Del fitness para mujeres y su peligrosa deriva magufa

Poco se habla de la complicada relación entre el fitness dirigido especialmente a mujeres y el magufismo/gurusismo más absoluto. Ahora entiendo mejor el éxito de cosas como The Goop de la Paltrow y me parece más peligroso aún.

No se incentiva el deporte y sus beneficios sino una suerte esotérica de wellbeing aspiracional. Caro, selecto y con mallas de talla S.

La honestidad del deporte por sí mismo no vende. Has de aderezarlo con una líder/gurusa muy delgada y rubia, y con todo tipo de complementos: música envolvente, sentimiento de comunidad y pertenencia, y una cuota jugosa para ser parte de algo único, especial, sagrado.

Y me diréis, bueno, si haces deporte y te cuidas, ¿qué problema hay? Pues dependerá de si eres presa fácil o no, está claro. Pero veo equivocado y peligroso que el objetivo sea llegar a ser como la rubia delgada que medita frente al sol desde su lujoso ático de la playa.

Y no entro en si sus clases son buenas o no, que cada uno elija su manera de ponerse en forma, sino en la tendencia al alza de este tipo de movimientos orientados sobre todo a las mujeres, que van más allá del deporte en sí.

Y que todos sabemos de la deriva magufa, de las pautas nutricionales absurdas y a cual peor, de los consejos de lifestyle loquísimos de The Goop y hacia quiénes van orientados ¿no?

Hace falta mucha mirada crítica también en el mundo del fitness y del bienestar. No porque te lo envuelvan de deporte y estar sano vale todo ni es todo tan saludable como parece. Es más, cuanto más envuelto PEOR.

Y gracias a seguir a profesionales del deporte como Sara Tabares @saratab esto lo detectas mucho mejor. Y si os gusta este tema su libro Entrena bien, vive mejor, es un must. Aquí nos lo cuenta ella misma.

Y todo esto, que lo he contado en un hilo de twitter y que, fiel a mis reivindicaciones me traigo al blog, lo cuento porque durante esta pandemia me he aficionado mucho a las rutinas de ejercicio en casa (a ver, qué remedio) y he descubierto un mundo tremendísimo que hasta ahora desconocía por completo. Y ojo, que engancha mucho. Y también me ha hecho pensar mucho y sacar mi botón rojo de alerta magufadas cada vez más a menudo.

Y creo que el momento en el que el vocabulario deriva del meramente deportivo hacia el aspiracional y místico, energías varias, emociones tóxicas y liberaciones espirituales, conexiones universales y mierdas de esta calaña, ya has dado con uno de ellas. ¡Enhorabuena! La línea es muy fina, porque del «Tú puedes» al «abre tus chakras» hay una sentadilla. No lo dudes.

¡Espíritu crítico también para hacer abdominales, por favor!

Y como este blog es musical por excelencia os voy a deleitar con una canción ideal para salir a correr como si te persiguiera el diablo. O una rubia muy, muy delgada en mallas y sudorosa.

 

VDLN: Señoras que hacen lo que les da la gana

Pues hoy vengo aquí con muchas señoras, con voces de mujeres, muchas, más. Que son muy necesarias.

Y que si no están, pongámoslas nosotros. Nosotras.

Hablemos. Gritemos. Cantemos.

Hagamos.

Haremos.

Por todas las que lo intentaron y no lo lograron.

Por todas las que lo están haciendo ahora.

Y por las que vendrán.

Feliz VDLN a las señoras y a los señores, por favor.

El Viernes dando la nota es un carnaval de blogs dedicado a compartir música cada viernes. Si quieres saber más, conocer las reglas, y cómo participar puedes verlo todo aquí.


Las mujeres ambiciosas van al infierno

Este post lo escribo a escondidas de mí misma.

Es mi parte subversiva la que escribe, y además tendría que estar haciendo otras cosas más urgentes que soltar pavadas en el blog.

Pero no puedo evitarlo. Me salen las palabras a borbotones de las manos. Se escapan, diría yo. Y no me queda más remedio que darles salida o se me quedarán ahí aprisionadas. Y saldrán cuando me esté pintando el ojo, o esté haciendo una tortilla de patatas. Y me lo estropearán, que lo sé.

Las mujeres ambiciosas van directas al infierno, ese que no existe pero que se ha pintado siempre como el averno, con luces espectrales, cuerpos desmembrados e imágenes salidas de un mal viaje en el Medievo.

Admitir que eres una mujer ambiciosa te lleva directa a la consulta de un psicólogo, a un divorcio, a ambas cosas. Porque las mujeres somos seres suaves, adaptables al cambio, mesuradas, y para nada preocupadas por cosas tan banales como la ambición, sea esta concebida como cada uno quiera: éxito profesional, personal, ambos a la vez.

Las mujeres ambiciosas son duras, frías, malas personas, capaces de clavarte un tacón en todo el ojo si hace falta para avanzar. Son las pérfidas y malignas señoras con pantalones, cuantas veces no eran lesbianas, por dios, y siempre, siempre van al infierno.

