Hace ya muchos años tuve un jefe (como quien tiene un primo en Parla, por cierto) que una tarde bajó de su reino de seres con traje, todopoderosos, y me dijo, entre otras cosas que obviamente he olvidado:
– Bla bla bla… Mónica, es que no eres nada creativa bla bla bla…
Y tan pancho, volvió a su reino de jefes que mandan cosas al resto de personas. Y allí me quedé yo, en una tierna edad moldeable e impresionable, mirando a la pared, asimilando a poquitos, lo que ese hombre, ese pedazo de carne con traje, ese ser con patas, me había soltado en un intento de demostrar lo mucho que sabía de su departamento y cómo se merecía el sueldo mensual más las primas.
No lo he olvidado nunca. A pesar de que su criterio me merecía menos respeto que el agua del tiesto en el que he plantado unos puerros, no olvidaré nunca con qué facilidad me soltó, el que se supone que tenía que motivarme y hacerme mejorar, aquella sentencia suprema…
Obviamente, llamadme necia, no le hice más caso del necesario para indignarme y despreciarle un poquito más, si cabe. Y seguí trabajando, allí y en otros sitios después. Lo suficiente como para ver que se equivocaba.
Pero no dejo de pensar en qué hubiera pasado si le hubiera hecho caso realmente. A ese tipo mediocre que nunca demostró un ápice de ingenio, más allá de haberse agenciado un puestazo sin tener ningún talento, que oye, eso tiene su mérito…
Por eso, hoy cuando he visto a Kate Winslet recordando a su profesora de teatro diciéndole que solo podría aspirar a papeles de chica gorda, me ha venido a la cabeza ese «No eres nada creativa».
Es inevitable que haya mensajes así en muchos momentos de nuestra vida. Siempre habrá alguien que nos diga lo mal que lo hacemos. Y seguro que nuestros hijos se encuentran situaciones en la suya como ésta. Muchos. Y deben encontrárselos, es ley de vida. Pero por eso es tan, tan, tan importante estar seguros de nosotros mismos, y sobre todo ser muy conscientes de nuestras capacidades, de las presentes y de las posibles en un futuro, que ya sabemos que somos una caja de sorpresas.
Y mira, en el fondo le agradezco a ese ser gris que me dijera aquello tan tonto. Porque me hizo indignarme. Y la vida me ha hecho ver la importancia de la indignación, del «pero qué leches me estás contando», del calor interno como motor del cambio, de ponerse en marcha. Y de hacer cosas, que es imprescindible para demostrar que están equivocados.