Realidad aumentada a las 8.30 a.m

Una mujer se choca conmigo mientras se esconde tras sus enormes gafas de concha. Avanza parapetada en un abrigo de colores chillones, imitación de Desigual, que está muy de moda últimamente, y en su mirada se podrían atisbar lo menos cinco o seis pensamientos homicidas. O eso parece. Podría ser fácilmente que hoy tiene que presentar ese documento absurdo que le encasquetaron por pringada el otro día, mientras su compañera de mesa, la muy lista, se iba de rositas a tomar cañas con el jefe. La muy p…resumida… Podría ser además, que encima del marrón del powerpoint, después del trabajo tiene cita con el ginecólogo. La segunda cosa que menos le gusta en el mundo, después de limpiar los posos del café de una cafetera de fuego. Vamos, que tiene el día como para que le toquen las castañuelas.

La dejo pasar con respeto y comprensión, no vaya a despertar la ira que se ha levantado con ella a las seis y media de la mañana. Si eso, que lo pague con su compañera, la maja. Que se va a quedar de un relajado…

Dejo a mi izquierda, sentada en uno de los bancos metálicos, a una señora entrada en añitos, que intenta encontrar la posición óptima para hacerse la manicura francesa, mientras el culo se le resbala hacia el suelo por el efecto «incomodador» del banco (me juego mi flamante nuevo reloj, regalo de mi Santo, de que los hacen así aposta), el bolso le cuelga peligrosamente de una rodilla y un mechón de pelo rizado y espeso le está obstaculizando la visión del ojo derecho. Entre tanto trajín, el compañero de banco la mira de reojillo, así sin mover la cabeza y con el Marca abierto sobre el maletín de piel, como si le prestara atención a la última de Mou. Está, el buen hombre, sin embargo, siguiendo los aspavientos desesperados de su vecina, admirado a la vez por su capacidad resolutiva ante tanta inconveniencia y extasiado por el perfume embriagador del pintauñas blanco. A él le encanta ese olor, y cada vez que su esposa se pinta las uñas, con los pies levantados encima del reposabrazos y una especie de instrumento de tortura entre los dedos de sus pies, él se queda quieto junto a ella, calladito para no molestarla en su tarea, deleitándose en cada bocanada química como quien degusta con el olfato un bizcocho recién horneado.

Les dejo, no sin sonreírme por el resultado casi perfecto de esa manicura improvisada entre tanta dificultad externa. «Esa tía sabe lo que se hace, y no como yo, que ni deteniendo el tiempo como el japonés de Héroes soy capaz de dejarme las manos algo parecido a decentes…». Corto el pensamiento al llegar a la escalera mecánica, hoy no tengo ganas de tonificar mis glúteos. Mañana.

Noto un empujón en mi mochila. El personaje situado a mi espalda quiere subir por encima mío, lo noto. Me giro, con delicadeza y pausadamente, que jode más, para explicarle con calma la dificultad físico-espacial de que me atraviese sin más (recordando de nuevo a un personaje de Héroes, el negro aquel flojito casado con la rubia de personalidades múltiples… ¡cuánto daño hacen las series en mi cerebro!).  Y estoy a punto de decirle cuatro o cinco cosas a aquel descastado que se ha atrevido a subirse a mi chepa.

Pero, viéndole el careto de triste que me lleva el pobre señor, se me quitan las ganas de reprobarle. Bastante tiene ya el amigo con llevar con entereza esa presencia de ánimo tan deprimente, esas ojeras que van gritando al mundo ¡soy muy desgraciado!… No seré yo quien aumente su carga. Paso.

Y saliendo a la calle, y ajustándose mis pupilas de nuevo a la luz natural y acogedora de estas horas de la mañana, recuerdo que hoy es el Día Internacional de la Mujer. Pues bien, felicidades a todas las premiadas.

4 comentarios en “Realidad aumentada a las 8.30 a.m

  1. Me maravilla esta gran empatía tuya!!! Yo habría zancadilleado a la del powerpoint y gritado huracanadamente al que quería jugar a churrova en mitad de las escaleras. Es que tengo muy mal despertar. Felicidades por tu día y por esa generosidad garbosa!!

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