Epic fails

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Llevo unos días así como pensando mucho, raro en mí, en divagar sobre el fracaso como experiencia vital, sobre las meteduras de pata más o menos graves que nos acompañan queramos o no, sobre los deslices que van determinando, mucho, pero, mucho más que nuestros éxitos, el camino que vamos andando.

No es que me ponga trascendental, no se me asusten, es que me aprieta sobremanera la faja premamá (será de los chinos) y este es uno de sus efectos secundarios…

Y es que en esto tan ameno que es el vivir, resulta que lo más «divertido», lo más jodidamente interesante, es afrontar el error propio. ¿Lo han pensado ustedes, amigos? Porque yo lo pienso día sí, día también… Sí, cada vez que me luzco, han deducido bien.

Tampoco es que me pase el día en el lado oscuro (o sí?). A veces, en un momento milagroso y luminoso cual aparición angelical, descubro que tengo razón, y de la emoción no me sale otra cosa que repetírselo de manera histérica y hasta la saciedad al que tengo a mi lado, a la sazón mi santo: ¿Lo ves? ¿lo ves? Tenía razón, ¿lo ves? ¿lo ves? ¿lo ves? ¿lo ves? ¿lo ves? ¿lo ves? Y así hasta el infinito. O hasta que mi santo simplemente me mira, se levanta y se pira. Y a otra cosa.

(Observo con regocijo que esto de remozar el éxito propio a los demás le pasa a mucha gente. No soy la única pues que se precia de no saber callar ante un acierto, muy probablemente accidental. Y me parece curioso. Y digno de estudio por parte de alguien que sepa, claro).

Pero cuando fallamos, ay, amigo, eso es otro cantar…  Lo hablaba con un amigo hace poco, como reconocer que nos hemos equivocado es casi como poner a sabiendas la mano encima de la plancha en plena faena (de planchar, no me piensen mal que además de vicioso es muy complicado). Sí, reconocer ante uno mismo, y ante los demás, que la has jodido me parece una sensación bastante similar en cuanto al dolor que experimentas en tu propio ego. Como cuando te depilas los pelos de las cejas la primera vez en tu vida. O como cuando te golpeas el dedo pequeño del pie con una esquina de la cama cuando te levantas de noche al servicio. O como cuando, de joven descubres, accidentalmente o no, que la colonia es para el cuello y alrededores, porque hay sitios donde escuece, bastante. Ese latigazo en la espina dorsal que te hace apretar los ojos tanto como la Esteban cuando hace que piensa… Ay, madre, pa darte un par de leches bien dadas, ¿eh?

Reconocer que nos equivocamos, mucho o poco, me parece de lo más terriblemente complicado que hay como ser humano, mucho más incluso que conseguir cita para el médico de la Seguridad Social el mismo día en el que llamas o salir en una foto de un fotomatón. En tu negocio, en tus relaciones personales, en la educación de tus churumbeles, en el cambio al hacer la compra con la Jessy delante tuyo y mascando chicle… Reconocer el error debería ser asignatura en el colegio mucho más que Cono o lo que sea que dan ahora, o algo obligatorio como hacer la mili de hace años. Porque a fin de cuentas, todos, todos, todos nos equivocamos, por muy listillos que seamos. Sin excepción. Mira si no Einstein con lo cerebrito que era y como la metió hasta el fondo al inventar la bomba atómica. Se equivocó Eva al hacer caso a una serpiente (a una serpiente! estaba tonta aquella mujer??) y no hacerse un bolso y unos zapatos a juego con ella, allá por el principio de los tiempos, y Colón al buscar aparcamiento para sus carabelas mientras buscaba las Indias. La pifió de lo lindo Zapatero al decir que no había crisis (qué crisis, qué decís? qué invento es ese????). O Mourinho, con lo que sabe según mi santo de fútbol, y alinea a quien no debe frente al Barça (momento patrocinado por el BBVA, adelante…). O Rouco Varela cuando habla sobre la mujer, o cuando habla en general…

Reyes, sus yernos, los del FMI, políticos de todos los colores, jueces a puñados, médicos unos cuantos, sabios, ignorantes, las misses superguapas, cualquiera de nosotros la mete bien metida. Es «asín». Y «asín» será, hasta que aparezca otra serpiente en el camino y el mundo se vaya a la mierda, vía Eva, por supuesto, una mujer tendrá que ser (a qué sí, Rouco?).

Triunfar y hacer las cosas bien mola, va bien con todo y es fácil de asimilar.

Lo chungo, lo que nos hace crecer como personas, o al menos tener bien recortaditas las uñas para no clavárnoslas y hacernos pupita, es saber levantar la cabeza y decir al mundo: sí, amiguitos, soy una Remedios Cervantes cualquiera, y la he metido pero bien. Lapidadme si queréis…

Eso sí, consuela saber que por mucho que nos equivoquemos, a nosotros, seres anónimos y simplones, al menos no nos verán millones de personas en directo. Eso ayuda, ¿no?