madres, y que se lleva la palma, Mi madre es idiota.

Y podría seguir, que me dejo todo el apartado inglisss y demás idiomas. Pero ya no quiero, que se me pasa la vida y el turno para la pelu.

Eso sí, un apunte. Madres cibernéticas del mundo, los anunciantes nos tienen localizadas. Vienen a por nosotras….

Reflexiones a pachas I: Cosas que dejé de hacer tras ser madre

(Conversaciones maternales sin fundamento con otra mujer, madre y, a la sazón, persona, muy versada en este arte de no saber de nada…)

Blogdemadre: – Dejé de depilarme a menudo. No hay tiempo. Ni ganas. Si no fuera por las sesiones de láser que religiosamente pago, hoy por hoy tendría la epidermis igual de poblada que Chewaka. Lo mismitico. Accidentalmente: – Depi…¿qué? Yo todavía sigo intentando cerrar una cita en algún sitio para someter a mi cuerpo al láser más destructivo que haya, tipo rayos catódicos en los que aparezca Belén Esteban, que me evite volver a pronunciar esa palabra. La última vez que lo intenté me echaron con malas artes acusándome de insensata, y de ignorante, por plantearme algo así mientras daba el pecho a mi criatura. Debe ser que a mi niña le gustaba agarrarse a mi cuerpo velludo mientras comía….

Es imposible ver en casa una peli de dos horas del tirón… (Lo del cine es todo un lujo para el que hay que organizar la agenda de dos o tres familias , el calendario de un ministerio, y poner un anuncio en el BOE, así que descartado desde la raíz hasta las puntas) .-Este fenómeno puede deberse principalmente a dos causas: a) Los miniseres lloran o ronronean o se tiran algo encima e interrumpen la emisión en plan agentes encubiertos de la censura  b)Te quedas sopa en los títulos de crédito, incluyendo hilillo de baba en cascada sobre cojín. –Voto por la b, y sumo la b de bodrios con los que, a veces, nos autotorturamos, por no ser capaces de estirar el brazo y darle al ON del disco duro en vez del mando de la mardita tele…

No he vuelto a meterme las pajitas del McDonalds en la nariz para hacer la morsa y pasar un ratico chisposo. Si Lasniñas te ven – me digo – te imitarán y te pasarás los próximos seis meses de tu vida en el mostrador de Urgencias por rotura de venita nasal diversa. – Sí, bastante tienes ya con mantener una vigilancia 24 horas, que ni prosegur ni leches, y aún así en el micronanosegundo en el que te despistas para sacar la comida del fuego, para cerrar el grifo del baño, o incluso para pestañear, nosesabecómo pero ya se ha tropezado con su propio pie y se ha comido el quicio de la puerta. Como para darles ideas…

He dejado de hablar por teléfono cuando, donde y como quiero. Ahora hay que coordinar los horarios de tus hijos con los horarios de los hijos de tus amigas y, al menos yo, tengo prohibidísimo, bajo pena de muerte como poco, que me llamen al fijo, pasadas las diez de la noche.– Aparte de que el ring-ring despierte a las fieras corrupias, el problema es que a las diez el cerebelo está tan espongiforme y abatido que la conversación se termina reduciendo a un tipo test, en el que tu amiga pregunta y tú contestas con monosílabos que asienten o niegan lo que oyes. Si te callas un rato largo ella sospechará que no tienes opinión o que te has quedado frita cual narcoléptica anónima. Pero es tu amiga y te quiere, hombre.

Desde hace tres años no me he echado vaselina en los labios con calma y tranquilidad. Tengo que hacerlo a escondidas, bajo el abrigo, darme la vuelta, esconderme tras las macetas; si me ven, meterán el dedo en el bote y harán hoyos tan profundos como cráteres. Luego tendré que recomponer el firme como Pretty Woman tras el partido de polo. – Pues sí, lo de comerse la vaselina, el cacao, las barras de labios, el rimmel… es de juzgado de guardia, espero que al menos sean nutritivos y sustitutivos de alguna comida principal, como las barritas de cereales y esos inventos.

