Acabo de ver las imágenes en exclusiva que El Mundo ha publicado sobre la repugnante intervención del viernes pasado en el programa de Ana Rosa Quintana de la mujer de Santiago Del Valle, intervención en la que, «por sorpresa», este personaje incalificable rompió a llorar y declaró la culpabilidad de su marido ante las cámaras. Una culpabilidad que había negado ante el juez durante el juicio. Una culpabilidad que por otro lado su esposo llevaba escrita en la frente. Pero eso es lo de menos ahora. Porque el circo se alimenta de estos giros sorprendentes. Las fieras carroñeras en el plató se lanzan sin dudarlo a la carnaza, despedazando sin el más mínimo atisbo de conciencia, la poca, escasa o nula credibilidad que queda del periodismo televisivo, del circo de los horrores televisivo al que nos tienen ya acostumbrados.
Sin haber visto estas imágenes ya me pareció obscena aquella escena en directo. Cuando en medio del cotilleo y la frivolidad se levantan de un salto, enseñando eso sí las medias de dragones bien para que se vea lo moderna y estilosa que es una, y se plantan en la mesa de «las cosas serias», como quien se quita el chándal y se pone el vestido de Armani. La misma porquería con otros apellidos. Y así, como quien narra la pasarela Cibeles, conectan con la llorosa esposa del asesino. Y así empieza el espectáculo, el teatrillo de títeres, en el que el espectador, incrédulo, ha de contener el vómito ante tal demostración de basura.
Y ahora, para aumentar la ya de por sí ingente indignación, contemplo con estupor (aunque tristemente, no el suficiente) cómo estaba todo preparado. Como habían estado todo el día con la señora, pagándole el hotelito, llevándola al bar a tomarse el cafelín, impidiendo que hablase con otras cadenas, grabando sus desmayos, sus balbuceos incoherentes, sus confesión entre lloros de cómo habían destrozado la vida de una familia, guardándose como lobas en celo la exclusiva, con los colmillos fuera ante cualquiera que dignase acercarse. Y mientras en plató actuaban con semidignidad, intentando darle a ese despropósito una patina de profesionalidad abrillantada, un barniz ético muy poco defendible, detrás de la cámara, casi podían oírse esas manos frotándose con satisfacción jubilosa. Qué asco.
Ya pueden decir misa para defenderse de esto. Ya pueden acusar a la productora, a la reportera, a la portera, al taxista, o incluso al público por aguantar y ser cómplice de semejante truño. Ya podéis buscar las vueltas. Porque esto se acaba.
Y el barco se hunde, con AR, con ER, o con la madre que los trajo.
Pensaba que había confesado en La Noria o algo así…
Igual es una verguenza, pero ¿Sabes? Con tal que finalmente metan preso para siempre a ése tipo, casi que prefiero que la persona esta se haya humillado por unas monedas 😦
Una vergüenza en todos los sentidos, una vergüenza…
Este tipo de «periodismo» no es nuevo, ya lo utilizó Pepe Navarro, allá por medidos de los 90 con las niñas de Alcasser, o Javier Sardá con la «investigación» sobre el fallecimiento de Carmina Ordoñez
Cierto, buen maestro has ido a buscar, jjj
Nieves Herrero subió al escenario de un teatro de pueblo a todos los amigos y conocidos de las niñas de Alcasser. Fue lo mas vomitivo que yo he visto en todos los días de mi vida. Desde entonces, no parece que hayamos evolucionado mucho..
Pero, por qué lo hacen? Porque el dolor vende mas que el porno… si no, de qué?