Cosas chachis y no chachis de currar en casa

La mitología del currante en casa, amigos, es algo insondable, arcaico y sobre todo, muy gaseoso. Con sus puntazos alucinantes, de los que usas para hacer rechinar los dientes de envidia a tus colegas ubicados en el mundo exterior cuando te cuentan lo mal que están en la oficina, sí, de esos. Pero, ainssss, mecachis, también tiene sus desventajas… Porque no podía ser todo perfecto. Porque la situación perfecta sería tumbados en una playa de las Bahamas. Y lo demás, mamandurrias, como diría la inefable Aguirre…

Por eso hoy, con espíritu enumerativo (pero sin números, por llevar la contraria), cual gurú blogueril con un post de esos que odio tanto de “Los mejores 10 trucos para hacerte rico…” haré un listadito incompleto de… ¡lo chachi y lo no tan chachi de currar en casa! Que en mi caso, aclaro, está muy mezclado con ser autónoma, y por lo tanto, situación miserable donde las haya. Empezamos…

  • Vives una realidad paralela: si no fuera porque tienes hijos y tienes que seguir el calendario escolar (por el bien de tus vástagos), tu único guía espacio-temporal es el calendario fiscal. Ni festivos, ni puentes, ni cumpleaños que valgan. Aquí lo que cuenta es lo que dice Hacienda, y esa, amigos, no tiene santos ni fiestas de guardar. Así que cuando te toca pisar el mundo exterior y encontrarte con el resto de la civilización, tienes que andarte con cuidado porque, aunque no te des cuenta, el mundo sigue girando ahí fuera. A veces te encuentras con uno de los tuyos delante de la puerta cerrada del cole con tu hijo de la mano. Su mirada perdida en el vacío se encuentra con la tuya. Ninguno de los dos sabíais que era el Día de las Primeras Nieves del Invierno Eterno. Y eso duele.
  • Por descontado, y es un YES como una catedral: trabajar en bata. Tendrá menos glamour que llevar medias tupidicas en invierno, pero oye, donde esté una buena bata-manta en una madrugada de invierno, que se quiten todos los outfitmolones de la temporada. A mí esa cosa de tener que vestirme para”sentirme como en el trabajo” se me quitó por arte de magia cuando empecé a pagar la cuota mensual de autónomos, amigos, cual supositorio envadurnado de dura realidad, oigan. Todo lo demás… mamarrundias, de nuevo. Bata forever, salvo cuando empieza a ser la hora de los mensajeros. Porque… sí, van en el siguiente punto…
  • Además de dejar de leer en el transporte pública, todas esas cosillas que antes solucionabas de camino al trabajo, los recadillos, las compras… desde unas pinzas de depilar hasta comprar sellos, desde el periódico hasta el paquete de chicles del quiosco, todo se convierte en una tarea 2.0. Todo lo compras, lo vendes, lo alquilas y lo negocias sin tener que moverte de la silla de ruedas acolchada de jefecillo “quiero y no puedo”, entre mail y mail, entre listas y listas de “to do”, entre tablas de excel y facturas impagadas (esto por si lo ve algún proveedor, y tal…). Las citas del médico, la del DNI, las de Hacienda, las del psicoterapeuta para después de ir a Hacienda… Te coges a los asesores lo más cibernéticos posibles, y hasta estás buscando una tarifa baratita en Packlink para poder mandar a los niños al colegio vía mensajería urgente (¿de verdad que eso no existe? ¿de verdad? ¿de verdad?): cualquier cosa para no tener que moverte del despachito y no mandar el GTD a tomar viento fresco.