Ejercicio. Mi momento más activo del día es cuando subo las cuestas de mi barrio empujando el carro de mi hija para llevarla a la guardería. Llego sudando, eso sí, y aprieto mucho el culo mientras subo, que dicen que es lo bueno.
Hay que ser ladina y aprovechar momentos furtivos. Sentadillas al recoger las plastidecor del suelo, pesas al levantar a Lasniñas en vilo cuando montan drama en plena calle, 100 metros obstáculos salón-cocina para evitar que se metan en la lavadora y cierren la puerta, pilates y estiramientos al perseguirlas por el sofá…Es todo un mundo esto del ejercicio materno.

No he vuelto a ir a un restaurante sin preguntar antes de sentarme «¿Tenéis trona?» Lo hago incluso cuando voy yo sola o con amigos cuarentones entraos en carnes. Que la carita de no entender del maitre es para verla…
– La trona, el baño con cambiador, el teléfono para emergencias, si tienen plastidecores y papel para jugar, si hay globos para que la niña se entretenga… ¡Lo de menos es la carta!

Ya no pretendo tener orden en casa. Es virtualmente imposible controlar los juguetes de mi hija, y he terminado deduciendo que, no sólo tienen vida y conciencia propia, sino que además tienen un malvado propósito oculto en sus diminutos cerebros de plástico que es extenderse por mis suelos, invadiendo cada metro cuadrado, y que como escaladores en la carrera de los ochomiles, van plantando su banderita y proclamándose dueños y señores del territorio inexplorado del baño, el pasillo o el patio. – Ojo, esto entra dentro de lo paranormal. Creo que Supernani debería establecer una joint venture con Iker Jiménez para tratar de explicar porqué las barbies tienen esa querencia a meterse bajo tu cama o porqué siempre hay algo con ruedas en el suelo que te hace tropezar y cagartentó cuando vas con prisas.

No he vuelto a tener intimidad ninguna, ni una pizca, mínima, pequeña y chirriquitica; ni muchísimo menos he vuelto a pretender cerrar el pestillo del cuarto de baño cuando me ducho o hago pop-ó. Las patadas, puñetazos y gritos al otro lado de la puerta me asustan mucho. Sé de un bebé que llegó a arrancar la puerta de las bisagras con sus manitas y se coló dentro, ante la atónita mirada de una señora, que ni siquiera era su madre. – Es genial que tus criaturas te observen mientras te acicalas, o te duchas, o esas cosas que se hacen en el baño. Al menos así no te aburres y así le puedes ir explicando la bonita teoría de la relatividad, el porqué de la existencia humana o si hay Dios allá en el otro mundo.

He dejado de comprar lencería de la buena porque ya no la luzco!!! He tenido que obligar a los reyes magos a regalarme estas navidades un kit de supervivencia consistente en unos cuantos conjuntos dignos y presentables, que no sabe una cuando va a tener que ir al médico, todos igualitos, de algodón y sin encajes ni transparencias, ni leches de esas sexys, y por favor cero costuras y cero mondadientes, que no tiene una el cuerpo para estrecheces… – Comotentiendo! Yo estoy pensando reunir todos mis tangas y hacerme una colcha. Qué penita. Qué poco rendimiento y vida útil…Por no hablar de los saltos de cama de tacto sedoso arrinconados y sustituidos por el pijama de franela y la media rodillera. Cuánta desazón.

He dejado de leer. Snif, snif. Ni libros, ni periódicos. A lo máximo que llego es a los cinco renglones de las propiedades del champú, en español y portugués, mientras no haya nadie dando patadas a la puerta del baño. Ay qué tristeza más gorda me acaba de invadir… – Mientras no te invada el espíritu del Señor Potato, aún queda esperanza. Siempre nos quedará la jubilación para leer en la consulta del médico, con cataratas y vista cansada, mientras nos contamos los achaques y nos enseñamos las fotos de los nietos.
– ¿Señor Potato? …. Mmmmm.. ¿Ein? Otro día. Se me quema la cena.

