«Les Jours Tristes» y las guarderías

Empezar el día dejando a tu hija llorando en la guardería no es lo más gratificante que te puedas echar a los hombros para irte a currar con alegría.

Si a eso le añades una sesión intensiva de escorzamiento forzado en el metro que bien podría estar incluido como ejercicio de alguna tabla de pilates, y que además llueve y todo el mundo está de un humor tirando a gris a tu alrededor, incluyéndote a ti mismo, pues ya tienes la jarana montada.

Sigue leyendo

Banda sonora de ausencias

Pocas cosas te pueden reconfortar cuando has perdido a un ser querido. Pero una de las que más me ayudó fue, sin duda, la música.
Hoy, y recordando otras ausencias más recientes, parece inevitable que la música vuelva en forma de calmante supervitaminado.

Éste de Yann Tiersen no es triste, por lo menos no me lo parece. Pero me hace sentir mejor ese ritmo métrico tan marcado, la voz de Dominique A que siempre es un placer, y la mano de Yann Tiersen moviendo la batuta.

«Fanfarlo», descubriendo que el nombre engaña

Esto de las asociaciones de ideas, que es muy peligroso, y el caso es que la primera vez que leí el nombre de este grupo no sé porqué me sonó a una mezcla de progressive con trompetas…

Pero¡ah!, benditas sorpresas que nos da la vida, qué seríamos sin estos estados de incertidumbre. Yo me hubiera perdido la magnífica ocasión de descubrir a este grupo londinense, otro pequeño tesoro musical. Ah, qué placer estar equivocada y darme de bruces con temas tan elegantes y tan… tan… ¡tan bonitos!

Acaban de sacar su álbum de debut y ya tienen en mí un nuevo fan hasta el segundo, si es que hay. Si no, no pasa nada, esta joyita  llamada «Reservoir» ya es mía y sólo mía para ayudarme a pasar este invierno con más paz espiritual. No hay nada como una banda sonora de excepción mientras te están pisando y empujando sin piedad en los vagones de un metro cualquiera…

¡Gracias Fanfarlo! No me gustó nada vuestro nombre, pero afortunadamente los nombres engañan…

El lloro con hipo

Y no lo digo como algo malo. Aunque me da algo de cosilla recordarlo por la inocencia perdida, reconozco que si volviese a verlo ahora (y no quiero dar ideas para reposiciones indecentes, por dios) seguro que lloraría por dos motivos: por lo tontorrona que soy, primero. Y por no tener a mi madre a mi lado para llorar conmigo, segundo.

Ahora estaba viendo un programa español, bastante malo, copia de uno americano, bastante malo también pero algo menos cutre, donde me vuelven a sacar el lado lacrimógeno. Y es que siempre me pasa lo mismo. Aunque ya sepa que la casa que les van a dar a la familia afortunada va a ser preciosísima y que les va a gustar pero mucho, mucho, en cuanto les veo ahí moqueando de alegría… nada, que me pongo a llorar como una tonta. Y lo peor, es que hasta me da el hipo.

Es como cuando veo «El último mohicano». Entre la banda sonora, que me pone en plan pelospuntismo, y esa escena de la hermana muda (era muda ¿no?) que ya me he visto como ocho o nueve veces, acabo la peli siempre con dolor de cabeza de tanto sollozar.

Y lo peor, o lo mejor, es que sé que mi hija y yo perpetuaremos la tradición que mi madre empezó conmigo aquellos domingos por la noche viendo programillas de lloro con hipo.