  • Porque, sí, amigos, esto del GTD cuando trabajas en casa importa. Y mucho… Que claro, el amigo José Miguel Bolívarlo ve facilísimo y tal, pero esto de la productividad cuando te autogestionas tu tiempo es tan chungo que ¡¡hasta existen hasta manuales para aprenderlo!! Sí, sí, porque lo cierto es que lo que más nos cuesta no es trabajar en sí, noooo, sino saber cómo hacerlo, en qué orden, con qué prioridad… Y sobre todo, ¿cuándo toca la pausa del café? ¿Y la de leer el Marca? ¿Y la de poner la lavadora? Porque, no nos engañemos, uno de los principales handicaps de trabajar en casa (y añadémosles el plus de peligrosidad de hacerlo para ti mismo) es que, en algún momento, alguien tiene que estar hasta las pelotas de tanto mamoneo, dar un manotazo en la mesa, vociferar como Matías Prats “¿Pero esto qué es?” y hacer de jefe de una vez, ¿no? Y ahí, amigos, es cuando se presenta la típica dualidad esquizofrénica que todo autónomo/ente humano que trabaja en casa sufre varias veces al día, echándose a sí mismo la bronca mientras sus pupilas cabalgan sin freno de la portada de El Jueves al canal de Salvador Raya en Youtube o gatetes diciendo I love you… Esto pasa. Mucho. Y no, no lleva a nada bueno. Pero de eso se sale, de verdad. El bloqueo típico del “quiero, quiero, te juro que quiero, pero no puedo” se pasa. O se sale a leches, vamos. A mí, antes del fustigamiento,  me va fenomenal ponerme el spoti a todo volumen y destrozar vilmente alguna de Adele a gritopelao, con ahínco, enseñando los dientes, como si quisiera comerme a ese jefe mamón que soy yo misma…. Dualidad esquizofrénica, ya os digo.
  • Tener tu nevera cerca. Puede parecer contradictorio pero precisamente el hecho de poder comer cuando quieras elimina la típica ansiedad esa absurda de no poder comer hasta la hora de la comida por culpa de la que acabas poniéndote hasta el kiko de cualquier porquería grasienta o con chocolate, o ambas cosas a la vez, de la dichosa maquinita del diablo. Además, yo he podido implantar mi amado,ohhh yes, horario europeo y muy tempranero, que desde aquí, y completamente gratis, os recomiendo encarecidamente a todos. Encima comiendo en casa, salvo terribles excepciones de pan con mortadela, o lo que haya, sueles comer comida casera. Así que ¡minipunto para la menda!
  • Tener la cafetera cerca. Esto también lo tienes en la oficina, no es un extra de los “caseros”, pero yo que sé, nadie te coge tu taza de la estantería, puedes hacerte café y sabes que no se lo va a beber nadie más que tú, así en plan agonías. Vamos, lo que viene siendo un momento “egoísmo” puro y duro. Pero que satisface profundamente.
  • Pero, y esto es lo que más deprime de todo, no tienes compis para compartir los bollos de los cumples.  Nadie te dice lo bien que te ha quedado el peinado nuevo, o las mechas, con lo que te han costado. No puedes fardar de lo bien que te salió la cena el día anterior. Tienes que llamar o hacerte un skypepara poder quejarte, porque hacerlo vía whatsapp (y aún menos vía email) con muchas caritas rojas de esas enojadas e  iconos de cagarrutas no es igual de satisfactorio que compartir improperios a pleno pulmón. A veces usamos el tablón de Facebook o el Twitter así en momento “si no lo cuento reviento”, pero noooo, no es lo mismo., que compartir desahogos une mucho, que sí…

Y bueno, sí, hay muchas más, pero mi jefa no me deja seguir perdiendo el tiempo con “eso del blog” así que hasta aquí por hoy con un breve y aleatorio listadito de ¡cosas chachis y no chachis de currar en casa! ¿Cuáles son las vuestras?

Lecciones del año que acaba

Siempre que llegan estos días me pongo, irremediablemente y aunque no quiera, en modo «ajuste de cuentas» y miro hacia atrás para ver lo que ha sido mi año.

No concibo el año como algo paquetizado, un año que pueda definir con una sola etiqueta, de esas que rellenas con el nombre y pegas en el paquete. No podría. Porque un año son millones de momentos. De diferentes emociones y experiencias. Y si bien hay años marcados por muertes o nacimientos, o ambas cosas, y esos ya no son años normales, hay otros en los que pasa mucho de todo. Y eso es bueno. Pero es difícil de catalogar.

