Es cuando pasa la vida. Cuando no toca. Cuando no se espera.
Las alegrías son más brillantes cuando hay niebla.Las decepciones más afiladas al no esperarlas.
Las despedidas más tristes, más lluviosas, más pozo sin fondo, cuando estás saboreando el rojo del beso.
Los «adioses» definitivos nunca se pueden decir con el alma.
Porque siempre llegan a oscuras, cuando ni la luna los intuye.
Y se escurren entre luces, entre miradas y risas. Y entre verano y viajes. Y entre la vida. Y cuando menos sitio tienes para ellos en tu casa, rebosante de espacios blancos y lisos, y sin aristas, es entonces cuando llegan.
Las despedidas.
Siempre a contratiempo.
Manía de pensar que las cosas tienen su tiempo!
Parece que es el tiempo el que tiene sus cosas…
Las despedidas no deberían tener su tiempo, no deberían tener nada, son malas y rancias y duelen como portazos en los morros. Yo ahora mismo tengo los pies metidos de lleno en una y cada vez me cae peor. No me gusta que me hagan llorar 😦
Uf, respira hondo…
No entiendo 😦
Son los reveses de la vida, inexplicables…