Las mujeres ambiciosas se quedan solas en la vida. Por malas, claro. Por ambiciosas. Porque no tienen corazón, ni quieren lo suficiente a su familia, ni hacen caso de las señales de advertencia durante el camino de que van directitas al infierno.

¿Cuántas veces has oído mujer y ambiciosa en la misma frase y no han saltado las alarmas en tu cerebro? Alerta: fémina descarriada de su camino, alerta, ¡llamen a todas las unidades!

No sé si esto va de feminismo o tan solo de sentido común. O de hartazgo. Pero la mujer, nosotras, yo, tú, ella, todas, debemos meternos en la mollera que la ambición, ese deseo de trascender, de hacer algo bonito, que sirva, que cambie cosas, que remodele lo que tienes a tu alrededor, que transforme, tanto a ti misma como a lo que conoces, no es un pecado. Y no te hace mala persona. Ni ser una «tiburona» tiene por qué ser sinónimo de llevarte a nadie por delante.

Y lo más importante, no tenemos por qué pedir perdón por serlo.

No me toques el Monte de Venus

Nunca me han gustado las listas. Sé que los gurús del marketing recomiendan escribir titulares con las 10 mejores cosas y blablablá, pero a mí es ver un listado enumerando cosas y ya me estoy sintiendo utilizada y cabreada.

Ahora, mi cabreo sube muchos, muchísimos enteros cuando veo esta barbaridad:

7 consejos para hacer adelgazar el pubis (monte de Venus)

Me cabreo tanto que hasta se me olvida la tontería del titular. Porque cómo diablos se puede escribir algo tan perjudicial, tan dañino…¿y encima le das a publicar? Me van a perdonar pero ¿nos hemos vuelto locos o qué?

Una cosa voy a deciros, editores de webs supuestamente femeninas, de revistas para mujeres, de páginas que en teoría enarboláis nuestra bandera buscando nuestro bienestar y para que nos encontremos mejor con nosotras mismas: a mi cobertura 4G pongo por testigo de que no entrará en mi casa una de vuestras publicaciones llenas de brillantinas y estereotipos, de imágenes dañinas y perversamente edulcoradas, porque lo que me habéis demostrado no es más que una sarta de sandeces y que, para echarme unas risas prefiero El Mundo Today. De que ni vosotros ni los medios de comunicación le venderéis a mi hija así como así vuestra estulticia y vuestros bancos de imágenes irreales, de American Apparel y de tallas 34, de dentaduras esmaltadas y brillantes, de miradas vacías y photoshopeadas. De que, cual sujetador en los setenta y cantando a gritos a Billy Joel, quemaré con violencia (si encuentro el único mechero que tenemos en casa) vuestro papel couché en el fregadero delante de mis hijos. De que destrozaré personalmente vuestras listas de cómo ser la mujer 10, de cómo prepararse para el verano con detox y cleansing a cual más absurdo y repelente, de cómo hacer feliz a tu pareja y estar siempre depilada y dispuesta, de cómo llegar relajada y sin gritar al fin de semana (tómate esa píldora, bitch), de cómo caber en unos jeans sin que se note tu Monte de Venus (WHAT THE FUCK?), de cómo ejercitarte para tener un thigh gap envidiable, de cómo tener el culo blanqueado y perfecto para la recepción del embajador, o de cómo tener los labios de nuestra vulva proporcionados y, por supuesto, simétricos….

Sexy bitch tu madre....
Sexy bitch tu madre….

Llevo mucho pasando por delante y mirando de reojo vuestra hilera en la tienda de la gasolinera o en el quiosco, vuestras portadas explosivas, brillantes, gritonas, estridentes, con bolsos XL para la piscina de regalo, o con muestras de rimmel para esas pestañas de infarto, con los morros repintados y vuestros copia-pega desde los ochenta, cuando yo sí me leía vuestras encuestas sobre cómo encontrar el hombre perfecto, cuando sí me frustraba por no llegar a tener nunca el armario de básicos para arrasar, y cada día os he ido mirando con más inquina, con más desprecio por la imagen de mujer (y de hombre) que nos habéis vendido desde que os conozco, y que seguís haciendo sin cortapisas, como un buque que, varado hace tiempo, sigue esparciendo el chapapote, la mierda negra, durante años y años, contaminando la mirada de las que os leen, en su mayoría niñas jóvenes.

Que sí, que sí, que se os ha visto el plumero (porque no os lo habéis operado ehhhh) y conmigo, hasta aquí habéis llegado.

La mujer perfecta ha muerto. Y ya podéis ir corriendo o buscando algún regalo muy bueno para que os compren porque la mujer real, la que no llega a fin de mes y le da igual si se lleva el berenjena o que no hay que comer hidratos por la noche, no tiene el Monte de Venus para tonterías.

