Ay, Mordor, qué será de ti…

Mordor está en Madrid
Sí, amigos, Mordor está en Madrid, junto a la M30…

Vivir en Mordor es una aventura, amigos. Ya de por sí, vivir en Madrid es peligroso. No respiramos aire sino humo y mala leche, nos pasamos el día corriendo de un lado al otro para llegar a tiempo a los sitios por inercia y las diferencias entre barrios ricos y pobres son tan alucinantes y dolorosas que da hasta asco. Aunque no creo que ninguna de estas características sean exclusivas de nuestra capital, yo las sufro en mis carnes cada día y lo llevo muy mal, a mi pesar.

Mordor, mi barrio… y el de cada día más orcos… (léase esto con acento del gran Matías Prat) es junto a otros gloriosos barrios de Madrid, un reducto de perdición y miserias. Yo le tengo cariño por lo que fue, pero no se puede negar que con la crisis esta asquerosa que nos han echado encima, el pobre Mordor ha tocado fondo. Lo ha perforado y ha llegado hasta Australia.

Está en el ambiente, se palpa. Y también en cuanto pisas la calle:

Las obras, con sus respectivos obreros y zanjas, que te cortan tu calle (así como las de paso) por un lado o por ambos, convirtiendo la tarea de sacar el coche, o volver a aparcarlo, en un milagrito de la Virgen de Lourdes o en un episodio de Humor Amarillo. La velocidad para desmantelar una calle es inversamente proporcional a la que emplean para arreglar los desaguisados causados por esas mismas obras. Y así, entre andamios, zanjas y obreritos con cascos, nos pasamos la vida.

Las casas abandonadas, porque Mordor está lleno de edificios centenarios y que se caen a trozos. Además de ser peligrosas en sí mismas se convierten en a)centro «ocupacional» para yonquis y amigos, con lo que eso supone para la seguridad de los vecinos, y que acaba siempre en redada+ventanas tapiadas, b) centro «ocupacional» para gatos pulgosillos a los que, inexplicablemente, un vecino al que tengo localizado, por cierto, se empeña en dar de comer lentejas, cocidos y latas de comida que se encarga muy amablemente de «depositar» en el descampado de al lado (los descampados, otros que tal bailan). Por supuesto, junto a los gatos, dada la diversión, acuden bichos de todos los tamaños y especies. Normal, el fiestón es la leche.

Cubos de la basura, o en su defecto y ausencia, basura desparramada por el suelo. En tan solo unas horas, junto a las cagadas perrunas, que para qué van a limpiar sus dueños con lo sucio que está ya todo, te puedes encontrar junto a tu puerta una tonelada de residuos orgánicos e inorgánicos (porque en Mordor no se recicla), una bañera desconchada pero aún enterita y que acabará en la casa de enfrente, un par de tablas de planchar con pegotes varios y los muebles completos de un salón con abuela incluída en su mecedora y tricotando.

No te molestes en llamar al 010 para que pongan más cubos porque como nuestras aceras tienen cerca de cinco centímetros de ancho y somos una calle pequeñita, no nos corresponde y nos toca recorrer el barrio buscando uno donde poder depositar nuestras bolsitas de basura como los zombies de Walking Dead en busca de carne fresca. Los cubos ahora son más preciados que el cobre, y aquí, que somos mucho de traficar, seguro que ya hay más de uno que se ha pasado al mercado «basuril».

Y es que aquí es más que palpable aquello que comentaba con tanto gracejo la señora Miss Relaxing Cup of Coffee sobre cómo nos hemos acostumbrado a demasiada higiene y que obviamente no, no toca recoger todos los días la basura,por favor! Panda de limpios que sois unos quijocosos! Aquí en Mordor la quería yo ver viviendo a nuestra amiga bilingüe, a ver si se acostumbraba a la demasiada porquería que nos está comiendo, y por cuya recogida por cierto, seguimos pagando igual que cuando pasaban todos los días

– El movimiento kinki- cani- choni que a mí a veces me divierte por su idiosincrasia y su chandal como prenda de trabajo, pero que aquí confluye con muchas otras circunstancias sociales (inmigración, drogas, abandono escolar, cierre de centros de ayuda y atención, etc, etc) en choques violentos y escenas que podemos ver  todas las noches en el telediario de Antena 3. Cuando no es un tiroteo en casa de una traficante de setenta años, (que ya le vale a la señora a esos años), es una lucha de bandas, redadas en el chino de al lado, o el asesinato de una mujer por su marido borracho delante de sus cinco hijos.