Esa fea costumbre de sufrir

Esta tarde, como muchas, mientras luchaba con el carrito de mi hija para avanzar por las «bacheadas» calles de mi barrio, iba amenizándome el paseo con las noticias de la radio. Y algo he oído que me ha hecho sonreírme para mis adentros: las mujeres vivimos más años que los hombres. Sí, más. Pero peor.

Sí. Lo de que las mujeres somos más longevas ya no es noticia. Pero lo de que llegamos a la senectud en peores condiciones me ha hecho gracia, por llamarlo de alguna forma.

Decían en la noticia, de RNE, por cierto, que el hecho de trabajar fuera y dentro de casa, de ocuparnos de los hijos y en muchos casos también de los padres, supone para las mujeres un envejecimiento mucho más duro que el de los hombres. Vamos, tampoco es que hayan descubierto la pólvora o la fórmula de la coca-cola, pero sí que me ha hecho pensar. No ya en la eterna discusión sobre la igualdad de sexos. Tampoco en la supuesta y no cumplida conciliación laboral-personal. Y ni siquiera voy a entrar ni de refilón en el papel sacrosanto que cumple y seguirá cumpliendo la mujer en la familia y en la sociedad. No, ahí no está el asunto hoy.

En lo que sí que he caído, una vez más, es en esa fea, y ancestral, costumbre que tenemos las mujeres de tomárnoslo todo tan a pecho, que parece que se nos va la vida en ello. Ya sea que la caldera no funciona como dios manda, que hay que encontrar unos calcetines a juego con la chaqueta de la niña o que el carnicero te pone en la tesitura de elegir si quieres morcillo o falda para el cocido, todo lo convertimos en un asunto de estado mayor, digno de un cónclave al llegar a casa con tus mejores amigas y consejeras, en torno al problema en cuestión. Y eso en los mejores casos. Porque más de una nos llevamos el berrinche del siglo, con hipo y todo, si la falda del año pasado no nos entra, no dormimos pensando en cuánta gente habrá visto ese maldito pelo-negro-de-bruja debajo de la barbilla que ya medía casi un metro cuando al fin nos lo hemos descubierto, o nos «emparanoiamos» apagando las luces de casa y sin hacer ruido cuando llaman a la puerta y sabemos que nos quieren vender algo…

Sí. Ya sé que esto va por barrios, y que más de uno habrá que también padezca estos ataques de realidad trágica que nos sobrevienen a muchas. Y que, por el contrario, también las hay más panchas que un ocho, que les da todo igual y pasan tres o cuatro pueblos de las cosas. Pero yo me refiero a esa inmensa mayoría dominadas por el cromosoma X que sufren en silencio o a grito pelao, y en las que tristemente, y aquí sufro de nuevo, me incluyo.

Envidio con toda la intensidad de mis mechas esa actitud pasivo-ignorante, tan masculina, que podría representarse acústicamente con un «buah». Envidio esa forma de pasarse las cosas-no-importantes-para-ellos por los mismísimos, y seguir viviendo tan dignamente, como si nada, como quien hace zapping en la tele mientras se rasca otra vez los mismísimos, cuando nosotras nos mortificamos, arrastrándonos por las esquinas, acosadas por nuestras dudas, nuestros «porqués», nuestros «deberías» y nuestros llevárnoslo todo a lo peor. Porque si llevamos a los niños a la guarde mientras nos vamos a currar les vamos a traumatizar de por vida. Porque si no hacemos horas extras en el trabajo nos van a tachar de lastre en la oficina. Porque si nos tumbamos a la bartola un domingo por la mañana nosotras mismas nos laceramos en nuestros «adentros» hasta conseguir levantarnos y ponernos a planchar los malditos uniformes del colegio…

Sufro porque envidio a los hombres. Porque son más «asín»… Porque solo se enfadan en serio cuando el árbitro no pita esa falta, que estaba clarísima, ¡joder! Y les envidio, sobre todo, porque no se echan a la espalda los problemas. Los muy ladinos los esquivan. O se compran una moto.