Sarah y los tacones

El otro día, pudo ser ayer o hace un mes en mi desbarajuste temporal, escuché en la radio que a la abonada a los taconazos, Sarah Jessica Parker, sí, la actriz caballuna de Sexo en Nueva York, le había prohibido su médico llevar tacones. ¡Toma ya! ¡Vaya notición! Pensé, mientras me dejaba llevar por la trivialidad más frívola, que por un rato que dejemos de lado la realidad tampoco pasa nada…

Sarah y los tacones Y es que la buena de Parker se ha deformado los pies a base de aumentar su reducida estatura unos cuantos, muchos, centímetros al día desde hace un porrón de años y ahora no puede ponerse un taconazo salvo que le vaya el caché en ello y tiene que ir de plano por prescripción médica.

Desde luego este caso no deja de tener su enjundia, porque la amiga Sarah, no sabemos si por imposición del guión, pero sospechamos que más bien por ese afán tan humano de «ahora que puedo y estoy ganando millonazos por capítulo me pienso poner lo más caro que pille» demostraba durante toda su serie tanta o más pasión por los tacones que por el mismo sexo que da título a la famosa serie. De hecho, fue gracias a ella que medio mundo femenino con sueldos de latitudes sureuropeas (como dicen los alemanes) descubrió mucho más sobre zapatos que sobre otros temas más humanamente trascendentales como coitos,posturas y demás fruslerías eróticas (que si habéis visto la serie tampoco son para tanto).

Allí, en esa serie que sí, he visto completa y muchas veces además, como mi santo ha podido comprobar, escuché y ví por primera vez unos manolos, esos zapatos solo reservados para presupuestos absurdamente astronómicos, y que para el precio que tienen bien podían prepararte unas lentejas, hacerte la colada,  enseñar chino a tus criaturas y, por supuesto, desplazarte al Ahorramás por retropropulsión además de servirte, por supuesto, como lo que son, unos ZAPATOS, muy monos y con mucho glam eso sí, pero zapatos al fin y al cabo, que hay que joderse con los manolos estos…

Así que, claro, conociendo como conocemos la pasión de esa mujer por lucir modelitos en sus pies, además de en el resto del cuerpo, escuchar que ya no va a poder presumir de vestidor-zapatero teniendo como debe tener los modelos más exclusivos y caros of the world, qué queréis que os diga, me dejó anonadada y un pelín complacida, la verdad. Quitando lo jodida que pueda estar la protagonista por no poder dejar de tener estatura de hobbit salvo en ocasiones especiales y alfombras rojas de guardar, esta noticia me impactó, me pareció terrible y fascinante a la vez, y me encontré a mí misma regodeándome en esa satisfacción morbosa que encontramos en desmontar las vidas perfectas de los que por fuerza no pueden serlo… ¿No es una venganza perfecta de sus maltratados pies a esta pérfida nariz pegada a una mujer? A mí me lo parece…

Suena malvado alegrarse del mal ajeno, porque está claro que para llegar a este punto la mujer debe haber padecido dolores interesantes en sus explotados piececillos, y no, no me alegro del dolor ajeno. Pero sí que reconozco un regustinín interno, un desagravio cósmico, un ligero «te jodes, no ser tan asquerosamente perfecta (a pesar de la nariz)», un «no me alegro, pero casi»…

Porque para las mujeres normales como yo, que no tenemos un vestidor millonario en nuestros dormitorios, que ni siquiera soñamos, aspiramos o transpiramos para llegar a tenerlo porque simplemente es impensable, imposible e impagable, escuchar que una mujer que ha ganado millonazos a porrones por vestir ropa y calzados obscenamente caros, ir siempre de portada de Vogue y poner morritos con tres amigas en la tele sin enseñar ni un pezón en una serie supuestamente de sexo, tiene que rendirse ante sus pies vengadores y bajarse al mundo del zapato plano (ya, ya, que no por planos serán más baratos, que lo sé), y sobre todo de los mortales con juanetes, pues qué quieren que les diga, a mí, a mi vestuario de 50 euros de media con manchas de papilla y vómitos, a mi calzado de marca ni-su (pero siempre española por dios, no me compren zapatos chinos porque la deformación de la Parker puede ser una broma comparada con sus piececicos después de una hora con ellos), y a mi penoso presupuesto mensual, sí, lo declaro sin tapujos, a mí eso me reconforta, me hace sentir menos mundana en mis zapatos de batalla, menos falta de glamour, más orgullosa de mis pies de clase media-baja, feísimos según me decía mi madre, pero al menos bien tratados.

Ahora solo me queda escuchar que además de los tacones, la pobre Sarah Jessica Parker no podrá vestir modelitos de alta costura, salvo en contadas ocasiones, por haber desarrollado una muy molesta alergia a los tejidos de alta calidad de más de 600 euros, teniendo que refugiarse en la temporada primavera-verano del Primark y las colecciones atemporales del Kiabi.

Para qué queremos más…

*En este post no se ha dañado mentalmente pie deformado alguno, a Sarah Jessica Parker ni a Manolo Blahnik. Sin rencor que luego nos vuelve el karma y la hemos jodido.

