No me gusta correr.
Pero reconozco que, a veces, en determinadas situaciones o sin venir a cuento, el cuerpo te pide urgentemente desplazarte sin fin, salir despedido hacia cualquier otro sitio en el espacio. Y moverte, rompiendo el aire a tu alrededor. Sin mirar atrás, o tan siquiera delante. Sin mirar nada más que un punto perdido más allá de donde te encuentras, clavado.
No me gusta imponerme rutinas más allá de las que ya tengo impuestas, pero reconozco que cuando la vida aprieta mucho, o cuando no sabes hacia dónde tirar, te sale el «corre, Forrest, corre» para que no te pillen los matones y te peguen una paliza. Y corres. Incluso sin moverte. Como para salvar tu vida. Como para desaparecer. Sin poesía. Huyendo de ti mismo. Con ruido en los oídos y muy mala leche en los nudillos. Buscándote las vueltas, los agujeros, las ganas de tirar la toalla, las ganas de romperte.
No me gusta correr. Pero sí me gusta desafiarme. No solo corriendo.
En cualquier ámbito de la vida, correr está bien, si se hace en libertad. Lo trágico es cuando uno se ve corriendo…:
Por el látigo del reloj; de las hojas del calendario cayendo implacables; de las obligaciones; de lo que te devuelve el espejo; de la responsabilidad mal asumida; porque todo el mundo también corre a tu alrededor…
O porque huye. Huir es terrible.
¿Corremos…? ¿Huimos…? ¡Qué bonito cuando podemos cambiar eso por…»Afrontamos»! 😉
Totalmente de acuerdo. No me gusta correr, ya lo he dicho, pero cuando es un reto, sí me gusta. Así que afrontamos!
Un abrazo!!!
Ayyyy, esa sensación de querer salir corriendo!!! La he vivido un montón de veces. Ahora estoy en un plan más tranquilito pero tal vez sea por vagancia. Jajajaja. Besotes!!!
jajjajajaja, bueno, aprovecha esa vagancia, que también viene bien de vez en cuando jjjjj Un besazo!
Bonita reflexión… y de acuerdo con ¡y yo con estas barbas! 😀
Gracias!! Un besazo!!!