Esa fea costumbre de sufrir

Esta tarde, como muchas, mientras luchaba con el carrito de mi hija para avanzar por las «bacheadas» calles de mi barrio, iba amenizándome el paseo con las noticias de la radio. Y algo he oído que me ha hecho sonreírme para mis adentros: las mujeres vivimos más años que los hombres. Sí, más. Pero peor.

Sí. Lo de que las mujeres somos más longevas ya no es noticia. Pero lo de que llegamos a la senectud en peores condiciones me ha hecho gracia, por llamarlo de alguna forma.

Decían en la noticia, de RNE, por cierto, que el hecho de trabajar fuera y dentro de casa, de ocuparnos de los hijos y en muchos casos también de los padres, supone para las mujeres un envejecimiento mucho más duro que el de los hombres. Vamos, tampoco es que hayan descubierto la pólvora o la fórmula de la coca-cola, pero sí que me ha hecho pensar. No ya en la eterna discusión sobre la igualdad de sexos. Tampoco en la supuesta y no cumplida conciliación laboral-personal. Y ni siquiera voy a entrar ni de refilón en el papel sacrosanto que cumple y seguirá cumpliendo la mujer en la familia y en la sociedad. No, ahí no está el asunto hoy.

En lo que sí que he caído, una vez más, es en esa fea, y ancestral, costumbre que tenemos las mujeres de tomárnoslo todo tan a pecho, que parece que se nos va la vida en ello. Ya sea que la caldera no funciona como dios manda, que hay que encontrar unos calcetines a juego con la chaqueta de la niña o que el carnicero te pone en la tesitura de elegir si quieres morcillo o falda para el cocido, todo lo convertimos en un asunto de estado mayor, digno de un cónclave al llegar a casa con tus mejores amigas y consejeras, en torno al problema en cuestión. Y eso en los mejores casos. Porque más de una nos llevamos el berrinche del siglo, con hipo y todo, si la falda del año pasado no nos entra, no dormimos pensando en cuánta gente habrá visto ese maldito pelo-negro-de-bruja debajo de la barbilla que ya medía casi un metro cuando al fin nos lo hemos descubierto, o nos «emparanoiamos» apagando las luces de casa y sin hacer ruido cuando llaman a la puerta y sabemos que nos quieren vender algo…

Sí. Ya sé que esto va por barrios, y que más de uno habrá que también padezca estos ataques de realidad trágica que nos sobrevienen a muchas. Y que, por el contrario, también las hay más panchas que un ocho, que les da todo igual y pasan tres o cuatro pueblos de las cosas. Pero yo me refiero a esa inmensa mayoría dominadas por el cromosoma X que sufren en silencio o a grito pelao, y en las que tristemente, y aquí sufro de nuevo, me incluyo.

Envidio con toda la intensidad de mis mechas esa actitud pasivo-ignorante, tan masculina, que podría representarse acústicamente con un «buah». Envidio esa forma de pasarse las cosas-no-importantes-para-ellos por los mismísimos, y seguir viviendo tan dignamente, como si nada, como quien hace zapping en la tele mientras se rasca otra vez los mismísimos, cuando nosotras nos mortificamos, arrastrándonos por las esquinas, acosadas por nuestras dudas, nuestros «porqués», nuestros «deberías» y nuestros llevárnoslo todo a lo peor. Porque si llevamos a los niños a la guarde mientras nos vamos a currar les vamos a traumatizar de por vida. Porque si no hacemos horas extras en el trabajo nos van a tachar de lastre en la oficina. Porque si nos tumbamos a la bartola un domingo por la mañana nosotras mismas nos laceramos en nuestros «adentros» hasta conseguir levantarnos y ponernos a planchar los malditos uniformes del colegio…

Sufro porque envidio a los hombres. Porque son más «asín»… Porque solo se enfadan en serio cuando el árbitro no pita esa falta, que estaba clarísima, ¡joder! Y les envidio, sobre todo, porque no se echan a la espalda los problemas. Los muy ladinos los esquivan. O se compran una moto.

8 comentarios en “Esa fea costumbre de sufrir

  1. ¿Pero qué quieres, mujer, si crecemos con el ancestral «para estar guapa hay que sufrir», luego llegan OBK y Maná, los rizapestallas, los tacones matadores, torturas depilatorias, reglas psicóticas, el primer novio canalla, el corsé de la boda, la episiotomia, la estría porculera, la depre post, el síndrome nido vacío, el sofoco menopausico… En definitiva, un no parar. Deberíamos tatuarnos en el gemelo el Nasias pa padecer, es lo que hay. Aunque también podemos reirnos de ello y escribir buenos posts 🙂

    1. Sin duda, el tema está en reírnos de nosotras mismas y de nuestras circunstancias (y por extensión de todo lo que se menea, jejeje)… a ver si así llegamos a viejecitas en mejores condiciones que la media nacional!!

  2. Totalmente de acuerdo contigo. Según leía no dejaba de darte la razón y pensar, que triste y difícil es ser mujer la mayor parte de los días. Y que impotencia cuando no se respeta tu trabajo ni en casa ni fuera de ella, pero lo que ellos hacen es fundamental para la salvación del mundo. Y quédate, que la llevas clara!
    En fin, al menos me libro de la episectomia!

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