 

 

 

Emprender con bebé a cuestas

Así todo el día...
Mucha gente me pregunta cómo me las apaño para sacar trabajo adelante con un bebé de casi nueve meses adosado en mi chepa o a cualquier otra parte de mi cuerpo durante todo el día.

Porque, para quien no lo sepa, este bebé no es una criatura, este bebé es mi sombra. Está pegado a mí las 24 horas del día, salvo ratillos en los que consigo soltar la ventosa y despegarme de él para ir a buscar a la bestia parda al cole.

Y que conste que yo encantada, oigan, que estoy disfrutando de este pequeño monstruo como una petarda, pero vamos, que el momento en el que, de repente, me doy cuenta de que, por casualidad, me veo una mano libre y vuelvo a ser bípeda, me entra el estrés frenético de mujer emancipada y empiezo a hacer miles de cosas a la vez: depilarme mientras me hago la manicura, me exfolio, leo un libro sobre horticultura y hago unas cuantas posturas del loto, la garza y no sé qué animal más de esos de relajación…

Bueno, la cosa es que vivo con un ser de nueve kilos «averrugado» a mí, más una de casi cuatro en plan rebelde semi-adolescentoide. Y como además de eso, que ya merecería una vida entera, intento trabajar y que, además, mi santo no me tire un ladrillo con una nota para poder comunicarse conmigo, al final voy haciendo malabarismos y trucos de magia para no morir en el intento.

Pero sobre todo, después de estos meses experimentando en mis carnes la conciliación más radical, y de darme contra la pared varias veces por zopenca y obstinada, he sacado las siguientes conclusiones, flojas, por supuesto, y muy mías, así que seguramente erróneas, sobre sacar adelante tu negocio con bebés a tu cargo y no morir, al menos de una manera muy dolorosa, en el intento.

– Conviértelo en parte del negocio: De hecho, si estoy en todo este  lío es para poder pasar más tiempo con el gordo y con la bestia parda. Así que, lo mejor es integrarlos en mi filosofía de trabajo, en mis reuniones, en mis eventos y en todo lo que hago. Suerte que tengo que el bebé es muy portátil, que porteo que da gusto y que mi santo me ayuda, pero oigan, también me dan mucha fatiguita, que irte al centro de Madrid a una reunión con un bebote gordo a cuestas, con lo mal que está el metro en plan de accesibilidad, ains, no les digo nada y se lo digo todo…

Al bebé le llevo a todas las reuniones y acude como un socio más. Normalmente suelo avisar de que acudo acompañada para evitar sorpresas desagradables (más que nada para que las caras no sean demasiado largas, aunque hasta ahora nunca se ha dado el caso), aunque, francamente sería mucho más fatídico acudir con un socio en pleno coma etílico, o al que le huele el aliento o un maleducado impresentable. Mi bebé es un amor (no es porque sea el mío, pero quién lo niegue que venga y me lo diga a la cara, je) y doy fe de que es mucho, muchísimo más agradable, e incluso aporta más, que muchos con los que he coincidido en reuniones de negocio.

He de decir que el momento dar el pecho en plena reunión por imposición de mi socio lactante puede ser una prueba de fuego para la negociación. Pero ¡ah! las cosas están cambiando y bueno, ¿qué tal empezar ahora?

–  Impón tú el ritmo: Aquí va una píldora de pseudo-sabiduría que sé que comparto con amigas emprendedoras y que me encantaría plasmar en lo que hago. Como mi negocio comparte mi tiempo, escaso, con mis hijos, tengo muy claro, clarísisissisimo que lo primero es lo primero. Y que las prisas son muy malas amigas. Así que combinando ambos conceptos, llegamos a la máxima que intento que prime sobre todo: a mí me va el slow business, trabajar a un ritmo pausado, dedicando el tiempo necesario a cada cosa, incluídas las criaturas adosadas y lactantes, o escribir un email sin faltas de ortografía por ir corriendo. Intenta hacer una cosa cada vez y no atiendas llamadas de teléfono de trabajo si estás en medio de una discusión con criatura.

A ver, esto es como todo, las mujeres somos muy multi-tareas y podemos cambiar un pañal mientras cerramos un acuerdo de colaboración. Pues claro que sí, y eso nos convierte en unas reinonas de las de trajes de plumas y plataformas de dos metros. Pero sí que debemos ser ahorrativas con nuestras fuerzas, dedicar las energías necesarias a cada cosa, y priorizar en qué volcamos nuestro empeño. Si estás montando una empresa, esa tarea puede absorber todo tu tiempo, más del que tienes. Y eso es incompatible en principio con un bebé, que es un «saca-cuartos» energético de lo mejorcito. Así que, ahí nos vamos al siguiente punto…

Acepta el momento, disfrútalo y sé paciente contigo misma: vamos, que lo mejor es no frustrarse porque está claro que con uno o varios niños pequeños, si queremos pasar tiempo con ellos, y además trabajar en tu propio proyecto, hay que asumir, y cuanto antes lo hagas, mucho mejor, que NO PODEMOS LLEGAR A TODO. Y punto. Fuera frustraciones, culpas y enfados porque el día no nos dé más de 24 horas, porque nos hemos olvidado del día en que tocaba disfrazar a la bestia parda o mandar ese email super, super, super, super, megaimportantedelamuerte sin el cual el mundo se va a la mierda. No señores, nada se va a la mierda si no mandamos ese email así que no nos toquen las amígdalas.

