El coñacito del emprendimiento de serie

Mientras preparo mi VDLN para mañana, me salen los pensamientos así a borbotones al leer este post de Patricia Araque sobre la startup tranquila y sobre todo esta entrevista que mencionan a David Heinemeier, fundador de  Ruby on Rails y de 37signals además de experto sobre este tema, sobre su visión del riesgo y cómo está afectando a las startups en general.

Él opina que no es necesario arriesgar el todo por el todo a la hora de crear una empresa, que no es imprescindible ni sano sufrir para sacarlo a toda costa, y que no deberíamos olvidarnos de nuestra vida personal. Es una entrevista fantástica, llena de sensatez basada en la experiencia, y que, en serio, según la he ido leyendo casi se me saltan las lágrimas de emoción de outsider.

Por fin alguien que habla en voz alta sobre ir contra corriente, que el objetivo no DEBERÍA ser multiplicar por 1000 los ingresos en infinitas rondas de financiación en las que, por dios, ¿dónde sacas el tiempo para trabajar y hacer eso que querías hacer en un principio? Y además, no nos engañemos, salvo que te vaya la marcha, es, como diría mi querida Olga de Olga y Antuan, un coñacito pero de los buenos (al menos para mí!).

A ver si nos entra en la cabeza que no TODOS los proyectos emprendedores son iguales, ni deben serlo. No todos se crean con la idea de venderlas y crear otra nueva, para venderla a su vez, y volver a crear otra para seguir el ciclo de la startup… Resulta que ese círculo no es para todo el mundo que empieza un proyecto, que no todo el mundo quiere pasar por pitch elevator, buscar business angels, rondas de financiación, el break even, las aceleradoras y los que no tenemos por qué sabernos toda la terminología emprendedora para hacer lo que nos gusta y que no obligatoriamente pasa por ese proceso ya casi paquetizado y de serie de emprender, que ya es casi como montar un mueble de IKEA, y que no vender, ni tener socios capitalistas, ni ser escalable son síntomas de fracaso.

A todos nos ha pasado. A mí misma se me ha planteado muchas veces la ocasión de meterme en esta vorágine loca de números y carreras frenéticas para llegar a cifras que satisfacen las necesidades siempre de otros, no las mías, os lo aseguro. He hablado con inversores, con business angels, sobre procesos de crowdequity, de financiación, he estado a punto de vender (y perder) mi empresa, he optado a créditos y ayudas… He ido cogiendo caminos, que, en principio, eran de paso obligatorio para llegar a algún sitio que todo el mundo me decía que era al que tenía que llegar: el éxito. A fin de cuentas, ellos saben y TÚ NO (y ya se encargan ellos de hacerte partícipe de esta observación así sutilmente jjjj). Eso sí, a costa de hacer algo que a mí, personalmente no me satisfacía en absoluto, sacrificando además de mi tiempo en familia y vida personal, más aún, mis propios recursos, y encima perjudicando enormemente a mi trabajo, que sobre todo en la fase inicial de la empresa era el 100% mío y no contaba con nadie más.

Así que, pese a «pecar» de cabezona obstinada y de ilusa ignorante, y de dudar cada lunes por la mañana de ir tomando las decisiones acertadas (algo que nadie sabe a ciencia cierta) he ido desestimando una a una todas las opciones que implicaban algo que el amigo David alude muy certeramente en su texto: el riesgo y el sufrimiento. Ojo, que arriesgar he arriesgado y mucho, especialmente al principio y hasta empezar a tener ingresos. Y también he sufrido y mucho, para sacar adelante algo en base únicamente a mi instinto y no a manuales de MBA. Pero este sufrimiento y este riesgo estaban dentro de lo asumible, de aquello con lo que me he sentido cómoda y que podía controlar. ¿Corta de miras? Puede ser. ¿Me voy a hacer rica? Salvo que me toque la lotería, lo dudo. ¿Duermo bien? Muchísimo.

