Check one, check two…

Nadie sabe qué es vivir. Todos tenemos definiciones de café humeante y amaneceres urgentes, pero cada día, cada hora, cada minuto se retuercen como entes autónomos frente a nuestras ganas de modelar la realidad. Nada es lo que pensabas que sería. Y el día a día, el hora a hora, el minuto a minuto, nunca va a cumplir del todo con tus expectativas. Ni con tu plan, si es que tenías uno.

Y tras cada batalla cruenta, tras cada revés de ese guion no cumplido, toca revisar los restos del naufragio. Levantar las armaduras, curar heridas, masajear músculos doloridos. Escuchar el silencio roto por las pérdidas y los supervivientes. ¿Qué has perdido y qué ha quedado?

¿Ha merecido la pena?

Qué eres ¿inocente o culpable?

Echar cuentas con el momento es volver a casa y descansar. Es también recoger el fragor que aún queda en tu pecho y guardarlo en forma de cicatriz. Y de canción que tararear frente al fuego con los tuyos, si te quedan.

Tras la batalla, tú que has sobrevivido, podrás coser tu orgullo maltrecho y entender, puntada a puntada, que tú, amiga mía, no lo has hecho tan mal. Que llevas a tu espalda el peso de tu propia desconfianza, que cargas con tus errores en forma de años y desvelos, que te has dado de bruces contra ti misma y que el dolor más punzante es el que te produces luchando contra tu propio instinto.

Pero que a pesar de todos esos momentos de duda y de no entenderte, puede, amiga, que todo haya tenido sentido. Cada palabra que lamentaste pronunciar, cada mirada que pensaste inútil, cada momento que calculaste de más, todo ha ido empujándote a lo que hoy te lleva a estar en silencio. Y a escuchar tus latidos, acompasando el regreso de la guerrera.

Que vuelves a casa, por hoy, y que no lo has hecho tan mal.

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