Y esto lo digo porque después de meses alternando entre el autofustigamiento, los mea culpa, los quémalamadresoy, y el no valgo para esto de emprender, llega un momento en el que te das cuenta de que lo importante, lo realmente importante es encontrar ese punto medio en el que te perdonas por tus errores y te das margen para que las cosas vayan más despacio (ya compraremos Google cuando se pueda, coñe) y para disfrutar como toca a ese ser babeante y gritón que se está comiendo tu cuaderno de apuntes a tu lado mientras escribes esta reflexión floja.

Cosas que te dicen cuando te echan

despidoCuando me echaron del trabajo lo primero que me dijeron es que no era por mí. El típico no eres tú, soy yo¿podemos seguir siendo amigos? Me dijeron que tener hijos y querer cuidarlos no iba bien con la publicidad. Que no molaba que me fuera a mi casa a las tres. Que si no me quedaba hasta las once de la noche eso quería decir que no me gustaba la publicidad. Que seguiremos en contacto, que te llamaremos, que no eres tú, que soy yo…

Cuando me echaron del trabajo, hace ya unos cuantos siglos, me dijeron, como si con eso fuera a levantarme a hacerle la ola al tipo aquel al que no había visto en mi vida, que ante una situación de dificultad en la empresa, las primeras en los que pensaban para echar eran las mujeres con hijos. Que lo hacían por nosotras, que en realidad era un favor porque así podíamos irnos a nuestra casita a cuidarlos y vamos, que era una cuestión de bondad empresarial, digámoslo así.

A mí, ante esa declaración de homo-realidad, se me puso cara de culo inmediatamente. No se me cayeron los ojos de las órbitas porque los tenía sujetos con el rimmel, que si no aún estoy buscándolos. Pero solté la mano rápidamente en posición: págame y no me cuentes milongas, s’il te plait. Hay que joderse…

Y salí de ese despacho buscando un calendario en aquellas oficinas acristaladas, para ver si efectivamente estábamos en pleno edad del iPhone no sé cuántos, y no en los años del Generalísimo y la Sección Femenina. Y me fui, con la autoestima por los suelos, el ánimo empujando la autoestima desde el subsuelo, y enfrentada a mi genética y a mi mala costumbre de engendrar como si ese fuera el problema…

No quedó ahí la situación surrealista, por supuesto. Porque podía haber terminado de una manera elegante, adecuada, correcta, vamos, lo normal cuando te echan para que te vayas a cuidar de tus hijos, sea ésta la razón real o no (ojo, que es muy probable que apeste como profesional, pues claro, pero desde luego la excusa fue incluso peor que mi trabajo…). Pero no. Cuando al fin fui a cobrar mi cheque llevaba en la mano una bolsa de unos grandes almacenes con mi libro ahí agazapado.Y era un libro, pero podía haber sido una cabeza de gíbaro disecada. Vamos, que es lo de menos. Pero ni corto ni perezoso, el señor, ese señor, el encargado de soltarme la guita, ya curtido y con canas en su haber, va y me suelta con un par un: ¡Anda, que ya te lo estás gastando yéndote de compras!

Se me volvió a poner cara de culo. Esta vez de culo muy respingón. Solté la mano una vez más en posición: Págame y no abráis la boca que os cubrís de gloria. Que te has quedado a gusto…

Y con mi bolsa, mi objeto indeterminado dentro de ella, y lo más importante, mi cheque para irme a cuidar a mis hijos a mi casa en mi bolsillo.

Cosas que te dicen cuando te echan… Cuéntame un chiste, ¿qué te han dicho a ti?

 

De restauraciones y otras locuras materno-empresariales

Resulta que un día tienes que salir de casa para hacer negocios. Lo que viene siendo hacer «el business»: rebuscas entre la ropa de premamá y la de lactancia algo sin manchas y medianamente planchado, rescatas unas medias sin carreras del cajón de ese mix que tienes de leotardospeloteros-mediaspeloteras-calcetinespeloteros, y practicas arqueología entre los zapatos planos y llenos de arena del parque para encontrar algo digno y taconero. Desde que tu criatura te ha pedido, por favor que te pongas tacones porque le gustas más (…), estás asimilando que tal vez, solo tal vez, tu hija quiera una madre más alta y arreglada a la par que sencilla… y que la que tiene no le mola… que tal vez tengas que empollarte algún catálogo de moda invierno del Vogue o hablar pronunciando algo más la s, ¿sabessss? (ese pensamiento te dura lo que aguantan sus muñecos ordenados en su cesta, porque en cuanto ves de lo que es capaz la bestia parda te sale el chuki que llevas dentro y sacas la madre bajita, de zapato plano y chillona que llevas dentro y te importa un pito lo que te pida por favor con tal de que ordene su cuarto y deje de hacerle llaves de pressing al hermano).