Y bueno, nadie dice que lo que yo he decidido sea lo correcto. Pero os aseguro que el éxito es algo tan relativo y tan personal que no podemos medir nuestra empresa, nuestro proyecto en función a cifras y métricas que otros califican como exitosos.

Simplemente porque, a lo mejor, para mí, vivir de mi «slow business» junto a un equipo creado en estos años, y sentirme feliz y cómoda con lo que hago, pudiendo dedicar tiempo a mi familia y a mi vida personal, a colaborar con causas que me mueven y me inspiran, y seguir teniendo ganas de hacer cosas nuevas y mejores cada día, es la medida de mi propio éxito, sin necesidad de ser un unicornio, o un genio de las finanzas.

Y con esto no digo que otros modelos no sean correctos o satisfagan a quien los pone en marcha. Supongo que tiene que haber de todo, ¿no? Lo que digo es que NO TODO EL MUNDO debe pasar por el mismo proceso ni los mismos resultados para sentir que está sacando adelante algo con buenos resultados. Que ser multimillonario puede ser un objetivo muy válido, pero no es universal, y no debería ser la medida de la realización personal.

Que no os vendan motos, ni unicornios. El éxito pasa por hacer lo que quieras, y a tu propio ritmo.

Y ahora os dejo, que tengo que tender una lavadora 😀 ¡Hasta mañana!

Pd. Este post es del 2016. En el 2020 que repaso este texto sigo opinando lo mismo. Y más aún. Puedes leer esto con un resoplido de fondo.

Los negocios perfectos, esos negocios

De un tiempo a esta parte me repele bastante el mundo del emprendimiento y, aunque iba acumulando una lista de motivos, (entre otros los bancos de imágenes que se usan para representar este mundo y que no puede ser más descriptivas de un tipo de mundo que entra en colisión directa con muchas otras realidades y de los que pongo alguna joyita para ilustrar), he encontrado uno recientemente que creo que supera a todos.

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emprendedorbiz.blogspot.com

Con esto de que emprender está de moda, se ha generalizado mucho la idea de que todos podemos tener nuestra propia empresa. Te buscas un mentor, o un coach, te apuntas a un curso, haces un máster, o estás en una aceleradora durante un tiempo y, venga, a emprender. Y tan pichis. Querer es poder.  Nos ponen negocios «perfectos» como ejemplos: ideas brillantes que se han transformado en millones de dólares en adquisiciones de portada, con protagonistas arquetípicos, jóvenes de flequillos ondeantes y miradas desafiantes, despampanantemente inexpertos pero aún así capaces de generar ellos solitos (y sus buenos equipos de asesores) millones y millones en la cuenta de resultados.

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ignaciosantiago.com

Y esos son, y no otros en general, los ejemplos que se nos pone delante: negocios que lo petan, que en un año lo consiguen, que tienen una curva de crecimiento perfecta, que han cumplido el manual, y que, sí, han triunfado.

Pero, la realidad es que, ni de coña, todos podemos ni debemos aspirar a hacer algo ni siquiera parecido. Y esto que estoy diciendo lo mismo me elimina de la lista de profes de algún master molón, pero es la realidad es que no nos deberían vender tantas motos, amigos. Porque no todos queremos estas imágenes de seres sobrehumanos, triunfantes y poderosos. Porque no lo somos, sencillamente.

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Telita con la imagen, ni que fuéramos los Thor de los negocios o algo así… Fuente: noticias.infocif.es

Sobre todo, porque, se nos piden negocios perfectos para pasar a la siguiente fase o serás uno del 80% que cierra antes de los 5 años, negocios con curvas ascendentes y miradas desafiantes hacia el infinito, y para mí, que mi negocio es uno más de mis hijos, me recuerda con tristeza a esa tiranía que la sociedad y nosotros mismos imponemos sobre nuestros niños, sobre nuestros «proyectos de niños», sobre los buenos resultados que deben obtener, los idiomas que deben hablar, lo bien que escriben, lo lejos que van a llegar…

Llevo unos días enfrascada en cifras y datos sobre mi negocio, y tal vez sea por eso por lo que me pregunto hasta dónde esos números, esos cuadros tan rimbombantes pero que tienes que hacer sí o sí, miden el índice de felicidad que el proyecto está suponiendo para ti, para tu equipo, para los usuarios. Cómo está cambiando tu vida, qué satisfacciones te está dando, cuántos abrazos físicos y virtuales estás dando… Claro, que para eso también hay estudios, y encuestas y formas de analizarlo me dirán los más ortodoxos, pero fíjate que esos datos no son los que te piden en un banco para darte un crédito, o para que te den una subvención, o lo primero que te pide tu amigo el inversor….

