La presión de la perfección

Partiendo de la idea de que todos los niños tienen un componente infernal absolutamente ajeno a la voluntad paterna y que es parte de la infancia el volverse loco de vez en cuando al ver caer una hoja del árbol, o entrar en un bucle histérico cuando les quitas su juguete preferido, hay que reconocer que gran parte del problema de un crío insufrible,son sus padres, somos los padres.

Siempre que veo esas bestias pardas que salen en programas catastrofistas como «Supernanny» o «Hermano mayor», me entran escalofríos al pensar que mi tierna y dulce criatura pueda llegar a insultarme o incluso a pegarme un puñetazo (los manotazos que me ha arreado hasta ahora no cuentan, son con mucho cariño, jeje). Y siempre acallo esas perturbadoras imágenes pensando en que, salvo alguna desviación genética desconocida, una sobreexposición a Belén Esteban, o muy mala suerte, mi hija tiene muy buen fondo y su comportamiento presente y futuro depende casi al 100% de que su padre y su madre le den una buena educación.

Además del comportamiento, también me ha preocupado y mucho desde el principio, si lo estoy haciendo bien o no en cuanto a su crecimiento intelectual. A mi alrededor han surgido defensores de la estimulación temprana, de la música de Mozart para aumentar su inteligencia, de las guarderías temáticas e incluso de las clases de idiomas desde los 3 meses. Sin embargo, sin saber por qué realmente, siempre he preferido dejar a un lado el estrés «educativo», al menos tan pronto, y me he relajado en este sentido para dedicar mi atención a temas mucho más terrenales como la lactancia hasta el año y medio, el trabajo en casa y fuera y «abroncarla» si tira la comida al suelo para intentar dominar su tremendo carácter. Tiempo tendrá de aprender lo que le venga en gana.

Ahora, al leer «Bajo presión» (RBA)Carl Honoré ha venido a reforzar lo que ya pensaba afrontando esta misma premisa de una forma entretenida y con los pies en la tierra.

El autor de «Elogio a la lentitud»  nos presenta ejemplos de variados rincones del mundo en los que un buen puñado de familias están replanteándose cómo educan a sus hijos: lo que esperan de sus hijos y cómo educarles, los horarios, las actividades extraescolares, los hábitos de juego en casa, las comidas familiares… Para demostrar finalmente que menos es más: menos presión en los estudios, menos niños tomando prozac, menos TDAH, menos proyección de nuestros propios anhelos, menos actividades después de las clases, menos tiempo abducidos por la videoconsola, menos juguetes en los armarios, menos estrés para llegar a tiempo a todas partes, menos horarios rígidos y marcados y como contrapartida, más tiempo libre con ellos, más libertad para inventar sus propios juegos, más flexibilidad con los horarios y más, mucho más relax.

Así, después de leerlo con atención, y de encontrar los suficientes errores en la traducción como para recordar por qué prefiero siempre el original, llegué a la tranquilizadora conclusión de que no hace falta y parece no ser realmente efectivo ponerles los CDs de Baby Einstein con un mes de vida para aumentar su CI, que no tengo por qué aspirar a que mi hija sea superdotada y que no debo intentar crear una super niña, que la nena necesita muy pocas cosas para desarrollar su imaginación y su propio mundo interior, y de que yo no necesito estar supeditada, en sueldo y tiempo, a que desarrolle su psicomotricidad a 50 euros la hora, o a maltratar mis riñones jugando en el suelo con ella toda la tarde para ser una buena madre (aunque sí que me chifle hacerlo un ratito, lo justo para acordarme de recoger la ropa del tendedero), porque también tengo que dejarle espacio para que se aburra, se busque la vida, intente meter los dedos en el enchufe, se pise ella misma un dedo, llore un rato, machaque sus muñecos, mire al techo y acabe reorientando su juego. O eso, o correr bajo mis faldas, que también ocurre, seamos sinceros.

La teoría de Honoré se basa en no poner tantas expectativas sobre nuestros niños, en dejarlos ser eso, niños. En no sacrificar nuestro escaso tiempo en pos de las necesidades que nosotros mismos les hemos creado, porque lo que más necesitan nuestros hijos es nuestro tiempo.Y me encanta porque siempre he pensado que para que mi hija sea feliz yo también necesito ser feliz y no sufrir a cada segundo por no estar a la altura.

Tristemente esto tan idílico tiene un «pero», o varios, y él mismo lo reconoce. Y es que en la realidad, en nuestro día a día, dejarlos ser niños ya no es lo que era. Dejarlos salir solos a la calle es inconcebible hasta los quince, por lo menos, y hasta los parques infantiles parecen en muchos casos trincheras de guerra, al menos en mi barrio (siendo políticamente correcta, y optimista también, uno de los más multiculturales y variopintos de Madrid). Además, en el caso de las actividades extraescolares, éstas son en la mayoría de los casos, no solo una forma de entretenimiento para los niños, sino una vía de escape para los padres, atados por nuestros horarios, y que o tiramos de abuelos o les apuntamos a todo lo que se menee.

Pero bueno, sabiendo lo difícil que es llevarlo a la práctica, reconozco que las palabras de Carl Honoré han contribuido a reforzar la confianza en mí misma como educadora, y a afianzar la creencia en la absoluta responsabilidad de los padres como «escultores» de la personalidad y la felicidad de nuestros hijos: queremos ser los mejores padres y tener los mejores hijos. Así visto, es toda una presión. Sí.

Pero en nuestras manos está  disfrutar de esa responsabilidad junto a ellos y en no convertir esa presión en una losa, sobre nosotros y sobre nuestros hijos. En asumir que no somos perfectos y que no es justo ni sano aspirar a que ellos sí que lo sean. En no complicarnos la vida sin necesidad.

3 comentarios en “La presión de la perfección

  1. TODAS LA MADRES DEL MUNDO al lo largo de la historia han tenido que aprobar la asignatura que describes, ser como eres y no la #mejormadre. Lo que pasa es que ahora encima te agobian con la estimulación temprana, el kumon, y resto de saca cuartos. Los niños para desarrollarse bien sólo necesitan sentirse estables y queridos por los padres y que esos modelos, sean emocionalmente sanos.

  2. …Noto una especie de sintonía cósmica entre nuestros post….y ¡me gusta!
    Convertirse en madre profesional es duro porque sólo se aprende una vez que ya te han aceptado en el cargo, sin posibilidad alguna de dimisión y huída. ¿Lo estaré haciendo bien?
    ¿Debería hacerlo de otra manera? ¿Enloqueceré sin remisión ante este gordo tropel de dudas?
    Relajémonos, todos somos hijos de padres-con-fallos y mira lo rebonitos y apañaos que hemos salido!!! 🙂

    1. Jajaja, yo la sintonía la vi muy clarita cuando me topé con la Lamadre, jajajaja, me parece genial lo que has hecho, ¿ya está el libro?
      El relax es la clave, ¿verdad? eso me digo yo siempre, cuando veo a mi tierna niña golpeándose contra la pared… Como tú bien dices todos somos hijos de padres-con-fallos, y mi cicatriz en la cabeza demuestra que mi madre también se relajó en su momento, jejeje, pero ¡¡¡y lo que me gusta a mí esa cicatriz!!!

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