Y el 2015 no ha sido un año perfecto, está claro, pero tampoco ha estado tan mal. Y sí, estoy mejor, y eso ayuda para que todo lo demás también vaya algo mejor…

He dejado de emprender. Me borro de la lista de valientes salvadores de nuestro país. Yo no emprendo. Yo trabajo. No quiero pertenecer ni alimentar una burbuja de la que cada vez me siento más ajena, si es que alguna vez he podido sentirla cerca, que tampoco. No emprendáis, amiguitos, trabajad. Y que no os vendan motos, ni libros, ni historias. Esto (eso, aquello, tu proyecto) es un trabajo, en toda su magnitud, y que no tengas un horario fijo o una paga extra (¿eso qué es, por cierto?) no te hace menos profesional ni menos currante. No te sometas a los designios de rondas ni mentores. Trabaja en lo que creas y lucha por defenderlo con uñas y dientes.

He puesto límites al teléfono. Pero no porque no lo use, la verdad es que sigo usándolo muchísimo, y no lo niego. Pero lo evito en la medida de la posible mientras trabajo. Parece que quedo regular, una rancia, que lo sé, cuando digo que prefiero que me escriban a que me llamen, pero es así. Eso de que en cinco minutos todo se soluciona en vez de mandar un email, pues no es verdad. Y además, amiguitos, todo por escrito. Regla universal number one. Sobre todo por lo que viene abajo, jjjj…

He aprendido a escucharme más: a veces acierto, y la alerta sobre las personas que te llaman «cariño», «amor», «bombón» o «mi vida», sin conocerte lo suficiente como para que te lo digan de verdad, ha resultado ser muy certera. Alejaos de ellas, no falla. Y todo por escrito, especialmente con estos seres. No es insistencia, es supervivencia.

He leído mucho más que en el 2014. Cosas muy buenas y cosas horrendas y que no nombraré. Pero he satisfecho un poquito mi ansia intelectual y he llorado en el AVE con un libro entre las manos. Eso, por otro lado, ha hecho que haya visto menos series, no podía ser todo. Pero sobre todo he ADORADO Saturday Night Live hasta autoprometerme que alguna vez iré a Nueva York a ver el programa en directo, he despedido a Mad Men como uno de los mejores momentos de mi vida y he aplaudido entregada a Amy Schumer.

He disfrutado mucho más de mis hijos que en el año pasado. Estar mejor yo me ha ayudado mucho a estar mejor con ellos, y aunque me falta mucha paciencia y disto mucho de ser la madre que me gustaría, sentir alegría por tenerlos conmigo todo el día ahora en vacaciones me tranquiliza conmigo misma y me indica que vamos bastante bien. Que no hay drama. Que esto no es perfecto, pero me gusta ser madre y no me estresa. Y haremos galletas juntos, y nos reñiremos unos a los otros. Y mancharemos la cocina. Y lo haremos a nuestro ritmo. Despacio. Y me gusta.

He apostado por ir despacio. El slowbusiness es un hecho y me gusta. El slow haciendo mi pan desde el día anterior. El slow en mis cosas. El slow en mi mente. Viviendo lento. Y educando lento, saboreándolo. Leyendo lento y cosiendo despacito para que no se me salgan los puntos. Hablando despacio para que me entiendan. Diciendo NO más pausadamente para que quede bien clarito. Slow. Despacio. Lento.

He trabajado un huevo. Slow pero un huevo. Y me lo he pasado francamente bien, con sus ratos de darme contra la pared, claro, porque no sería lo mismo sin meter la pata de lo lindo o equivocarme una vez más. Vivir a pesar, y gracias al fracaso. Vivir en la incertidumbre. Y a pesar del enésimo fallo en mi historial me siento increíblemente feliz de lo que este 2015 ha supuesto para mí.