Que sí, que no me olvido de que las cifras hablan por el negocio, que si pierdes pasta ni tú ni nadie puede salvar eso. Ahí te lo compro. Pero salvando el punto de quiebra, me resisto a aceptar la tiranía en la que vivimos ahora mismo en el que eres lo que dice tu cuenta de resultados. Y en el que tus objetivos han de ser económicos incluso aún cuando en el camino por alcanzar esos objetivos, supuestamente alcanzables, tu proyecto, tu negocio perfecto deje de tener sentido, deje de hacerte feliz, dejes de disfrutarlo.

A veces tengo la sensación de que estamos en un show global, un escaparate en el que esto de trabajar se ha convertido en un «Tu negocio sí que vale» y, como pardillos desesperados, vamos pasando delante del jurado (o corriendo delante de ellos a ver quien llega el primero y consigue más cash), y podéis colocar en ese puesto de decisión a quién más rabia os dé, pero podrían ser desde los bancos, los fondos de inversión, los business angel, o cualquier compi yogui de esos que tanto pululan por este mundillo.

cosmopolitanincentives.com
cosmopolitanincentives.com

Y ellos nos dirán quienes valen y quién no. Quien tiene negocios perfectos en los que poder invertir para aumentar su cartera de conquistas, para presumir de sus conquistas con sus amigotes del gremio. Y quien es autoempleo, fuera. Quien no duplica su facturación en un año, fuera. Quien no es escalable, fuera. Quien no tiene el equipo mejor estructurado, fuera. Y así hasta el infinito…

Soy muy, muy consciente de que jugamos con las reglas del mercado. Estamos aquí y tenemos que acatar lo que nos diga el árbitro. Pero no todo el mundo tiene por qué seguir el mismo ritmo de la carrera. Ni siquiera todo el mundo queremos estar en la misma liga, la de los triunfadores, la del networking infinito, la de quién la tiene más larga, la de los proyectos ultra-rápidos, la de quemar equipos y vidas en uno o dos años, la de los niños de 10, la de los negocios prediseñados para triunfar, vender y a otra cosa mariposa.

Y además, ¿sabéis qué ayudaría a que una gran cantidad de negocios que fuesen mucho mejores? Que no tuviéramos que pagar el IVA de lo que facturamos sin haberlo cobrado. Que nos pagaran a 30 día como máximo legal ¡legal!. Que los autónomos no viviéramos para pagar impuestos. Que los trámites y la atención de las administraciones no estuviesen diseñados para echar para atrás a los osados que se atrevan a intentar alguna gestión con éxito…

Que no estuviéramos tan preocupados por tener negocios perfectos.

Y me voy a tender la ropa, que sí, sí, mucho negocio virtual, mucho éxito empresarial, mucha leche, pero la ropa sigue sin tenderse sola.

Bienvenido, amigo autónomo…

Todos los días me entero o me cuentan de primera persona alguien al que han despedido, que no han renovado o que ha vuelto a quedarse en paro. Y que se dan de alta como autónomos, que se van a meter a esto de ¡¡¡emprender!!!, y lo anuncian con una mezcla de novedad, alegría, resignación y en la mayoría de las ocasiones cara de estar tirándose por una de esas atracciones monstruosas -y tortura-padres, y que vendría a ser algo así…

Mi primera factura

 

Me lo cuentan con emoción y vértigo. Y a mí se me plantea la duda de cómo contestarle a su nuevo estado: ¿le deseo buena suerte o que busque la salida inmediatamente?

