Realidad aumentada: un santo, un coche y un pecado

Yo tengo un coche, al cual aprecio lo justo para tenerlo a todo riesgo.

De segunda mano, robusto, con un maletero en el que caben todos mis zapatos en línea recta. Y muy eficaz, vamos, que arranca, y me lleva sin darme ni una tos, con su aire fresquito, su loro estéreo para poner mi musicote y su espejo retrovisor para ver a mi criatura mientras se echa un sueño. Un primor.

Pero vamos, que todo el cariño que yo le tengo al coche termina con el «cli-cli» mecánico y molón del mando al darle al «lock». Lo cierro, casi siempre, me piro y me olvido. Y ya está. Que no le hablo (por ahora) ni él me habla a mí (eso espero que no me pase nunca), ni lo siento proyección de mi ser, así que, en resumidas cuentas, mi relación con mi coche es espectacular…

Reflexión del momento: A mí, conducir, ni fu ni fa, la verdad. Pero he de decir, porque así lo creo, que lo de las mujeres y el conducir-mientras-me-pinto-los-labios es un mito (igual que el muy arraigado también del conducir-mientras-me-saco-el-moco-que-me-molesta-desde-Parla que se le atribuye a muchos machos de por ahí), y una en su ignorancia conoce de buena tinta a unas cuantas mujeres que adoran ir al volante, que sienten el cosquilleo ese del «me gusta conducir», que van con mil ojos y son mucho más prudentes que muchos locos con los que me he cruzado. Pero claro, no vamos a generalizar, ni en un caso ni en el otro, que este no es un post pro-conducción femenina (aunque pudiera parecerlo), sálveme la blogosfera de meterme yo en esos lodazales misteriosos y bastante inútiles, digámoslo así.

Lo que yo quería decir, tras esta disgresión, es que me llevo genial con mi coche. Siempre. Hasta que al finalizar la jornada, ese afortunado día en el que me lo he llevado a pasear, y ambos, él y yo, regresamos al hogar exhaustos de tanto estrés en las carreteras madrileñas (que ya hay que tener ganas de dejarse el abono transporte en casa y meterse en ese caos histriónico e histérico que es nuestra ciudad). Volvemos triunfantes, sanos y salvos cantando el «qué buenos son los padres agustinos…«, nos aposentamos en nuestra intrincada plaza de garaje, hacemos nuestras cuatro o cinco maniobras para quedar finiticados, porque yo prefiero tomármelo con tiempo y mimo, y ahí se queda él, tan contento, meneando la colita (si la tuviera) y esperando tan alegre la próxima excursión al mundo exterior rodeado de payos, hermanos, fregonetas y ferraris (contradicciones intrínsecas de mi barrio).

Pero ahhhhh ilusos, que os creeíais que aquí acababa el cuento (sin sangre, por cierto)… Pues no, ¡¡que ahora la alegría torna en tragedia!! Y ¿por qué? os diréis… (O no, pero yo os ayudo). Pues porque aquí entra en escena ¡mi santo!, el protagonista de esta pequeña tragicomedia en dos actos. Y el cual, casualmente, llega al mismo tiempo que nosotros, y recién despositado en el suelo por su megacochedesolterodetrespuertasynomelotoquesquemelorayas  y como olisqueando el aire en torno al coche, se aproxima a nuestro humilde «familiar» y sin ni siquiera mirarlo, cual trol del Señor de los Anillos a la caza de un hobbit gay cualquiera, me dice con un tono altamente cargado de reproche (y tan familiar como si fuera la vez número ciento veinte que me lo suelta): «pero bueno, ¡ya le has dado otro golpe…!«.

Y yo miro a mi coche. Y mi coche me mira a mí. Nos miramos. Uno al otro. Sin apenas entenderlo. La tensión se masca como un chicle ladrillo de esos que duraban años. Y mi mente va a mil por hora, repasando uno a uno todos nuestros movimientos del día… ¿Por qué me dice esto, así sin ni siquiera echarle un ojo al vehículo? ¿Es que lo huele? ¿Es que me ha puesto una cámara y me observa tomando notas en su cuaderno amarillo? No puede ser, se habrá equivocado, seguro… Se va a enterar, acusándome a mí de darle al coche cuando lo he tratado genial, vamos…

Y ahí me debato en mis oscuros pensamientos de emboscadas y persecuciones hasta que, inmersa en  cavilaciones auto-exculpatorias, recuerdo, entre la bruma o los calores de una tarde veraniega, más bien sudores, ese pequeño roce, apenas caricia amorosa y sensual, que experimentó el amigo coche, al entrar, con mucho esfuerzo y algún que otro empujón con tocamientos en el ladino ascensor del garaje. ¡Malo que es él que cierra las puertas justo cuando estoy en pleno proceso de inmersión! Que eso es tan malo como entrarle a alguien, ponerle a punto de caramelo, y cuando está la cosa en curso, dejarle con las ganas puestas y las puertas cerradas!  Así, entre terribles y dolorosas sospechas, le miro el trasero a mi respectivo, al santo no, al otro, con incredulidad y con cara de inocente compungida y condenada sin razón. Y lo vuelvo a mirar. Y ahí está.

El pecado…

¡Ups!