Pero hoy tienes que salir a businessear y hacer algo de provecho (ejem) así que toca hacer el esfuerzo e intentar recomponer todas las mujeres que llevas dentro para ponerte cara de moderna y talentosa, escondiendo por un rato la maruja ojerosa que grita a su hija que se coma el pollo, que trabaja en pijama como una loca a las seis de la mañana con listas de la compra junto al flujo de contenidos de la semana y que no tiene ni idea de cómo enfrentarse al mundo de los negocios… A lo mejor tienes que evolucionar y de una Pokemon tipo ama de casa pasas a ser a una de tipo empresaria exitosa a base de ganar batallitas a mujeres delgadísimas y elegantísimas en traje con BlackBerry y maletín de Armani…  Las ganarías a bolsazos, eso no lo dudes…

Así que buscando un milagro te pones frente al espejo y tras el susto y arcadas iniciales, te secas los lagrimones, te juras que nunca más, que a partir de ahora te pondrás todos los potingues esos que atiborran el armarito (copando las baldas correspondientes al santo) y que te echarás escrupulosamente el contorno de ojos como si en ello te fuera la vida para no convertirte en la gemela de Soraya Saez de Santamaría cuando se enfada. Apretujas con fruición los cuatro pelos escamosos que te quedan tras el embarazo+parto+tirones del pequeño, cubres con espátula y mortero las ojeras cronificadas y bolsas colganderas y, en definitiva, restauras con prisas, y como puedes, para no ser el maquillador gordaco de los anuncios de Max Factor, el Ecce homo borjiano en que te has convertido tras todos estos meses de estar escondida en esa cueva de perdición llamada «trabajo en casa«.

Y bueno, has hecho lo que has podido. Y llegas tarde, por supuesto. Así que corres pasillo arriba pasillo abajo por tu mansión, cogiendo el iPad, el smartphone, las tarjetas de visitas, un boli por si no funciona el iPad o el smartphone, las llaves del coche, las del garaje, las de la casita de Mickey Mouse… Todo lo que una mujer de negocios actual necesita, y eso sí, sin mirar atrás, porque la casa te está llamando a gritos «desgraciada»…  Pero noooooo, espera, ¡¡¡te falta algo!!! Llenas la bolsa de pañales para un regimiento, ropa de cambio para tres estaciones distintas (¿alguien sabe qué temperatura hace en el Ifema?), discos de lactancia y demás complementos diminutos y empaquetas al bebé, tu socio más entregado y fiel escudero, en el coche mientras sudas la gota gorda intentando que el capazo quepa con la bici de la niña, los ruedines, la cuna de viaje y el colchón… Y tras hacer el Tetris en tu maletero y darle gracias a dios por haber hecho el coche más grande del mundo ¡¡ya estás lista para comerte el mundo!!

Hete aquí que, mientras recorres como una loca (tómese esto como una exageración, of course) la M30 porque sí, llegas muy tarde, reflexionas (a tu manera, es decir, muy floja) sobre como montar un negocio propio es una locura casi tan grande como tener un bebé. Casi están al mismo nivel, te dices. Aunque al negocio le puedes mandar a la mierda en un momento dado, mientras que al retoño lo máximo donde le puedes mandar es al Hermano mayor a que lo amaestren y deje de romper puertas con los puños o a un internado en Suiza si es que te dan las perras.

Ahora bien, cuando se unen ambas cosas, tener niños pequeños en la chepa y teta, a veces simultáneamente, y poner en marcha un negocio, ambas tareas ya de por sí, estresantes, demandantes y altamente explosivas, te das cuenta de la mezcla…

Demonios, ¿¿¿¿qué es lo que va a salir de ahí???

Esa «dulce» espera… ¡y una leche!

Hermanos, amigos, pródromos del parto varios e irregulares, muchos ya lo sabréis por experiencia, pero hoy tengo que afirmar que los días previos a dar a luz son, sin duda, una de las experiencias más surrealistas que la mujer se pueda echar encima…

Más que ver a Mario Vaquerizo ponerse las bragas de su mujer y luego afirmarse como un hetero muy macho. Más que el anuncio de los cristales gratuitos de VisionLab. Más, si es que eso es posible, que el «wi, wi» del anuncio del método ogino 2.0 de Clear Blue

Y, ojo, que no lo digo en plan, «dios, me quiero morir, ¡¡¡sácadme esto ya de una vez!!!!» (bueno, un poco sí), ni tampoco como «¡¡ohhh, como adoro ser mujer en estos momentos de realización personal y corporal y cómo estoy disfrutando con cada puñetera contracción!!»

