La buena vida

Cada mañana, muy pronto, aún no ha terminado de salir el sol, mi hijo pequeño, el más madrugador, el más koala, el que hemos llevado encima desde que nació, se levanta de su cama y entra despacito en mi despacho. Con los ojos aún sin abrir del todo y el pelo en posición de combate contra el mundo.

Y así, medio dormido y oliendo a bollito caliente, como me decía a mí mi madre, rezumando horas de embozo en sus sábanas de Stars Wars y loción antimosquitos, me abraza durante unos segundos… Es más que un abrazo un enganche. O un engarce. Un dejarse caer entre mis brazos con la posición ya asignada. Como la pieza del Tetris que ocupa ese hueco que faltaba. Y con un clic al final del movimiento. Como marcando que has llegado a tu sitio. «Aquí van tus brazos, aquí tu pecho, y aquí tu cabeza, sobre mi hombro».

Y solo hoy me he dado cuenta que este sencillo gesto, repetido día tras día, desde que empezó esta etapa surrealista, llena de tristeza e incertidumbre, que nos ha dejado suspendidos en el tiempo, me acaricia por dentro sin apenas ser consciente y me reconcilia con una buena vida que no quiero dejar pasar. Una buena vida no anunciada, no vendida. Una buena vida susurrada, en bajito, anotada en las cubiertas de los libros que buscan la felicidad o el sentido de nuestra existencia. Una buena vida tras la puerta que cerramos al salir en pos de aventuras.

Una vida lenta y mucho más sencilla. Más llena de tiempo, más tiempo, más moléculas de esas que llegas a ver cuando te quedas pasmado mirando un rayo de luz caer sobre la mesa. Y también llena de privilegios y de suerte. Sin vacaciones, sin mar de fondo, ni brisa, ni más planes a la vista que seguir tirando. Con malos días y malos momentos. Como todos. O quizás no. Pero con una suerte inmensa, diaria, y cotidiana. Suerte con olor a casa y comida, a horas de sueño en el pliegue de un cuello, a libros y lápices de colores, a ropa tendida y calor pegado a la piel de un niño. Suerte con sueño y legañosa.

Suerte de buena vida con abrazos mudos al amanecer.

Y un clic ahí de fondo.

 

2 comentarios en “La buena vida

  1. ¡Qué bonito, Moni! Por aquí otro que ha ganado el abrazo mañanero del igualmente koala y benjamín de la casa en estos meses, con el levantar legañoso. Antes, al irme de casa a trabajar, mientras todavía seguían dormidos, no había esa posibilidad. Y además, la ternura con que te dan estos abrazos de buenos días, mientras te miran con una sonrisa (el mío, al menos…) de oreja a oreja, no hay regla, escuadra o cartabón que la mida.
    Son pequeñas monedas que ir atesorando en el cofre de los buenos momentos; por su valor intrínseco, y para cuando crezcan y en la adolescencia ya pasen a no querer rozarte ni con un palo.

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