Porque, no nos engañemos, ser autónomo hoy en día, y me consta que no ha cambiado mucho desde hace años, sigue siendo algo así:

Nunca más verás el calendario de la misma manera que antes. Se acabaron los puentes, las vacaciones como hasta ahora, y los días libres en general. Todos los días serán laborables. TODOS, salvo que estés a punto de la muerte o que te toque hacer gestiones en la Administración, día que será considerado perdido a todos los efectos, y sobre todo anímicamente.

Si tienes hijos, tu calendario se verá interrumpido por días llamados «¿Y ahora qué hago con ellos?» (no confundir con día libre, no nos engañemos, porque en ningún caso será así) y que suelen convertirse en «Días de furia» en la mayoría de los casos porque, por mucho que lo intentemos, la multitarea y la familia, especialmente los de escasa edad conjugan fatal: o tu salón acaba convertido en la casa de un enfermo de Diógenes o acabas castigando de cara a la pared a algún cliente con el que hablas por teléfono.

No cobrarás cuando hagas un trabajo. A partir de ahora el calendario será básicamente para tachar los días que te quedan para que te paguen todo lo que te deben. Pero además, necesitas un calendario anual porque prácticamente nadie te pagará a 30 días. De hecho, para ti, a partir de ahora, serán festivos los días en los que cobras una factura dentro de los 30 días. O mejor aún, que la cobras, ya sea a 90 o 120 días o incluso más. Claro, así se hacen grandes empresas mucho más fácilmente, ¿verdad empresas del IBEX 35?. Esto te inyectará una dosis de odio a la humanidad para la que tienes que estar preparado. Y al principio se te quedará esta cara de aquí abajo. Porque claro, tú, ¿a cuánto pagas?

¿Que me vas a pagar a cuánto...?
¿Que me vas a pagar a cuánto…?

Pero luego te llegarán los pagarés, y esos sí que son divertidos. Porque, además de llegarte 90 días más tarde de haber emitido tu facturita, como poco, no podrás cobrarlos hasta que el pagador tenga a bien! Con lo cual pasarás a este estado:

Los pagarés

 

Pero bueno, tranquilo, esto se pasa al ratito.

Eso sí, es mejor que no te relaciones mucho mientras te sientes así. Por evitar encontronazos, vaya…

No pidas nada a los bancos. (Y mucho menos después de recibir un pagaré). Directamente van a pasar de ti y de tu reluciente plan de negocio en el caso de que lo tengas (y de tu culo también, pero me da no sé que añadirlo, qué diablos!). Nada, niente, nothing. Autónomo=caca para los bancos salvo para cobrar, of course. Si supiérais lo que sois para nosotros…

Los finales de trimestre no os podréis relacionar con el mundo exterior de manera satisfactoria. Ya podéis tener el mejor gestor del mundo. Da igual. Los finales de trimestre te cogen por banda, te ponen encima de sus rodillas, te marcan a fuego en el trasero, y nunca, nunca, nunca volverás a ser el mismo. De la anual ni hablamos porque para qué vamos a amargarnos más el día… Hay una ley no escrita por la cual siempre se te quedará alguna factura sin contabilizar, es LA FACTURA que te perseguirá hasta conseguir que tengas que hacer una rectificación y, por supuesto, cómo no, aplaudan conmigo, PAGAR UNA MULTA.

Y bueno, podría seguir pero casi mejor lo dejo aquí, porque me está saliendo el comillo de la mala leche demasiado pronunciado y además ya me he saltado unas cuantas tareas en mi planning de hoy , que luego encima te sientes culpable porque no estás produciendo, produciendo, produciendo…. Para que los grandes puedan beneficiarse bien a nuestra costa, y por supuesto a más de 90 días…

Porque, amigos, si sois autónomos y estáis jodidos, levantad la mano.

multitud

Emprender con bebé a cuestas

Así todo el día...
Mucha gente me pregunta cómo me las apaño para sacar trabajo adelante con un bebé de casi nueve meses adosado en mi chepa o a cualquier otra parte de mi cuerpo durante todo el día.