No, no lo veo ni de una forma ni de la otra. Y conste que ver, lo que se dice ver, no es que vea mucho, salvo un tripón inmenso que me ha fagotizado como persona, como mujer trabajadora y como ente cotizador a la Seguridad Social. Tripón que se va adelantando cual señal luminosa con fanfarria incluida a mis pasos y que se ha convertido en mi tarjeta de presentación allá donde voy, ocasionando que esté donde esté, me conozcan o no, y me apetezca a mí o no, se hable, OBLIGATORIAMENTE, de lo siguiente:

– La altura relativa de mi tripa (está bajísima, vas a parir aquí mismo… Ah, pues yo te la veo muy alta, aún te queda, maja).

– De lo puntiagudo de mi tripacono, que indudablemente demuestra que es niño. La ciencia es lo que tiene…

– De si llevo dos o uno solo o un regimiento de infantería, JA.

– De si estoy mejor ahora o peor que cuando nazca. Desde un «te vas a enterar con dos» hasta un «te vas a morir con dos», dentro de esa horquilla, lo que queráis.

– De que tengo la cara hinchada y los labios como dos cantimpalos.

– De que no la tengo hinchada en absoluto y estoy como una rosa de pitiminí (estos son los menos, que conste).

– De que he engordado mogollón y parezco un engendro marino en peligro de extinción por los millones de bolsas de basura que pueblan nuestros mares y de que no me voy a recuperar nunca, nunca, nunca…

– De que no he cogido nada más que tripa…

Para terminar hablando del parto/partos de las contertulias quienes, sí o SÍ, terminarán contándome si se les descolgaron los bajos al nacer su cuarta criatura, si los puntos se le infectaron hasta un tremendo reventón de pus sanguinolenta en medio de la boda de la cuñada, o de si la protagonista de la peli gore en cuestión casi se muere del dolor y cómo se rajó viva al expulsar a su primogénito de ocho kilazos sin anestesia y en plena calle porque no le dio tiempo a llegar a la maternidad. Chúpate esa.

Y todo ese caudal de información detallada y expresa sin yo abrir la boca ni decir esta tripa es mía. Ni un mísero «no sé quién … eres y no me interesa nada lo que me estás contando, chata, déjame arrastrarme en paz y llegar hasta mi orilla…»

Además de este ataque social sin miramientos, que también puede ser una reacción alérgica a la humanidad provocada por las hormonas, el surrealismo preparto se extiende a la vida en general, que se vuelve un completo desbarajuste berlanguiano en esta sociedad cada vez más inhóspita y más incómoda para el ser humano: Facebook ¡¡¡Facebook!!!! sale a bolsa y el tipo ese con cara de monguer se hace de oro cuando lo que está pidiendo a gritos es un par de puñetazos por cerebrito y por abusón; estamos a punto de la intervención y nacionalizan Bankia, pagamos nosotros la fiesta y encima los mismos seguimos poniendo el culo;  nos las dan con los recortes a troche y moche en todo lo público, lo gratuito, lo sensato y lo que es justo y lo poco que queda por recortar son mis ganas de parir, ganas que, en cuanto llegamos a Urgencias y me dispongo a que me exploren a ver si a la criatura le han venido ya las ganas de ver Top Gear o la quinta temporada de Mad Men, se quedan reducidas a un par de centímetros de dilatación  y a un condescendiente «anda, márchate a tu casa, bonita, que a éste aún le queda una buena temporada para saludarnos con la manita».

Y es que el niño no quiere salir, amigos, ¡no quiere y punto! Y también os digo, que no me extraña nada… porque para salir y ver el panorama…

Lo mismo, me he llegado a plantear en un momento de reflexión floja propia de una servidora, estamos ante el primer caso de embarazo regresivo de la historia y salimos en el próximo número del National Geographic junto a las hormigas zombies y la tribu de pigmeos caníbales recién descubierta en plena selva brasileña. En un giro sorprendente de la evolución humana, tipo final de Lost con su tapón del lavabo existencial, visto lo negro que está el panorama, la naturaleza se defiende ante los ataques externos de banqueros sin escrúpulos, el deshielo de los polos y los jóvenes espantajos de los bolsos de Loewe, y  en cuanto llegamos a los nueve meses, a punto, a puntito de salir, plofff, nos volvemos para atrás y el cuerpo, que es muy sabio, reabsorbe al feto en un intento último de supervivencia extrema…

¿Veis como esto es totalmente surrealista? ¿Y alguien le extraña que esta criatura no quiera salir con una madre que empieza a pensar estas cosas? Si casi estoy yo también por hacerme un sitio en mi macrotripa y esconderme del mundo en un ejercicio de contorsionismo de los míos…

P.D: A «mis» bloggers del #15J, ¡sois unas campeonas! La estáis montando fina filipina y, a mi criatura no-nata pongo por testigo de que, aunque sea en forma de chapa o de holograma, ¡¡estaré con vosotras!!!