Y no es algo que vea solo en el telediario. Está en la calle, en la casa de la esquina para ser más exactos, a unos pasos (sorteando bolsas de basura) de distancia de la mía, y donde viven veinte personas que, por cierto, meten una bulla de impresión durante todo el año porque tienen la estupenda y muy sana costumbre de celebrar fiestas cada dos o tres días y no sienten la necesidad de tener puertas y ventanas cerradas, ni aunque sea diciembre. Olé ellos y la madre que los alumbró…

También me apena enormemente el cierre de negocios de toda la vida, que sé que está ocurriendo en el resto de la ciudad, para sustituirlos de manera automática y casi por evolución tipo pokemon en a)locutorios abiertos a todas horas con redadas cada quince días b)peluquerías internacionales y temáticas, que abren todos los días del año, a todas horas, y con redadas cada diez días c)por supuesto los chinos en todas sus variedades, todo a leuro, bares, boutiques de moda, peluquerías con final feliz y fruterías, que abren a todas horas y con redadas cada semanita o así y d)tiendas abandonadas donde se acumula la mierda y donde muchos aprovechan para echar las bolsas de basura porque, señora Botella, ¡no hay cubos!

Y así podríamos seguir si esto en vez de un blog fuera una esquela, la del pobre Mordor…

Pero bueno, para que no nos quedemos con tanto mal sabor de boca,concluyo y os dejo con esta joyita que me he encontrado sobre el cine kinki, que salió de barrios como este, y que mis padres consumían igual que ahora se ve Gandía Shore ¿no?

¡Hasta la próxima!

Palos en nuestra espalda

25 septiembre. Imagen de SERGIO PÉREZ (REUTERS), El País

Hoy nos levantamos observando una vez más, como si de la enésima emisión de Los Simpsons en Halloween se tratara, escenas de violencia entre los antidisturbios y los manifestantes frente al Congreso, que no difieren tanto de las matanzas en Siria, esas que contemplamos horrorizados como comportamiento de «salvajes incivilizados»…

Es realmente descorazonador que, en un país medianamente escolarizado, nuestras autoridades, esos a los que me duele reconocer que pagamos el sueldo y que se hinchan cual globo de feria al proclamarse «voz y representantes del pueblo» se encierren tras cuatro paredes, por muy históricas que éstas sean, para defenderse de la ira acumulada  y recocida de aquellos a los que supuestamente representan. Supuestamente porque con este sistema electoral que sufrimos cada 4 años y las listas cerradas que nos impone la comandita de amigos que se reparte el país, seguimos viviendo como si de latifundios se tratara, o de reinos medievales, donde aunque tengamos el escudo democrático por bandera, las tierras (votos, alcaldías o incluso comunidades históricas) se siguen ganando en cacerías, comidas opulentas con aguas de glaciar y estipendios en forma de trajes, relojes, casas o especias varias. Asco me dais…

Una ironía auténtica que los que se encierran tras los leones aleguen que «los de fuera», esas miles y miles de personas de toda edad y condición, atacan la democracia mientras que ellos están trabajando duro por ella. Y eso lo dicen tras una muralla de escolta, como cuando Soraya, mi amiga Sora, miraba a la cámara de televisión con esa seguridad ensayada y calculada que solo da   tener el poder en los bolsillos y aseguraba que allí estaban para trabajar por nosotros, como si aquellos de los que la defendían no quisieran precisamente eso, ¡que trabajen coño!

Y es que no se enteran. No se quieren enterar. Que lo que queremos es que se defiendan nuestros derechos, que no se profane el nombre de la democracia con cada discurso que nos escupen como a ignorantes, que no somos antisistemas ni antimierdas, que somos ciudadanos normales, con nuestras carreras, nuestras familias, nuestras declaraciones de la renta impecables cada año, nuestras cuentas del banco peladas, nuestras hipotecas, nuestras frustraciones diarias al ver cada día cómo tenemos cada vez menos seguridad, menos posibilidades de trabajar, menos recursos para garantizar a ancianos, enfermos y niños cuidados y una vida digna.

No. Está claro que no se quieren enterar. Y tienen a negros escribiéndoles discursos llenos de excusas vacías y atajos mentales para llenar los huecos de nuestras arcas con aire, como sus promesas. No nos engañan, ninguno. Ni el que está, ni el que estuvo, ni el que está enfrente, ni el de más atrás. No somos antinada, y ya nos tienen más que hartos.

Me van a perdonar la falta de humor a estas horas de la mañana, pero la verdad es que se le quitan las ganas a una de echarse un chiste sobre la chepa cuando ves como se desangra impunemente nuestro historial de derechos, como se nos maneja como ganado y como se nos apalea indiscriminadamente. Porque los palos que dieron ayer frente al Congreso nos los dan a todos, sépanlo ustedes, y aunque esta lluviosa mañana no llevemos las cicatrices en nuestras espaldas, notaremos los moratones en nuestra libertad, tranquilos.

PD: felicitar, eso sí, el año que ha cumplido Conciliación Real Ya, una iniciativa que ha surgido de, y por, la gente, los padres y madres reales que pasamos por aquí y que lucha por hacer compatible la vida laboral con la familiar… Algo que, por supuesto, queda muy lejos de esas falacias a los que los gobernantes llaman «su agenda». Enhorabuena, y sigamos adelante porque merece la pena mojarse el culo por algo bueno.