He descubierto a gente sin la que ahora ya no querría vivir. Personas con las que ahora trabajo codo a codo, con las que me río hasta las lágrimas a través de mensajes por cualquier red, «espíritus afines» con los que me siento más yo y que hacen todo más fácil y más bonito. Y que unidas a las personas que viajan conmigo desde hace mucho o poco son ese motivo para sonreír, así porque sí. Porque estoy rodeada de gente maravillosa, una afortunada sin duda.

He comprobado que este año el país, el mundo no va mejor, y a pesar de esos números que dicen que son optimistas, la verdad es que la crisis se ha cargado mucho a nuestro alrededor. Y no, no estamos bien. Gente muriendo a manos de otros, hambre, refugiados huyendo de sus casas y encontrándose muros de odio y prejuicios a su alrededor. Aquí ee sigue destruyendo trabajo, negociándose contratos basura, y condiciones inasumibles a nuestro alrededor. Y el panorama pinta muy feo. Así que no, no estamos bien, ni mejor siquiera. Y toca seguir luchando. Eso no ha cambiado y dudo mucho que cambie en el 2016.

He seguido confiando en la música para calmar mi ansiedad, que la tengo. Y en el poder sanador de la actividad, del «hacer» para salir del bloqueo que a veces me ataca y me paraliza. Hacer es la clave.

Y dormir. Dormir mucho. Dadme ocho horas de sueño y conquistaremos el mundo…

Y sonreír. Hay que sonreír más y este 2015 también me lo ha confirmado. Sonreír tiene un efecto mágico sobre los demás. Y hay que hacerlo más.

Este año no me he estresado mucho por el orden de las cosas, así en general. Aprender a vivir en el caos parece el principio del fin, pero luchar contra ello me parece mucho más frustrante cuando ves que las pelusas siguen saliendo de la nada y reproduciéndose por mitosis, o que los coches de juguete de mi hijo tienen vida propia y por las noches se pasean a sus anchas por la casa. Y esto es así. No hay servicio doméstico ni milagro que resista la prueba de la inevitabilidad, así que este 2015 me ha venido bien para aceptarlo.

Y es que, definitivamente, el 2015 no ha sido un año perfecto, ni mucho menos. Lo acabamos con muchas dudas sobre el futuro más próximo y arremangados para meternos en faena porque el 2016 va a ser duro, muy duro. Pero estoy mejor, y eso ayuda para que todo lo demás también vaya algo mejor…

¡Feliz 2016, amigos! Y a seguir luchando, que hay mucho por hacer.

A hostia limpia

A veces nos olvidamos de que somos nosotros nuestros principales contendientes, a los que nos enfrentamos cada día.

Hoy, cuando he visto el vídeo de Sia de Elastic Heart me lo ha recordado al instante. Esa jaula en la que los dos protagonistas se dan de leches de manera lírica, también me vale para mi propio yo, y la lucha interna a la que día tras día me someto.

Y nos empeñamos muy a menudo en focalizar nuestras energías en los demás, cuando la realidad es que ahí, encerrados y en un tira y afloja constante y permanente, estamos nosotros mismos. Y nuestras circunstancias.

A lo mejor si visualizásemos más a menudo esta lucha interna dejaríamos de perder tanto tiempo enfrentándonos a quién sabe quién. Cuando el que se merece una buena patada en la boca a lo mejor eres tú mismo… O no. Que a veces tenemos razón, qué leches. Pero desde luego, en nosotros siempre empieza la lucha y deberíamos ser el primer sitio en el que buscásemos el origen de ese malestar, ese problema que nos encontramos, de la mayoría de nuestros disgustos y crisis.  En nosotros y en nuestras expectativas, nuestros deseos, nuestros auto-engaños está la respuesta la mayoría de las veces.

