Ya no existe.
No la busques porque es algo que solo teníamos cuando éramos niños, cuando nuestros padres nos arreglaban los desaguisados, cuando nos sacaban de apuros y aún así nos seguían dando el beso de buenas noches.
El espejismo de la seguridad va desapareciendo al envejecer. Al madurar. Al hacernos independientes. Al hacernos responsables de nuestro destino.
No la busques en las cosas. En la ropa. En los zapatos. O en ese abrigo que está tan de moda. O en la talla 38.
No está en tu pareja, ni en tus hijos. No está en tus amigos. Ni siquiera puedes estar seguro de lo que tú mismo vas a hacer mañana al levantarte.
Porque la seguridad no existe.
Y vivimos en el quizás. En el podría ser. En el hagamos lo que hagamos, cerremos los ojos y saltemos.
Saltemos. Arriesguemos. Juguemos. Vivamos. Saboreemos el dulzor de los días cálidos pero también los tragos amargos y el sabor a sangre de una buena caída.
Caigámonos.
Y sigamos adelante.
Porque no hay seguridad. Ni red que nos recoja.
Solo nuestros días como prueba de que existimos. De que merece la pena lo que hacemos.
Y al llegar nuestro último pestañeo, ese que nos hará eternos, ese que nos hará mejores, sabremos que la seguridad estaba ahí, esperándonos…