Queridas madres, hermanas, amigas y lectoras desconocidas que pastáis por estos lares: nos están tomando el pelo, (los hombres no se salvan en otros temas, pero en este caso, permítanme que me dirija a mis camaradas, las féminas, porque, hasta ahora, todos los casos que he conocido en los que el cuento ha resultado venir de Oriente, el protagonista es un ella).
Y no solo nos toman por idiotas diciéndonos que nos suben los impuestos por la crisis mientras los que mandan se suben los sueldos y rescatan bancos en vez de personas. O cuando se argumenta que la televisión que tenemos es la que queremos y nos merecemos. O eso de que nosotras parimos, nosotras decidimos, ummm, lamentablemente ni siquiera en eso podemos decidir, en la mayoría de los casos.
Podría seguir. Estamos rodeados de mentirijillas y mentiras bien gordas. Pero lo que hoy me indigna, y me hace rechinar la dentadura empastada y unas cuantas endodoncias, es el tan traído y manido concepto, moderno, y guay, y progre, y más falso que la nariz de la Esteban o el morro de Esther Cañadas, de la conciliación laboral con la vida familiar (y con la vida en general, jejeje…).
Conciliar, según la santa RAE, es:
1. tr. Componer y ajustar los ánimos de quienes estaban opuestos entre sí.
2. tr. Conformar dos o más proposiciones o doctrinas al parecer contrarias.
3. tr. Granjear o ganar los ánimos y la benevolencia, o, alguna vez, el odio y aborrecimiento. U. m. c. prnl.
Si leemos cuidadosamente estas acepciones podremos observar algo curioso: al conciliar se busca unir de una forma equilibrada dos extremos contrarios entre sí. Lo que, aplicado a nuestro caso, señorías, la conciliación laboral, implica ni más ni menos que la vida familiar y la profesional son, per se, contrarias y opuestas entre sí. ¿Ah sí? Y ¿eso por qué no me lo dijeron en el colegio? ¿No nos han dicho por activa y por pasiva que las mujeres podemos trabajar y tener hijos y la vida sigue y santas pascuas? ¿No tenemos la «igualdad» tatuada en una nalga casi desde que nacemos, en esta sociedad-escaparate, de discursos demagógicos y promesas imposibles?
Esto, que ahora puede parecer de perogrullo, a mí hace dos años, entonces inocente ternesca, ingenua ciudadana recién parida y estrenada madre, bajo el influjo de los efluvios lácteos y los juramentos electorales me parecía una realidad perfectamente asumible y legalmente al alcance de mi mano. En mi cabeza, el germen igualitario que había crecido durante muchos años había dado como fruto la torpe certeza de que cuando dejase a mi tierna criatura de cuatro meses en la guardería, pobrecica mía, me quitaría la camiseta dada de sí y salpicada de manchas de madre primeriza y llorosa, y me pondría el traje a medida de mujer profesional, con estudios, carrera y con una lavadora de gran capacidad.
Y sí, por qué no, yo iba convencidísima de que podría desempeñar mi labor en ambos terrenos de una forma digna, bastante aceptable y bastante cara también, porque a la mensualidad de la guardería hay que sumarle la reducción en tu sueldo al elegir una jornada reducida (menos horas, menos sueldo, está claro y diáfano). Incluso tenía en mi extracto bancario un ingreso todos los meses por parte de la Comunidad de Madrid gracias a que una, en su afán, era madre trabajadora. Qué luego te da igual porque lo tienes que devolver en tu renta, pero bueno, parece que al principio como que daba ánimos.
Y así, desgarrada por dejar a tu pequeña tan pronto en brazos ajenos, vuelves a tu trabajo con más o menos alegría, con ciertas ganas de salir del aislamiento primíparo y llena de inseguridades tras el parón en el que, digámoslo así, no solo das a luz y chimpún, sino que, además, te conviertes en un ser básico, instintivo y primario destinado a satisfacer todas las necesidades de tu criatura.
Eso sí, por muy básico, instintivo y primario que seas, después del momento mamá-osa y cuando dejas al osezno alimentado, rechupado y recogido, también tienes algunas otras cosas que decir y que hacer.
Porque, a fin de cuentas, sigo estando igual de requetepreparada que antes, ¿no? Al abrir las piernas y empujar no me han desaparecido del curriculum los títulos, que yo sepa, ni los idiomas, ni los millones de cursos que he hecho, casi de forma patológica. Que yo sepa la pérdida de méritos curriculares no está dentro de los efectos secundarios de la epidural, o al menos, yo no firmé eso. Ni tan siquiera creo haber leído en ningún libro que haya contraindicaciones entre llevar discos absorbentes, saberte de memoria alguna canción de los cantajuego dichosos y aún así recordar los nombres de tus jefes o de tus clientes.