Qué falta nos hace conocernos mejor para saber de qué somos capaces, cuáles son nuestros límites y cómo podemos superarlos. Qué falta nos hace dejarnos de autocomplacencias y vendas en los ojos. Qué falta nos hace ser autónomos (no en el sentido fiscal, por dios) y no depender de que nadie nos diga cómo somos y qué necesitamos para seguir andando…

Esto lo veo mucho ahora que se lleva tanto el autoempleo. Y el tan traído emprendimiento (hasta el moño, por cierto, estoy de esta moda tan fashion). Porque, en realidad, lo complicado no es poner en marcha algo y que funcione (algo que en nuestro país está mucho más negro gracias a la política fiscal que graba a los autónomos y pymes). Lo realmente chungo es tomar decisiones por uno mismo y no depender del jefe o la jefa de turno para tomarlas por ti.

Porque lo chungo es llegar a conocerse de verdad. Y dejar de estar a hostia limpia con los demás. O con nosotros mismos.

 

El aguante

Aguantamos, aguantamos…

Hay cosas que no deberíamos tener que aguantar, y en esta canción se mencionan muchas de ellas.

Pero más allá de todo lo que nos pesa y nos oprime, me quedo con la fuerza que escondemos tras nuestras debilidades y caídas.

Aguantamos porque somos más fuertes.

Y en algún momento, los pueblos, las personas, todos, nos levantamos. Y luchamos.

Los días-culo que nos quedan por vivir

culos

 

Los días-culo (nombre enormísimo al que llegó mi hija no sé por qué vericueto mental) llegan, y como llegan, se van.

O no. También los hay de los que se quedan, convirtiéndose en semanas-culo, meses-culo o incluso, años-culo.

Son esos días en los que todo va de ídem y más te hubiera valido no haber salido de la cama para evitar cagarla o no estar justo encima de esa alarmente cruz blanca pintada bajo tus pies sobre la que el universo defeca con todas sus ganas.

Creo que todos sabéis a qué me refiero.

Y no hay antídoto para esos días-culo. Sí que es verdad que también va en la persona ver todos los días como un gigante trasero. Pero bueno, independientemente del grado de victimismo y «amargamiento» vital de cada uno, los días-culos son como las meigas, haberlos, haylos.

Tampoco veo la necesidad de frustrarse porque no se encuentra remedio. El karma funciona y eso, pero a veces te ha tocado. Es lo que tiene jugar en la ruleta de la vida. Al final es cuestión de llevarlo lo mejor posible e intentar sacar una sonrisa a pesar de la gran cagada del día. Porque a pesar de todo, a pesar de las enormísimas y bíblicas proporciones del culamen en que se ha convertido el día… al final se sale de todo (y si no que se lo digan al Urdangarín, que va a salir de rositas el muy truhán después de haber trincado como si no hubiera un mañana).

Y siempre podrás reírte de lo mucho que te has calado los pies con el charco, del grito que has pegado al borrar sin querer un textaco que llevabas preparando todo el día, del vómito de tu criatura en tu blusa recién planchada e impoluta, o del grano que te acaba de emerger cual volcán en erupción justo antes de esa reunión tan importante…. Siempre hay un motivo para superar el día-culo, ¡no lo olvidéis nunca!

Aquí va mi píldora de optimismo anti-depresión culera…. ¡Por los días-culo que nos quedan por vivir!

Motivos para empezar bien el día (III): The Gift

Uno de mis grupos preferidos, sin duda.

Por ese poder embaucador que tiene la música para filtrarse en tus recuerdos y en tus vivencias. Se funde con lo vivido y ya no hay forma de separarlos, nunca.

Eso me pasa con The Gift. Que me acompañaron por primera vez en una carretera costera de Vigo, gracias a mis queridos Vili y María. Nunca, nunca, nunca podría olvidar el paisaje que tenía ante mis ojos mientras la voz IMPRESIONANTE de Sónia Tavares se me incrustaba en el cerebro cual alien majete y bienintencionado. Y desde entonces, ya forman parte inseparable de mí, de mi cocina, del gato que por aquel entonces compartía mi casa,  y de mis oídos. Y de mi presente, con un concierto aún en la retina y una mano adosada a la mía.