Porque, para quien no lo sepa, este bebé no es una criatura, este bebé es mi sombra. Está pegado a mí las 24 horas del día, salvo ratillos en los que consigo soltar la ventosa y despegarme de él para ir a buscar a la bestia parda al cole.

Y que conste que yo encantada, oigan, que estoy disfrutando de este pequeño monstruo como una petarda, pero vamos, que el momento en el que, de repente, me doy cuenta de que, por casualidad, me veo una mano libre y vuelvo a ser bípeda, me entra el estrés frenético de mujer emancipada y empiezo a hacer miles de cosas a la vez: depilarme mientras me hago la manicura, me exfolio, leo un libro sobre horticultura y hago unas cuantas posturas del loto, la garza y no sé qué animal más de esos de relajación…

Bueno, la cosa es que vivo con un ser de nueve kilos «averrugado» a mí, más una de casi cuatro en plan rebelde semi-adolescentoide. Y como además de eso, que ya merecería una vida entera, intento trabajar y que, además, mi santo no me tire un ladrillo con una nota para poder comunicarse conmigo, al final voy haciendo malabarismos y trucos de magia para no morir en el intento.

Pero sobre todo, después de estos meses experimentando en mis carnes la conciliación más radical, y de darme contra la pared varias veces por zopenca y obstinada, he sacado las siguientes conclusiones, flojas, por supuesto, y muy mías, así que seguramente erróneas, sobre sacar adelante tu negocio con bebés a tu cargo y no morir, al menos de una manera muy dolorosa, en el intento.

– Conviértelo en parte del negocio: De hecho, si estoy en todo este  lío es para poder pasar más tiempo con el gordo y con la bestia parda. Así que, lo mejor es integrarlos en mi filosofía de trabajo, en mis reuniones, en mis eventos y en todo lo que hago. Suerte que tengo que el bebé es muy portátil, que porteo que da gusto y que mi santo me ayuda, pero oigan, también me dan mucha fatiguita, que irte al centro de Madrid a una reunión con un bebote gordo a cuestas, con lo mal que está el metro en plan de accesibilidad, ains, no les digo nada y se lo digo todo…

Al bebé le llevo a todas las reuniones y acude como un socio más. Normalmente suelo avisar de que acudo acompañada para evitar sorpresas desagradables (más que nada para que las caras no sean demasiado largas, aunque hasta ahora nunca se ha dado el caso), aunque, francamente sería mucho más fatídico acudir con un socio en pleno coma etílico, o al que le huele el aliento o un maleducado impresentable. Mi bebé es un amor (no es porque sea el mío, pero quién lo niegue que venga y me lo diga a la cara, je) y doy fe de que es mucho, muchísimo más agradable, e incluso aporta más, que muchos con los que he coincidido en reuniones de negocio.

He de decir que el momento dar el pecho en plena reunión por imposición de mi socio lactante puede ser una prueba de fuego para la negociación. Pero ¡ah! las cosas están cambiando y bueno, ¿qué tal empezar ahora?

–  Impón tú el ritmo: Aquí va una píldora de pseudo-sabiduría que sé que comparto con amigas emprendedoras y que me encantaría plasmar en lo que hago. Como mi negocio comparte mi tiempo, escaso, con mis hijos, tengo muy claro, clarísisissisimo que lo primero es lo primero. Y que las prisas son muy malas amigas. Así que combinando ambos conceptos, llegamos a la máxima que intento que prime sobre todo: a mí me va el slow business, trabajar a un ritmo pausado, dedicando el tiempo necesario a cada cosa, incluídas las criaturas adosadas y lactantes, o escribir un email sin faltas de ortografía por ir corriendo. Intenta hacer una cosa cada vez y no atiendas llamadas de teléfono de trabajo si estás en medio de una discusión con criatura.

