Nana desencantada

No pasa nada por no tener la vida perfecta, hijos míos.

Aunque, a vuestro alrededor, veáis muchos anuncios llenos de brillo y blancas sonrisas, de ropa limpia y coches grandes, aunque quieran venderos por todos lados que eso existe y que funciona, hacedme caso a mí que soy quien más os quiere en el mundo.

La vida perfecta no existe. Y esos anuncios son mentira.

Tendréis malos días. Y días muy malos. Y días en los que querréis moriros. En los que buscaréis consuelo sin saber dónde hallarlo. En los que la paciencia con la vida se os quedará corta. En los que no sabréis qué camino elegir. En los que nosotros no estaremos.

Pero al día siguiente saldrá el sol de nuevo. Es lo único perfecto de todo esto. Esta es la única certeza.

No creáis en el amor de las películas. El de verdad es duro y áspero y hay que escalarlo como una de las paredes de los parques por las que os gusta trepar. Para volver a bajar y subir. Una y otra vez. Para caeros y haceros daño. Y levantaros de nuevo.

Porque la vida es muy imperfecta. Y está llena de malos momentos. De crisis. Y de decepciones.

No creáis en las promesas de éxito asegurado. En las dietas de adelgazamiento exprés ni en las galletas light. En los que te digan «cariño» sin apenas conocerte. En los apretones de manos blanditos. En los planes de pensiones. En los besos al aire. En la Comic Sans. En aquellos que nunca se equivoquen y mucho menos en los que nunca lo reconozcan.

Y ¿sabéis qué? No necesitais tener un cuerpo de escándalo para sentiros bien. Ni ser los más listos de la clase. Ni tener el mejor coche. Ni el último bolso de la temporada. O hacer la mejor marca en atletismo. No os pongáis más presión de la necesaria por «ser buenos» sino por hacer las cosas bien. Haced las cosas bien, aunque os duela.

Porque el karma, o Dios, o La Fuerza, o aquello en lo que queráis creer puede funcionar o no, pero vosotros debéis seguir luchando.

Pero no luchéis por una vida perfecta. Porque el vals se acaba y solo te quedará el placer de haber bailado.