Y si todo esto es verdad, si cuando das a luz tu cerebro y tus conocimientos intelectuales no sufren una mutación irreversible que te dejan en estado «inservible como ente profesional» y solo aprovechable para ir de compras, cambiar pañales y tener la casita como una patena, si esto no ocurre, al menos que se sepa, y no está demostrado científicamente, ni ha salido en el Muy Interesante… Entonces, ¿qué coño pasa para que la conciliación laboral sea el nuevo timo de la estampita de nuestra era?
(Suspiro prolongado)
Pues yo lo tengo claro, lo que pasa es que cuando te dan el libro de familia con el nombre de tu criatura escrito con letra de caligrafía (que ya podían hacerlo a máquina, tanto 3D y tanta tontería…) las prioridades cambian, las empresas lo saben y, aunque están obligadas a dejarte en tu puesto, y bien que les pesa, hacen lo imposible por ayudarte a dejar paso a quien sí está dispuesto a currar hasta las once de la noche y, por supuesto, con una sonrisa en tu cara. Tú, en cambio, dejas de poner a la empresa antes que tu tiempo personal. Y para ellos dejas de ser un sujeto útil y disponible siempre que lo necesiten, algo realmente cuestionable en cualquier caso,y a cambio del mismo sueldo, pero bueno, cada uno es libre de aceptarlo o no. Que para esclavismo ya tuvimos bastante cuando hicimos las Américas…
Así que en vez de mirar tu productividad en las horas que estás en la oficina, de tener en cuenta la hora a la que llegas, o de dar facilidades para que se pueda usar el teletrabajo, ahorrándote horas en transporte en muchos casos, se tiende a contar no las horas que pasas allí, sino LAS QUE NO ESTÁS. Así me lo enseñaron a mí.
Por supuesto, no en todas partes se da este espectacular fenómeno de la naturaleza. Si eres funcionaria o tu empresa se desmarca del resto dando crédito a su personal, independientemente de su situación familiar, tienes más suerte, amiga. Muchas de las mujeres que conozco con estas condiciones en la empresa privada, y hay muchas, lo pasan francamente mal. Y descubren a las bravas, a empujones, que han sido desplazadas, relegadas, castigadas a ejercer trabajos inferiores a sus capacidades, ignoradas y finalmente despedidas porque cumplen a rajatabla su horario, porque no se quedan a reuniones a las siete de la tarde y porque no pueden ir a trabajar un fin de semana.
No pueden o no quieren, que francamente, es lo mismo.
Personalmente, creo que es una cuestión de decisiones vitales. Y no es tanto el poder, como el querer.
Básicamente, si no tienes a nadie para que cuide por las tardes a tu hija, es muy probable que tampoco quieras que nadie cuide por las tardes a tu hija, porque prefieres verla tú crecer y estar a su lado todos los días. Por muy respetable que me parezcan las decisiones en otras direcciones, que quede claro.
Y así tras comprobar que lo que te han contado no se asemeja en casi nada a la realidad, y que a pesar de que a veces sí funciona, esto de mezclar carrera y familia se me antoja como hacer experimentos caseros en los que sueles salir escaldado. Y saco la siguiente conclusión, que espero sea de utilidad para aquellas que padecéis esta misma situación : mucho, mucho, muchísimo, tiene que cambiar la mentalidad empresarial de este país, donde se premian y se reconocen las horas extras que se pasan frente al ordenador o dando forma a la silla en vez de la productividad, la racionalización de horarios y, a fin de cuentas, que los empleados puedan equilibrar trabajo y vida personal de una forma más humana. Mucho, muchísimo tiene que cambiar la mentalidad de los que nos firman los cheques, cuando una embarazada se plantea ocultar su estado ante posibles represalias. Mucho, muchísimo tiene que cambiar la empresa española y los que las dirigen cuando a la hora de buscar trabajo, una madre con hijos pequeños a los que quiere ver algo más que para contarles el cuento de irse a dormir, se ha de plantear muy seriamente si no será más inteligente emigrar hacia mejores perspectivas…
Peeeero, como esto muchos visos no tiene de cambiar en unos meses, por lo menos, una servidora arrampla con lo que pilla, le dice adiós con la manita al sistema, y se empieza a plantear la vida de otra forma. De la mía, básicamente.
Y que sea lo que yo quiera.