A ver, esto es como todo, las mujeres somos muy multi-tareas y podemos cambiar un pañal mientras cerramos un acuerdo de colaboración. Pues claro que sí, y eso nos convierte en unas reinonas de las de trajes de plumas y plataformas de dos metros. Pero sí que debemos ser ahorrativas con nuestras fuerzas, dedicar las energías necesarias a cada cosa, y priorizar en qué volcamos nuestro empeño. Si estás montando una empresa, esa tarea puede absorber todo tu tiempo, más del que tienes. Y eso es incompatible en principio con un bebé, que es un «saca-cuartos» energético de lo mejorcito. Así que, ahí nos vamos al siguiente punto…

Acepta el momento, disfrútalo y sé paciente contigo misma: vamos, que lo mejor es no frustrarse porque está claro que con uno o varios niños pequeños, si queremos pasar tiempo con ellos, y además trabajar en tu propio proyecto, hay que asumir, y cuanto antes lo hagas, mucho mejor, que NO PODEMOS LLEGAR A TODO. Y punto. Fuera frustraciones, culpas y enfados porque el día no nos dé más de 24 horas, porque nos hemos olvidado del día en que tocaba disfrazar a la bestia parda o mandar ese email super, super, super, super, megaimportantedelamuerte sin el cual el mundo se va a la mierda. No señores, nada se va a la mierda si no mandamos ese email así que no nos toquen las amígdalas.

Y esto lo digo porque después de meses alternando entre el autofustigamiento, los mea culpa, los quémalamadresoy, y el no valgo para esto de emprender, llega un momento en el que te das cuenta de que lo importante, lo realmente importante es encontrar ese punto medio en el que te perdonas por tus errores y te das margen para que las cosas vayan más despacio (ya compraremos Google cuando se pueda, coñe) y para disfrutar como toca a ese ser babeante y gritón que se está comiendo tu cuaderno de apuntes a tu lado mientras escribes esta reflexión floja.

De restauraciones y otras locuras materno-empresariales

Resulta que un día tienes que salir de casa para hacer negocios. Lo que viene siendo hacer «el business»: rebuscas entre la ropa de premamá y la de lactancia algo sin manchas y medianamente planchado, rescatas unas medias sin carreras del cajón de ese mix que tienes de leotardospeloteros-mediaspeloteras-calcetinespeloteros, y practicas arqueología entre los zapatos planos y llenos de arena del parque para encontrar algo digno y taconero. Desde que tu criatura te ha pedido, por favor que te pongas tacones porque le gustas más (…), estás asimilando que tal vez, solo tal vez, tu hija quiera una madre más alta y arreglada a la par que sencilla… y que la que tiene no le mola… que tal vez tengas que empollarte algún catálogo de moda invierno del Vogue o hablar pronunciando algo más la s, ¿sabessss? (ese pensamiento te dura lo que aguantan sus muñecos ordenados en su cesta, porque en cuanto ves de lo que es capaz la bestia parda te sale el chuki que llevas dentro y sacas la madre bajita, de zapato plano y chillona que llevas dentro y te importa un pito lo que te pida por favor con tal de que ordene su cuarto y deje de hacerle llaves de pressing al hermano).

Pero hoy tienes que salir a businessear y hacer algo de provecho (ejem) así que toca hacer el esfuerzo e intentar recomponer todas las mujeres que llevas dentro para ponerte cara de moderna y talentosa, escondiendo por un rato la maruja ojerosa que grita a su hija que se coma el pollo, que trabaja en pijama como una loca a las seis de la mañana con listas de la compra junto al flujo de contenidos de la semana y que no tiene ni idea de cómo enfrentarse al mundo de los negocios… A lo mejor tienes que evolucionar y de una Pokemon tipo ama de casa pasas a ser a una de tipo empresaria exitosa a base de ganar batallitas a mujeres delgadísimas y elegantísimas en traje con BlackBerry y maletín de Armani…  Las ganarías a bolsazos, eso no lo dudes…

