
Hoy nos levantamos observando una vez más, como si de la enésima emisión de Los Simpsons en Halloween se tratara, escenas de violencia entre los antidisturbios y los manifestantes frente al Congreso, que no difieren tanto de las matanzas en Siria, esas que contemplamos horrorizados como comportamiento de «salvajes incivilizados»…
Es realmente descorazonador que, en un país medianamente escolarizado, nuestras autoridades, esos a los que me duele reconocer que pagamos el sueldo y que se hinchan cual globo de feria al proclamarse «voz y representantes del pueblo» se encierren tras cuatro paredes, por muy históricas que éstas sean, para defenderse de la ira acumulada y recocida de aquellos a los que supuestamente representan. Supuestamente porque con este sistema electoral que sufrimos cada 4 años y las listas cerradas que nos impone la comandita de amigos que se reparte el país, seguimos viviendo como si de latifundios se tratara, o de reinos medievales, donde aunque tengamos el escudo democrático por bandera, las tierras (votos, alcaldías o incluso comunidades históricas) se siguen ganando en cacerías, comidas opulentas con aguas de glaciar y estipendios en forma de trajes, relojes, casas o especias varias. Asco me dais…
Una ironía auténtica que los que se encierran tras los leones aleguen que «los de fuera», esas miles y miles de personas de toda edad y condición, atacan la democracia mientras que ellos están trabajando duro por ella. Y eso lo dicen tras una muralla de escolta, como cuando Soraya, mi amiga Sora, miraba a la cámara de televisión con esa seguridad ensayada y calculada que solo da tener el poder en los bolsillos y aseguraba que allí estaban para trabajar por nosotros, como si aquellos de los que la defendían no quisieran precisamente eso, ¡que trabajen coño!
Y es que no se enteran. No se quieren enterar. Que lo que queremos es que se defiendan nuestros derechos, que no se profane el nombre de la democracia con cada discurso que nos escupen como a ignorantes, que no somos antisistemas ni antimierdas, que somos ciudadanos normales, con nuestras carreras, nuestras familias, nuestras declaraciones de la renta impecables cada año, nuestras cuentas del banco peladas, nuestras hipotecas, nuestras frustraciones diarias al ver cada día cómo tenemos cada vez menos seguridad, menos posibilidades de trabajar, menos recursos para garantizar a ancianos, enfermos y niños cuidados y una vida digna.
No. Está claro que no se quieren enterar. Y tienen a negros escribiéndoles discursos llenos de excusas vacías y atajos mentales para llenar los huecos de nuestras arcas con aire, como sus promesas. No nos engañan, ninguno. Ni el que está, ni el que estuvo, ni el que está enfrente, ni el de más atrás. No somos antinada, y ya nos tienen más que hartos.
Me van a perdonar la falta de humor a estas horas de la mañana, pero la verdad es que se le quitan las ganas a una de echarse un chiste sobre la chepa cuando ves como se desangra impunemente nuestro historial de derechos, como se nos maneja como ganado y como se nos apalea indiscriminadamente. Porque los palos que dieron ayer frente al Congreso nos los dan a todos, sépanlo ustedes, y aunque esta lluviosa mañana no llevemos las cicatrices en nuestras espaldas, notaremos los moratones en nuestra libertad, tranquilos.
PD: felicitar, eso sí, el año que ha cumplido Conciliación Real Ya, una iniciativa que ha surgido de, y por, la gente, los padres y madres reales que pasamos por aquí y que lucha por hacer compatible la vida laboral con la familiar… Algo que, por supuesto, queda muy lejos de esas falacias a los que los gobernantes llaman «su agenda». Enhorabuena, y sigamos adelante porque merece la pena mojarse el culo por algo bueno.