 

21 comentarios en “Realidad aumentada: un santo, un coche y un pecado

  1. jaja, los voitures… mi respectivo lleva sin pegar la pestaña desde que el domingo pasado, en plena inmersión ciclista del Tour por los Campos Elíseos, dio marcha atrás y acarició amorosa y dulcemente (como tú, tu coche y la puerta del ascensor) el coche de atrás… yo digo que es un rasguño, él que el parachoques está agujereado y que ¡vive Dios! que aquello hay que arreglarlo… enfin, tendremos que sacar los ahorros del plan de pensiones para que el pobre vuelva a pegar ojo

  2. mi padre tenía un ojo rayos x para ver los raspones… llegué a comprarme un esmalte del color del coche para pintárselos y ni por esas. Y ya me ves a mí, volviendo de farra por la noche en pleno enero, heladita, a las mil y pintando raspones.

    A mi me encanta conducir: Lo más es que he llegado es a echarme colirio mientras sujeto el volante.

    Besos flor.

  3. Y qué contento se pone ese/esa que te avisa del roce… como con ese pelín de satisfacción malsana que tiene la gente que te avisa de que tienes una mancha, una cana o un grano. Nosepueevitar. somos asinnnnn.
    besines

  4. Yo en el coche me pinto, canto, corro, freno y escenifico canciones ante la mirada atónita del de atrás que pensará estoy sufriendo un ataque de apnea.También fum(aba) pero eso cuando era joven. También llev(aba) buena música, antes de que los señores del mono vaquero me secuestraran las ondas. Y sí, mi coche también se ralla, tiene esa mala costumbre. Pero lo hace él solo, ojo. Yo me levanto una mañana y ¡zas! rasponcillo lateral. Creo que es el de al lado desaparcando, sí, seguro… aunque esa noche durmiera en el garaje y le flanquearan dos fuertes muros 😉

    1. jejejejejeje, a los del mono échalos sin pudor del coche… por dios…
      no somos nosotras, son los demás los que se nos echan encima, véanse ascensores asesinos, columnas psicópatas y parachoques ajenos con ganas de roce…
      besín

  5. Pues yo a mi marido no se lo paso…. mi familycarninja los únicos arañazos o golpecitos que tienes son los que mi marido en un alarde de conducción al más puro estilo Matte (el de la peli de Cars que conducía marcha atrás), en esas maniobras de aparcamiento, cada vez que ME-TOCA-MI-COCHE siempre le da un «Ups».

  6. Querido Santo de Accidental:

    ¿Has pensado sólo una vez en la necesidad de un contador de segundos para el cierre de compuertas en el montacargas? Indudablemente, esa falta de información repercute intrínsecamente en la posibilidad de que el coche reciba un golpe… por no hablar de ese momento necesario a que estabilice la carga dentro del mismo.
    Como usuaria de montacargas-ascensor del garaje, defiendo la situación de Accidental y reinvindico un segundero de cuenta atrás y sensores láser de colocación del vehículo… si no se cumplen ambas cuestiones, existe un % de que el vehículo no llegue en óptimas condiciones.

    Suya por añadidura,

    PS; cuando mi santo varón me ha dicho eso de «Juráme que no va a volver a pasar», siempre le contesto eso de «Prometo intentarlo, pero no juro sobre imponderables».

  7. Jajajaja, amiga Coherente, mi pobre santo, si bien no tarda ni un milisegundo en descubrir mi pecadillo, no tiene la culpa de tamaña injusticia. Es el señor propietario del garaje, al que hay que culpar de nuestros, bueno, de los desvelos de mi santo y de mis percances con esas puertas asesinas, que, teniendo como tienen, un sensor de presencia, deben estar calibradas para coches de gama alta tipo ferrari o porsche que más que moverse se intuyen…
    De todas formas, yo tampoco juro sobre imponderables, como sabiamente apuntas, y ante tal juramento yo daría la misma respuesta. Como siempre, las palabras correctas, ni más ni menos
    Un abrazo y pon tu blog, buena mujer, que no aparece en tu avatar y tengo muchas ganas de leerlo.

  8. Yo era una mujer feliz mientras le guindaba el coche a mi padre. No he tenido nunca coche propio a mi nombre. Usaba el de mi padre, q iba muy bien y él pasa olímpicamente del coche. Lo bueno? q no se enteraba de si estaba rozado, o d si un día entrando en el parking de un centro comercial, «se rozó» el espejo exterior derecho y saltaron mogollones de chispas… lo malo? q tpc se preocupaba de si tenía aceite, agua o anticongelante jejeje. Pero yo lo cogía con menos miedo. Hoy en día, conduzco a diario (80 kms d nada) el coche d mi no-marido-yet pq él coge su «furgo». Llevo usando este coche unos 3 años, lo cogí recién pintadito. Pobre mi amol q pensaba venderlo y, entre lo bien cuidado q lo tenía, q lo pintó y q el coche tenía 2 añitos… estaba esssstupendo y el pobre, cayó en mis manos… de no fumarse en el coche pasó a tener 1 pequeñín agujerito (casi imperceptible) y un rasponcillo negro del roce de la cecina en el techo (no habría q quitarse un jerséi con un cigarro en la mano…). Además de eso, pues, heridas de guerra, queridas. Y sí, mi shurri tb tiene ese gen en q huele q algo le ha pasado al coche. Además, yo para no esconderme y ser vailentA, le llamo: hola… es q, verás… dando marcha atrás… no he visto un chirimbolo de esos del paso d cebra… y el faldón se ha rajado… pero sólo un poquito!!!!

    El otro día, estando de vacas, al salir de un garaje (la verdad q estaba mu apretao) él le dio a otro coche y no dijo ni mu y yo: oye, creo q le has dado… y él: ya, pero no ha sido golpe… toma ya!!!

    Amigas, yo pa Reyes, me he pedido un seguro «a todo roce» XDDDDDD

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