Así que buscando un milagro te pones frente al espejo y tras el susto y arcadas iniciales, te secas los lagrimones, te juras que nunca más, que a partir de ahora te pondrás todos los potingues esos que atiborran el armarito (copando las baldas correspondientes al santo) y que te echarás escrupulosamente el contorno de ojos como si en ello te fuera la vida para no convertirte en la gemela de Soraya Saez de Santamaría cuando se enfada. Apretujas con fruición los cuatro pelos escamosos que te quedan tras el embarazo+parto+tirones del pequeño, cubres con espátula y mortero las ojeras cronificadas y bolsas colganderas y, en definitiva, restauras con prisas, y como puedes, para no ser el maquillador gordaco de los anuncios de Max Factor, el Ecce homo borjiano en que te has convertido tras todos estos meses de estar escondida en esa cueva de perdición llamada «trabajo en casa«.

Y bueno, has hecho lo que has podido. Y llegas tarde, por supuesto. Así que corres pasillo arriba pasillo abajo por tu mansión, cogiendo el iPad, el smartphone, las tarjetas de visitas, un boli por si no funciona el iPad o el smartphone, las llaves del coche, las del garaje, las de la casita de Mickey Mouse… Todo lo que una mujer de negocios actual necesita, y eso sí, sin mirar atrás, porque la casa te está llamando a gritos «desgraciada»…  Pero noooooo, espera, ¡¡¡te falta algo!!! Llenas la bolsa de pañales para un regimiento, ropa de cambio para tres estaciones distintas (¿alguien sabe qué temperatura hace en el Ifema?), discos de lactancia y demás complementos diminutos y empaquetas al bebé, tu socio más entregado y fiel escudero, en el coche mientras sudas la gota gorda intentando que el capazo quepa con la bici de la niña, los ruedines, la cuna de viaje y el colchón… Y tras hacer el Tetris en tu maletero y darle gracias a dios por haber hecho el coche más grande del mundo ¡¡ya estás lista para comerte el mundo!!

Hete aquí que, mientras recorres como una loca (tómese esto como una exageración, of course) la M30 porque sí, llegas muy tarde, reflexionas (a tu manera, es decir, muy floja) sobre como montar un negocio propio es una locura casi tan grande como tener un bebé. Casi están al mismo nivel, te dices. Aunque al negocio le puedes mandar a la mierda en un momento dado, mientras que al retoño lo máximo donde le puedes mandar es al Hermano mayor a que lo amaestren y deje de romper puertas con los puños o a un internado en Suiza si es que te dan las perras.

Ahora bien, cuando se unen ambas cosas, tener niños pequeños en la chepa y teta, a veces simultáneamente, y poner en marcha un negocio, ambas tareas ya de por sí, estresantes, demandantes y altamente explosivas, te das cuenta de la mezcla…

Demonios, ¿¿¿¿qué es lo que va a salir de ahí???

De cobrar, si eso, ya hablamos otro día

A la amiga de una amiga de una amiga mía la van a despedir. O la han despedido ya. O le están haciendo un ERE, que ahora mismo es como que te hagan las mechas, unas ingles brasileñas o las cejas, vamos, lo más normal. Todos tenemos un conocido al que han pasado por la piedra salarial, o que está punto de pasar. Y ese afortunado que antes tenía la tranquilidad vitalicia de ser funcionario, ahora le tiemblan las carnes pensando en los recortes de sueldo, en las pagas extras menos o en las transferencias a las comunidades, momentos en los que definitivamente sí que ves tu vida pasar por delante en fotogramas, imágenes digitales o viñetas de comics, da igual el formato o el color.

En el parque, con los niños, después del tema del cole, que hasta que pase el momento estacional, seguirá siendo la estrella en nuestra horquilla de edades, el tema recurrente y más manido es «Y a ti, ¿cuándo te echan, Mari? ¡Miguelito, no te comas la arena! Y qué, ¿les has denunciado ya?.» Así está el patio. Y  el que no lleva meses luchando por la indemnización, de la mutua al psicológo, pasando por el INEM y el abogado y peleando, claro, con unos y con otros, está viéndolas venir mientras echan al 80% de la plantilla de su fábrica, o directamente lleva seis meses yendo al tajo sin cobrar su sueldo. ¡Seis meses!