De pelillos y contorsionismos

Hoy me he medido los brazos. Os lo juro por mi minipimer que me han crecido en el último mes. Y no extraña, porque con el «peazo» de balón medicinal que tengo como barriga, despegarse de mi cuerpo y salir al mundo exterior para cualquier labor manual, les requiere a mis brazos una elongación cada día mayor. Y no exagero. Mucho.

Y a pesar de encontrarme medio mermada en mis facultades, tanto físicas como mentales (creo que incluso más las segundas que las primeras), esta mañana me he sorprendido a mí misma haciendo algo tan absurdo como surrealista: ¡depilarme las piernas! (o lo que sea que tengo por debajo del barrigón que me impide ver más allá) y gracias a lo que aún puedo desplazarme medianamente bien por el mundo.

Sí, esto os lo digo a panza descubierta, desde la valentía que aporta el esconderse tras una pantalla, porque reconocer abiertamente que, aún no viéndome los pies desde hace tiempo y atacada por una contumaz ciática que me hace sentir hasta simpatía por el ínclito señor Fraga y su bamboleo irregular, me preocupo por llegar al hospital como a la recepción del embajador, osea, «limpia y rasurada», me parece la frivolidad más grande del universo universal y si me pedís que lo repita en público lo negaré también sobre la tumba del ínclito señor Fraga, a quién tan presente tengo estos días y lo achacaré a una especie de síndrome «pariendo pero estupenda» que me ha atacado durante estos días.

Pero fíjate tú, mari, que sí, que tengo yo el cuerpo para pocas sevillanas y ahí que, como cualquier cosa, me enfarrago con la cera tibia esa, más peligrosa que los instrumentos de tortura medievales, cuando los astros me estaban indicando con todas las señales posibles que «Ande vas, alma de cántaro, ¡¡que lo de menos ahora son tus pelos!!»

Y alguien podría decirme, con buen criterio, mejor que el mío, seguro, que si tanta preocupación tengo con mis pelillos resilientes y que sean de dominio público en las múltiples visitas que preveo en el hospital, que me deje caer así como quien no quiere la cosa por un sitio de esos donde una sonriente jovencita de nombre Jasmine de cejas pintadas a lápiz khol, muy amable y de enormes pendientes de oro chapado, se abalanza diligente sobre mis muslos, arma cargada y toda pegoteada de cera en una mano y papelitos arranca-vellos en la otra para liberarme a mí y a mi cuerpo contracturado de semejante tarea en tan solo diez minutos mientras yo me debato, durante interminables y sudorosas sesiones de contorsionismo, entre la vida y la muerte intentando llegar a partes de mi cuerpo totalmente inaccesibles a mis ya aún así prologandas extremidades…

Pues sí. Es una teoría interesante. Pero una servidora es una chica de pueblo (casi), hecha y depilada a mí misma en lo bueno y malo, una trendy woman a lo cutre, una chica self-made de los métodos depilatorios a la que nunca le ha entrado en la cabeza lo de dejarme hacer por una profesional que me cuente la historia de sus cuatro hijos y tres maridos colombianos, pudiendo abrasarme yo cualquier parte del cuerpo con la cera ardiendo, provocarme algún torsión muscular, lesiones oculares al saltarme a los ojos el producto del diablo ardiendo al saltar del microondas, o que se me enrollase la epilady en los hilillos de algún calcetín provocando catástrofes de dimensiones apocalípticas en mis utensilios, vestuarios y dignidad, por qué no decirlo.

Total, que  no quiera la criatura que hoy mismo tuviera que irme con mi maletita al paritorio, porque a resultas de mis dos intentonas de depilación de los últimos días no voy ni bien depilada ni totalmente peluda, sino un mix alternativo que comprende haber eliminado el vello en aquellas zonas donde ha querido y podido llegar mi mano, que tampoco podría decirles cuales son, francamente, porque sencillamente, lo ignoro.

Lo cual me lleva a constatar que la ignorancia es una bendición, como en muchos otros casos.

Y desde aquí, además, lanzo una pregunta a los fabricantes de ceras y productos depilatorios del mundo: señores fabricantes, porque seguro que son señores y de más de cincuenta años, como si lo viera: ¡¡¿quién, en su sano juicio, decide que diez banditas de esas depilatorias son suficientes para dejar listas y preparadas unas piernas de una mujer medio normal a partir de una talla 38?!! (lo de la talla 38 en mi situación actual es una ironía, por si hace falta aclaración).

Y como última reflexión, me pregunto si en vez de la anglosajonada esa del baby-shower, o de la fiesta del sexo del bebé, para las cuales no tengo ni estómago ni energía suficientes, no estaría muchísisisisisimo mejor pedir un bono de acicalamiento intensivo y extremo para causas perdidas como la mía, abandonadita al chándal, a la coleta desaliñada y a las franjas de pelos en zonas del cuerpo donde mi vista no alcanza a divisar. Vamos, directita a Lourdes me tenía que ir…