Sacan nuevo disco. Alegría. No pasan por Madrid, por ahora. Les esperaré. (Rectifico: ya han pasado!!!! y no me he enterado!!!!! Scheiße!!!!)

P.D: Gracias a Esto es para una que lo quiere así por acordarse de mí… maja!

Realidad aumentada a las 20.30 h.

No sé ustedes, pero yo el sofá lo levanto muy de cuando en cuando. Pesa mucho, ¿saben? Pero las 20.30 es una hora propicia para arriesgar el espinazo, explorar otros mundos y las profundidades de mi hogar, vamos.

Hoy, regocijo y alboroto, mi santo y yo nos hemos aventurado hacia lo desconocido y hete aquí que nos hemos econtrado lo siguiente en la incursión a los bajos fondos del sofá familiar:

Cuatro huevos de mentirijilla, de los del carrito de la compra que le trajeron SSMM a la pequeña. Yo los daba por perdidos hace meses. Perdidos, o refugiados con pasaporte de ídem en el mismo sitio en el que se expatrian los calcetines diminutos que desaparecen en la lavadora así como los imanes chuperreteados y mordisqueados del libro del circo, que han huido despavoridos ante el afán salivador y succionador de mi hija.

Una bandeja para los cubiertos de mentirijilla de la cocina de mentirijilla que le regalaron hace tiempo. Esta bandeja es una lista, que ya me la conozco yo, y aprovecha cada rendija posible para salir por piernas, ummm, por patitas, del ya mencionado afán salivador, y más aún del de lanzadora de jabalina en ciernes que detecto en ella últimamente. Yo, como buena y alentadora progenitora, cada vez que la veo practicando sus dotes deportivas le corto de raíz sus pretensiones deportivas y ya de paso le amenazo con expulsar de la familia a Pepe, su muñeco y confidente (de hecho, el único que la entiende). Y funciona, a medias. Porque tirarlo no lo tira;  sólo lo desliza por debajo del sofá.

Un par de cuchillitos de mentirijilla, como podrán imaginar, de la cocina de mentirijilla arriba citada. Este electrodoméstico no nos gasta nada de luz, es AAA y ocupa lo mismo que el carrito de la compra de mentirijilla, así que el mal menor es que todos sus complementos acaban desparramados por el suelo, debajo de la cama, de la cuna, del sofá, del cambiador, de la nevera, y eventualmente, dentro del retrete.

Una mandarina de mentirijilla. Ah, no, esperen, que es de verdad. Pero debe ser, como poco, del «Creotázico» o similar. Es un fruto fosilizado y hasta puedo ver a través de su cáscara, en otro tiempo fresca y lozana, y ahora acartonada cual rostro de alguna duquesa de hablar difuso, un mosquito atrapado en su gota de ámbar. Sí, Frutassic Park en mi salón, salto de gozo. No sé si tirar este despojo, mandarlo al Arqueológico y que me dediquen una placa o algo, o añadirlo al carrito de la compra de mentirijilla, que ya tiene 6 huevos, 1 trozo de queso (camembert por la pinta), 1 pollo de corral (por el color vamos, no porque lo diga él), un par de salchichas de Frankfurt, un pan (negro como el que comía la abuelita de Pedro y que ahora está muy de moda, lo que cambian los tiempos…) y un montón de cajas de cartón que imitan cosas típicas de todo buen armario doméstico de hoy en día y que desde su primer día en manos de mi fiera están a un paso de completar el ciclo de reciclaje y convertirse en compost.

He de decir que tras esta complicada operación de rescate casi me quedo sin santo en la complicada operación de bajar de nuevo el sofá al suelo. El pobre casi sufre amputación severa de un dedo del pie. ¿Cómo? ¿Del pie entero? Bueno, él dice que del pie entero. Sea.

La selección musical se la dedico con cariño a la mandarina. Que sabe dios cómo acabo debajo de mi sofá siglos atrás. Descanse en paz, querido cítrico.