Resulta que un día tienes que salir de casa para hacer negocios. Lo que viene siendo hacer «el business»: rebuscas entre la ropa de premamá y la de lactancia algo sin manchas y medianamente planchado, rescatas unas medias sin carreras del cajón de ese mix que tienes de leotardospeloteros-mediaspeloteras-calcetinespeloteros, y practicas arqueología entre los zapatos planos y llenos de arena del parque para encontrar algo digno y taconero. Desde que tu criatura te ha pedido, por favor que te pongas tacones porque le gustas más (…), estás asimilando que tal vez, solo tal vez, tu hija quiera una madre más alta y arreglada a la par que sencilla… y que la que tiene no le mola… que tal vez tengas que empollarte algún catálogo de moda invierno del Vogue o hablar pronunciando algo más la s, ¿sabessss? (ese pensamiento te dura lo que aguantan sus muñecos ordenados en su cesta, porque en cuanto ves de lo que es capaz la bestia parda te sale el chuki que llevas dentro y sacas la madre bajita, de zapato plano y chillona que llevas dentro y te importa un pito lo que te pida por favor con tal de que ordene su cuarto y deje de hacerle llaves de pressing al hermano).
Pero hoy tienes que salir a businessear y hacer algo de provecho (ejem) así que toca hacer el esfuerzo e intentar recomponer todas las mujeres que llevas dentro para ponerte cara de moderna y talentosa, escondiendo por un rato la maruja ojerosa que grita a su hija que se coma el pollo, que trabaja en pijama como una loca a las seis de la mañana con listas de la compra junto al flujo de contenidos de la semana y que no tiene ni idea de cómo enfrentarse al mundo de los negocios… A lo mejor tienes que evolucionar y de una Pokemon tipo ama de casa pasas a ser a una de tipo empresaria exitosa a base de ganar batallitas a mujeres delgadísimas y elegantísimas en traje con BlackBerry y maletín de Armani… Las ganarías a bolsazos, eso no lo dudes…
Así que buscando un milagro te pones frente al espejo y tras el susto y arcadas iniciales, te secas los lagrimones, te juras que nunca más, que a partir de ahora te pondrás todos los potingues esos que atiborran el armarito (copando las baldas correspondientes al santo) y que te echarás escrupulosamente el contorno de ojos como si en ello te fuera la vida para no convertirte en la gemela de Soraya Saez de Santamaría cuando se enfada. Apretujas con fruición los cuatro pelos escamosos que te quedan tras el embarazo+parto+tirones del pequeño, cubres con espátula y mortero las ojeras cronificadas y bolsas colganderas y, en definitiva, restauras con prisas, y como puedes, para no ser el maquillador gordaco de los anuncios de Max Factor, el Ecce homo borjiano en que te has convertido tras todos estos meses de estar escondida en esa cueva de perdición llamada «trabajo en casa«.
Y bueno, has hecho lo que has podido. Y llegas tarde, por supuesto. Así que corres pasillo arriba pasillo abajo por tu mansión, cogiendo el iPad, el smartphone, las tarjetas de visitas, un boli por si no funciona el iPad o el smartphone, las llaves del coche, las del garaje, las de la casita de Mickey Mouse… Todo lo que una mujer de negocios actual necesita, y eso sí, sin mirar atrás, porque la casa te está llamando a gritos «desgraciada»… Pero noooooo, espera, ¡¡¡te falta algo!!! Llenas la bolsa de pañales para un regimiento, ropa de cambio para tres estaciones distintas (¿alguien sabe qué temperatura hace en el Ifema?), discos de lactancia y demás complementos diminutos y empaquetas al bebé, tu socio más entregado y fiel escudero, en el coche mientras sudas la gota gorda intentando que el capazo quepa con la bici de la niña, los ruedines, la cuna de viaje y el colchón… Y tras hacer el Tetris en tu maletero y darle gracias a dios por haber hecho el coche más grande del mundo ¡¡ya estás lista para comerte el mundo!!
Hete aquí que, mientras recorres como una loca (tómese esto como una exageración, of course) la M30 porque sí, llegas muy tarde, reflexionas (a tu manera, es decir, muy floja) sobre como montar un negocio propio es una locura casi tan grande como tener un bebé. Casi están al mismo nivel, te dices. Aunque al negocio le puedes mandar a la mierda en un momento dado, mientras que al retoño lo máximo donde le puedes mandar es al Hermano mayor a que lo amaestren y deje de romper puertas con los puños o a un internado en Suiza si es que te dan las perras.
Ahora bien, cuando se unen ambas cosas, tener niños pequeños en la chepa y teta, a veces simultáneamente, y poner en marcha un negocio, ambas tareas ya de por sí, estresantes, demandantes y altamente explosivas, te das cuenta de la mezcla…
Demonios, ¿¿¿¿qué es lo que va a salir de ahí???
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