Que hay que reinventarse, dice por ahí gente guay que bebe Aquarius en los bares. Pues sí, hay que reinventarse, machote, pero en otro país, me parece a mí. Porque lo que es aquí o tienes un cuñado en el Ayuntamiento y un padrino en el banco, o más te vale que lo que reinventes sea tu lista de créditos y préstamos.

Que hay que renovarse, dicen, crear negocio, innovar, tener imaginación, ¡emprender! ¡Coñe, llegamos a la dichosa palabrita! ¡Emprender! Y miren ustedes que lo digo como una humilde aspirante a empresaria, pero francamente, ya estoy un poco hasta los mismísimos rulos de que nos tomen el pelo con eso de que emprendiendo se sale de la dichosa crisis, amigos. Que nos venden la moto del emprendimiento como si fuera la panacea para que cinco millones de parados se busquen las habichuelas fuera del abrigo del papá Estado… Ay, espera, que olvidaba que los autónomos no tienen derecho a paro, ni a baja, casi, ni a jubilación, casi, ni a una vida, casi, es verdad, qué alentador, casi… ¡Ummm, qué ganas!

Sí, claro, por supuesto que emprender es genial, muy buena idea y muy satisfactorio. Que está muy bien ser tu propio jefe y que te puedas llamar gilipollas a ti misma en vez de a alguien casi de tu misma edad pero con seis ceros más en su sueldo. Pero insisto. No en este país. A lo mejor en Sillicon Valley, amigos, saben valorar un proyecto viable y encauzarlo, que ya no digo invertir, ¡que me conformo con no joderlo! Pero en España las cosas no funcionan así, me temo. Y eso que estamos rodeados de gente con ideas, y con ganas, y con proyectos interesantes. Un montón de talento que sube como la espuma por el cuello de la botellas hasta que ¡oh, merde! se encuentra como tapón a los inmensos culos de los gordos banqueros, de los ministros de Trabajo o de Industria o de Hacienda, o todos a la vez, que parece que se ponen de acuerdo para dificultar el curro de millones de pequeños empresarios y de autónomos con trámites engorrosos, impuestos a porrón, y toda una lista de torturas que debería recoger la mismísima Convención de Ginebra.

Pero ahhhhhhhhhhhh, no te olvides de que estás en España, colega, el país de los cuñados en el Ayuntamiento y el padrino en el banco, de los Gurtel, de los Cortina, de los Fabra, de los Millet, de los Urdangarines, de los millones de euros intercambiados entre señores con trajes en gasolineras, de las subvenciones a eventos deportivos que nunca se llegarán a realizar, de los Juegos Olímpicos que nunca se celebran pero para cuya candidatura pagamos religiosamente cada año, de las Cajas Mágicas y los 300 millones de euros que costaron y otros ejemplos indignantes de despilfarros urbanísticos que después del pastizal que han costado se cierran al público por falta de recursos o sabe dios por qué, de los aeropuertos en ciudades fantasmas, de las estatuas gigantescas y presupuestos desproporcionados, de los colegios públicos sin calefacción y de los recortes a diestro y siniestro y en el que, amigo emprendedor, si quieres un crédito o un boli del banco, ya si eso vas a tu madre y que te lo saque de debajo del colchón porque aquí, en tu negocio, no arriesga ya ni el Tato. Y que si haces un trabajo por el que pagas tus impuestos religiosamente, como un buen hijo de autónomo, tranquilo, que te comes los mocos porque a ti no te pagarán hasta que se desvele el misterio de la sábana santa, o de las caras de Bélmez… ¡Y no pasa nada! Porque estás emprendiendo, estás de moda, el Corte Inglés te va a dedicar un Día Fantástico y eres lo que se lleva, como el morado. Molas mazo.

Ya si eso, de lo de cobrar, hablamos otro día, majete…

Perdónenme el arrebato, es que dan ganas de darle la vuelta al mundo, a ver si vuelca toda la gentuza esa que nos da tanto por saco, y ya de paso, nos caen las monedillas. O las vueltas de la compra.